Yo tomaba café amargo desde el Metropole en
place De Brouckère escuchando a Schubert pero cuando te conocí, Vida mía, y supe de la
dulzura de tus labios y de la dulzura de tu vientre y que eras abeja incansablemente
trabajando el panal de rica y dulce miel que yo tomaba en mis labios para soñar
en los tuyos y salíamos sin que hubiera fiesta con zapatos de tacón y tu mirada
era dulce y cavábamos el jardín para que fuera manantial de flores dulces y
limpiábamos los pisos sin que hiciera falta cera porque tu sonrisa era dulce y
las noches eran dulces y las mañanas eran dulces y todo era contigo y era dulce
dulce dulce tres veces dulce y empalagoso como la Muerte. Por eso, Amor mío, me
vuelvo al café amargo. Como la Vida misma.
Por la noche llega el asalto del insomnio, regalo de cuando vivía entre humo y ruido. Entonces me siento y recuerdo y lo cuento. Solo.
sábado, 4 de mayo de 2013
viernes, 19 de abril de 2013
UN POEMA DE ALDA MERINI
Ambrosio, ningún carmen es tan devoto de Dios
como el carmen de la lujuria
que adora a los viejos como a panes ardientes
que los hace exultar y los hace creer en Dios.
Y dentro de sus ojos que han visto
el placer
y el absurdo riesgo de la muerte
saben que el Paraíso está hecho
de solitarias fronteras
y temen el infierno de la vida.
(Versión de J. Aulicino)
Ambrogio, nessun carme è tanto devoto a Dio
come il carme della lussuria
che indora i vecchi come pani ardenti
che li fa esultare e li fa credere in Dio.
E dentro i loro occhi che hanno visto
il piacere
e l'assurdo periglio della morte
sanno che il Paradiso è fatto
di sole frontiere
e temono l'inferno della vita.
(De Superba è la notte, Turín, 2000)
viernes, 22 de marzo de 2013
CONSAGRACIÓN
What is your substance, whereof are you made,
That millions of strange shadows on you tend?
Since every one hath, every one, one shade,
And you, but one, can every shadow lend.
Describe Adonis, and the counterfeit
Is poorly imitated after you;
On Helen's cheek all art of beauty set,
And you in Grecian tires are painted new:
Speak of the spring and foison of the year;
The one doth shadow of your beauty show,
The other as your bounty doth appear;
And you in every blessed shape we know.
In all external grace you have some part,
But you like none, none you, for constant heart.
(Shakespeare, Sonnet 53)
lunes, 18 de marzo de 2013
MUCHOS AÑOS DESPUÉS
tú
querías granada
no
querías partir
sin
vivir granada
yo lo
sabía. No te llevé
hace
unos años Albaicín
desde
la Alhambra y me dolió
el
mundo que era gris
pero la
aurora y me dolió
el
laberinto que salía
por
levante pero sin rumbo
que
estaba dentro
y lo
sabía. Pero me fui
hace
unos años yo viendo sangre
desde
la Alhambra lloviendo sangre
del
cielo coagulado
sobre
mi vida
en el
laberinto. Sólo hay el presente
dijiste,
cuídalo mucho que
ahí
pasarás el resto de tu vida
hace
unos años remontévuelo
desde
el presente de la Alhambra
que
encara Albaicín. Volé y volé bajo,
muy
bajito desde granada
dejé el
laberinto en su molde, sucio y roto
quedó
allí rondando el paseo de los tristes
y yo lo
dejé y me fui de nuevo a la mar
Y Mariana
apuró el chupito, y parió.
viernes, 1 de febrero de 2013
PORCELANA DE LIMOGES
Antes de empezar a mover la silla en cuyo respaldo apoyaba el edredón recién quitado del lecho supo que rozaría la mesilla y haría caer la lámpara de porcelana. Podría evitarlo dejándose caer y alargando el brazo, pero hacía tiempo había prometido no correr riesgos. La lámpara caería y se rompería, y deseó que no fuera un augurio. La Luna menguaba y el día era de san Cecilio, patrón de Granada. Boabdil le miraba desde su atalaya.
Al samurai le crujieron las tripas como al preparar un sepuku. Ya no confiarían en él. Las miradas de niños como de cachorros abandonados se clavaron en los recuerdos de su corazón. Allí también rompió una lámpara al amanecer. Y no pudieron volver a por más. Allí, en Sbrenica.
Los fantasmas retornaban y destrozaban el comienzo del día: el aire limpio, la aurora con Ayante rescatando el cuerpo de Patroclo, el sol subiendo y las aves cantando desayuno, el Amor desatado en un despertar dulce como la miel. Caricias infinitas, rotas por un crujido de madera anunciando porcelana cuarteada.
Unos minutos antes, aun tendido sobre el edredón que había cubierto el lecho nocturno, había visto dos estelas de aeroplano por la ventana. Un augurio moderno, pensó, mientras trataba de dilucidar si volaban en el mismo o en opuestos sentidos. No llegó a ello, pues las aves impusieron sentido al desayuno, y se habían levantado, y él había apoyado el edredón sobre el respaldo de la silla.
¿Cómo puede un hecho simple y trivial disparar tantos resortes, que la vida entera se haga pedazos? Como el niño al romper el juguete recién estrenado. Ni las lágrimas que tanto deseaba verter podrían arrastrar el pozo abierto por las hecatombes recordadas. Tantos laberintos, tantas riberas, tantas atalayas, tantos muelles de nunca más. Tantos sitios, tantos sacos, humo y sangre, azufre y viento.
Había un túnel desde la cocina afuera de la cerca, como en casi todas las casas del pueblo. Y los encerraron en la cocina, para solo tener que abrir el gas y no pasar por la angustia de disparar a un niño. La intérprete se lo dijo y fueron a por ellos, y los sacaron de uno en uno, pues el túnel no daba para más. Jalando de una cuerda, hilo de Ariadna en el laberinto del infierno.
Al amanecer se acababa el tiempo y él quiso sacar dos niños a la par, en la última jalada. Y rompió la lámpara y ambos quedaron allá, mirándole con ojos sedientos de vida y velados por el asombro del cachorro abandonado. Lo sabían, y él también lo sabía. Salieron a galope de la casa y los dos niños se quedaron a enfrentar su destino. No los oyeron llorar.
Esto me llegó hoy, en Sarrión, cuando rompí la lámpara de porcelana de Limoges y sentí el miedo de que si había fallado allí, hace veinte años, también podría hacerlo hoy y aquí pero contigo. Y el dolor cubrió mi ánimo como si fueran los caballos de la Noche.
miércoles, 26 de diciembre de 2012
El Silencio
Un dos tres…ooops, un dos tres…ooops, al
tercer jalón el cordel quedó enganchado y Ulises se incorporó. Ahora tocaba
tensar el arco, lo más difícil. Lo haría también en tres veces, tal le había
enseñado su maestro de kyudo. Pero no estaban en el dojo, sino en sala cerrada
repleta de enemigos que querían matarlo. Muchos enemigos con muchos metales.
Había que ser muy rápido y muy preciso.
La cercanía del cordel a la nariz le trajo
aroma de pino y su mente se disparó. Fue entre pinos que durmió la noche tras
la última cena con Calipso. Soñó todo lo que había de pasarle en el viaje de
retorno, y a pesar de ello embarcó al día siguiente.
Todo se consumó tal si hubiera sido predicho
por la misma Sibila. Pero él había aguantado y al fin arribado a su isla. Sano
y salvo, aunque sin los compañeros. Como ocurría en el sueño.
Y ahora era la hora de la verdad. Ulises
comenzó el primer jalón y el aroma se desvaneció. El sonido del cordel al
tensarse fue como tañido de arpa. Y trajo más recuerdos.
Así había cantado Circe para él, antes de ofrecerle
la inmortalidad. En la noche tras el rechazo Ulises volvió a soñar. Soñó que
los peligros no terminaban con el viaje, que había otros esperándole en su
isla, tan grandes como los del mar, a pesar de ser humanos. Pero ignoró el
agüero y se hizo otra vez a la mar.
Sintiendo el cordel entre los dedos Ulises
dudó si había hecho bien. Si detrás de cada gran hazaña hay otra esperando
antes de cobrar la recompensa, ¿no estaría en un laberinto? Sintió más temor de
esta posibilidad que de los enemigos en el salón, que ya lo estaban
reconociendo. Ya no había marcha atrás.
El roce del cordel al iniciar el segundo jalón
le recordó la textura del vestido de Nausicaa, que apenas llegó a rozar entre
sus dedos. En el sueño de aquella madrugada, tras relatar su realidad a los feacios,
vio los peligros que le aguardaban si conseguía desenmascarar a los enemigos.
Su padre, su propia Penélope, estaban más lejos de lo que la cercanía física
aparentaba. Otra tarea sin cosechar la anterior, más del laberinto. Pero Ulises
siguió adelante.
Y hasta aquí había llegado. El sonido opaco
del tercer jalón rememoró el chasquido que le despertó en la playa de su isla.
Su último sueño. En él vio y vivió lo que habría de suceder de superar las
pruebas de los sueños anteriores. Vio al enemigo último, el más íntimo, cual
cuchillo en la garganta, el más real, cual sueño de Escipión. Cuanto antes
mejor, pensó para sí.
El tiro estaba listo. No había nada que
apuntar, le había dicho el maestro de kyudo al comienzo de su aprendizaje. No
hay mira ni alza en el arco. El tiro sale solo.
Ulises clavó la mirada en la punta de la
flecha. El blanco quedó desenfocado, como tenía que ser. Concentró su ser. El
blanco no importaba, ni el vuelo de la flecha, ni acertarle o no. El tiro era
la vida y la flecha se fue, directa, al centro del blanco de su propio corazón.
Y el hombre viejo murió para que naciera el
hombre nuevo.
martes, 4 de diciembre de 2012
CARICIAS DE MI GATO
cuando
tú me dices, Amor,
cuando
me ronda tu alegría,
y hay
abrazos y me busca
algo
del fondo en tu corazón
cuando
veo pasar tu sombra
por
delante tu sonrisa
que me
rindió en el sitio,
me
disipó otros vuelos
cuando
imaginas la palabra
prohibida
del futuro y me
la
dices y hay una ternura
infinita
lontananza de tus ojos
cuando
lo piensas y lo dices
cuando
lo sientes y lo dices
cuando
preguntas y lo dices
cuando
dices, yo soy
pero
cuando marea baja
y el
silencio, y no hay
sonrisa,
y no te veo
y no te
escucho
y no
hay nada, pero duele
y no lo
dices, y no sé
si lo
sientes o piensas
y no sé
si preguntas
si hay
preguntas en la vida
si hay
vida, sin preguntas
no sé,
mi Amor, no lo sé
cuando
no dices, no soy
martes, 20 de noviembre de 2012
DÁMELO EL RÍO
Dame tu
frío, Amor, dámelo entero, que yo lo haga mío y lo deposite sobre las aguas
para que se lo lleve el río.
El río
de mi vida, Amor, el mismo río que acá me trajo, que me disolvió en las
entrañas de la tierra en que moraba.
La
misma tierra, Amor, la misma tierra que mañana habrá de cobijarme, el mismo
fuego, Amor, que tú prendiste.
Aquí lo
tienes, Vida, te lo devuelvo. Lo he cambiado de forma, pero te lo devuelvo. Con
forma de camino.
En
línea recta, mi Vida, recoge el frío. Ahora es de acero, Amor, y está templado,
y en línea recta te lleva al túnel.
El
mismo túnel, Amor, el mismo río. La misma Vida que tú me diste yo la he
cambiado y ahora es un río.
No hay
meta, Amor, cuando no hay Vida. No hay Vida, Amor, cuando no hay río. Yo la he
cambiado, Vida, y ahora es un túnel.
Ahora
es un túnel, templado acero, ahora es un río. Ahora es la tierra, ahora es el
fuego, dámelo entero.
Dámelo
ahora, Amor, dámelo ahora. Dame la tierra, Amor, dámela ahora, entra en mi
túnel y prende el fuego.
Que no
se lo lleve el río.
lunes, 22 de octubre de 2012
ANOCHE PAVESE ME HIZO UN GUIÑO
Ven, dijo ella, ven a tu hueco en el nido, al
jardín de mis delicias, a esta tierra de rocas pero de agua y tés
silvestres y leonados buitres que sólo comen muérdago.
Pero él echó de menos el huerto azul con el
cielo blanco y el pozo verde y se durmió en la placidez del solitario deseo y
no vio pasar ni pájaro ni libertad. Y dijo: iré.
Ven, dijo ella, ven al hueco en mi regazo, al
sabor de mis pies azules escondidos tras los pliegues de tu aliento, al suave
duermevela de sedientos amantes, mi sed que no te abrase.
Pero él sintió nostalgia de la primavera y
del cielo de Turín, e imaginaba una lúcida habitación al pie de la cual estaba
el gato, y la dama lo observaba desde el desnudo balcón. Y dijo: voy.
Ven, dijo ella, ven aquí donde no hay remordimientos, ni vanas palabras, ni gritos sordos ni silencios. Aquí hay espejos
que no reflejan rostros muertos ni labios cerrados queriendo hacerse oír.
Y él sintió una lágrima rodando hacia una
teja rota vertiendo en gotera al pozo de su ausencia, y fue el dolor tan
grande como el sabor de la esperanza que es vida y es la nada.
Y fue.
jueves, 18 de octubre de 2012
SONETO 29
Limpiando mi caja de Pandora literaria he encontrado una vieja conferencia que me pidieron hace un par de años sobre qué libro me llevaría a una isla desierta y me he encontrado con la sorpresa de que osé en ella citar a Shakespeare (reproduzco abajo el fragmento). Una avalancha de recuerdos me ha venido encima al caer en la cuenta de que mi ejemplar de los sonetos quedó en el Sur, espero que por poco tiempo. Entretanto me he entretenido en buscar y he encontrado esta maravilla que inserto al final, precedida del texto inmortal.
Así espero hoy la medianoche, en que mi Vida volverá a su compás.
EL FRAGMENTO.
Así espero hoy la medianoche, en que mi Vida volverá a su compás.
EL FRAGMENTO.
Otras lenguas tienen otros privilegios, más
antiguos o más modernos, pero diferentes.
En la lengua francesa, que conozco mal, es, a mi juicio Stendahl quien
rompe moldes e inventa la estructura narrativa. En italiano lo fue Dante, mucho
tiempo antes, quien, en La Comedia, crea un mundo que engloba la poesía y el
arte de narrar, dos blancos de un tiro, por eso no hay nada como La Comedia.
En alemán es Goethe el que realiza este acto
innovador, y lo hace también en poesía y en narrativa, pero en la obra de
Goethe están ambas separadas, mientras que en la de Dante todo es uno y lo
mismo. En inglés es Shakespeare quien lo hace, y aquí debemos detenernos un
poco porque Shakespeare introduce otra variable en el sistema: el alma humana.
Shakespeare reinventa el hombre. Para el
escritor el hombre se había definido en tiempos de la tragedia griega. Estos
relatos, en los que lo divino se enlaza con lo humano para devenir mito y ser
experimentable en uno mismo, fijan el modelo del ser humano hace unos dos mil
quinientos años, y ese modelo se mantiene hasta que Shakespeare, en su
monumental obra dramática, reinventa el ser humano y le dota de emociones y
sentimientos que no existían en tiempo de los griegos, los celos, por ejemplo.
Y este ser humano sigue siendo el mismo, y de ahí el mérito del escritor
inglés.
Quiero citar otro logro de Shakespeare y es
el poético: olviden a Quevedo, a Juan Ramón, y a cualquier otro, en cualquier
lengua, incluido Dante Alighieri: nada hay como los sonetos de Shakespeare. Son
unos ciento cuarenta, leyendo uno cada día, diez minutos antes del desayuno, en
medio año habrán leído todos y habrán entendido qué cosa es la poesía.
EL TEXTO INMORTAL.
When, in disgrace with fortune and men's eyes,
I all alone beweep my outcast state
And trouble deaf heaven with my bootless cries
And look upon myself and curse my fate,
Wishing me like to one more rich in hope,
Featured like him, like him with friends possess'd,
Desiring this man's art and that man's scope,
With what I most enjoy contented least;
Yet in these thoughts myself almost despising,
Haply I think on thee, and then my state,
Like to the lark at break of day arising
From sullen earth, sings hymns at heaven's gate;
For thy sweet love remember'd such wealth brings
That then I scorn to change my state with kings.
I all alone beweep my outcast state
And trouble deaf heaven with my bootless cries
And look upon myself and curse my fate,
Wishing me like to one more rich in hope,
Featured like him, like him with friends possess'd,
Desiring this man's art and that man's scope,
With what I most enjoy contented least;
Yet in these thoughts myself almost despising,
Haply I think on thee, and then my state,
Like to the lark at break of day arising
From sullen earth, sings hymns at heaven's gate;
For thy sweet love remember'd such wealth brings
That then I scorn to change my state with kings.
LA MARAVILLA FINAL.
jueves, 27 de septiembre de 2012
LA CARRERA DE LOS COMPAÑEROS
Llegaremos. Todos le creyeron. Lo había dicho
el jefe, el hombre astuto de luenga cabellera. Se armaron y marcharon tras él.
Adonde fuera.
Embarcaron. Se hicieron a la mar. Soplaron
vientos propicios y soplaron malos vientos. Naufragaron una vez y otra. No les
importó. Siguieron adelante con el remo por bandera.
Llegaremos. Resonaban las palabras en sus
mentes y rondaba sus mentes la esperanza. No había El Dorado y no importaba.
El tesoro lo llevaban dentro.
Encallaron. Crujió la madera como el mismo
infierno. Chirriaron en sus goznes los palos y el velamen vino abajo. Pero aguantaron.
Rescataron las armas y saltaron a tierra.
Caminaron. Había lluvia y había barro, pero
avanzaron. Cada paso les acercaba un poco a la ciudad de Dios que los hombres
habían construído en la tierra.
Acamparon frente a las murallas. Invitaron a
los dioses a rendirse. Y se negaron a darles cuartel cuando rehúsaron. Tocaron
a degüello. Y atacaron.
Asediaron la ciudad. Derribaron las murallas.
Sintieron la fiebre del saqueo y la lujuria del fuego. Tiraron abajo el puente
e invocaron a los dioses que iban a morir.
Penetraron. Los dioses fueron presa del pánico.
Los hombres eran libres. No había rayos para ellos. Sólo Hefesto sonrió
haciendo un guiño al hombre astuto.
Hallaron el túnel que arrancaba de la cripta.
No había luz al otro lado. Pero lo recorrieron hasta la puerta que accedía a la
escalera de treinta y tres escalones.
Subieron y arriba el arcoíris alumbrando el faro fin del mundo.
LA CARRERA DE ULISES
Al sentir el primer obús Ulises corrió como
alma que persigue el diablo. Alejándose del resplandor, del humo y del
estruendo. Al otro lado.
Le zumbaban los oídos y lagrimaban sus ojos.
Tendido tras el parapeto trató de acomodarse a la situación: ellos tiraban, y
tiraban a dar. Y estaban dando en el puente.
El puente que él estaba cruzando un minuto
antes. El puente del arcoíris tendido hacia la libertad. El puente viejo como
el mundo. Lo estaban volando.
Había que cruzarlo antes. Tenía que salir,
correr, eludir las bombas, saltar los escombros, y llegar al otro lado. Entre
humos y explosiones, sin ver ni oír nada. A ciegas.
Había habido tres morterazos entretanto. Uno
al agua y dos más al puente, de lleno. Seguía en pie, pero no aguantaría mucho.
Tenía que darse prisa. Le iba la vida en ello.
Calculó la secuencia: bomba, pausa, pausa,
bomba….¡ahora! Ulises saltó y echó a correr protegiéndose los ojos con el
antebrazo, sorteando obstáculos, cadáveres casi todos.
Uno, dos, tres….ocho, nueve, ¡al suelo!, bum,
bum, ¡arriba!; uno, dos, tres….bum, bum, ¡arriba!, estaba ya a medio camino y
el viejo puente aguantaba, ¡arriba, un poco más!
Ya corría con los ojos cerrados, ya el humo
era fuego en su garganta, pero Ulises seguía adelante. Vio en sueños a Telémaco
llorando ante su tumba y a Penélope desposando a su enemigo. ¡No!, no podía acabar
así.
Dio el último salto y se sintió caer en
tierra firme a la par que oía el derrumbe del puente. Lo había logrado. El
llanto de su sueño le limpió ojos y garganta y se incorporó para mirar atrás.
Se había equivocado de orilla.
lunes, 3 de septiembre de 2012
AL ALBA, VIDA MÍA
Cu-cú,
cu-cú
Quien
fuera cuquillo
En la
mañana
Y
recibiera
De tus
labios
Aliento
Para
todo el día
Cu-cú,
miau-miau
Quien
fuera gatillo
En la
mañana
Y
recibiera
De tus
manos
Tersura
Para
todo el día
Miau-miau,
pam-pam
Quien
fuera ventana
En la
mañana
Y
recibiera
De tus
dedos
Un
toque
Para
todo el día
Pam-pam,
pam-pam
Fuera
yo el cuco
En la
mañana
Recibiendo
De tu
quietud
El
fuego
Para
mis días sin luna
Pam-pam,
cu-cú
Fueras
tú el fuego
En la
mañana
Recibiendo
El agua
toda
De mis
noches
Sin
luna
Cu-cú,
miau-miau
Fuera
yo risas
En la
mañana
Y
recibiera
La
noche toda
De tus
ojos
De luna
Miau-miau,
miau-miau
Fuera
yo luna
En la
mañana
Y
recibiera
La risa
toda
De tus
labios
De
fuego
Cu-cú,
miau-miau
Pam-pam,
pam-pam
Ya es
de mañana
Y yo te
diera
Noche,
fuego y risas
Para
tu cuello
De luna
sábado, 1 de septiembre de 2012
LANCELOT DU LAC
Para
la Amatxu, i.m.
Lanzarote del Lago se irguió sobre su caballo
y enfrentó con la mirada al caballero que custodiaba el puente. El otro no se
movió ni azuzó su montura. Lanzarote se mantuvo firme. No tenía ganas de luchar
más. Si era sólo hasta aquí hasta donde debía llegar, que así fuera. No pelearía
por cruzar más puentes.
Pero la regla lo exigía. Arribado al extremo
del camino y topado un caballero guardando puente, la regla exigía vencerlo y
cruzarlo en toda su luz, o morir en el intento. Lanzarote estaba saturado de sangre,
pero no parecía haber una salida. El otro no se inmutaba.
Abrió
la boca para decir algo pero se contuvo. Recordó las palabras de su preceptor
la primera vez que cabalgaron juntos: “Si tus palabras iluminan nuestra búsqueda de aventuras tal como la
ilumina el día, si tu
lenguaje es altivo como el venado, noble como el pavo real, humilde y sin
timidez como esos conejos, entonces habla.” (1) Optó por callar. Pero el otro también callaba.
Tenía que
hacer algo. No quería matar a ese hombre, no quería siquiera desarmarlo y
enviarlo a rendir pleitesía a su dama la Reina, seguramente ya cansada de
dádivas y presentes caballerescos, sedienta de amor real, aliento de pasión
humana.
Así era.
Pasión humana. Huir de esa pasión era lo que lo había traído hasta aquí, y
enfrentarla era lo que debía llevarlo de nuevo al nido que la Reina había
construído para ellos, para ambos, para los dos. Tenía que volver. Lo sabía
desde que tomaron Jerusalén, desde que tomó los hábitos sufís del guerrero que
mató en combate singular ante el santo sepulcro, que lo miró desafiante desde
su agonía y le señaló con la mirada la entrada de la cueva. Entra, si te
atreves, le dijo desde el azul de sus ojos moribundos. Y él entró.
El sepulcro
estaba vacío. Había un perro a su entrada, pero no lo guardaba. Había una
fuente a su lado, pero con tres caños. Y había una escalera tras una puerta
baja de madera, sin cerrojo, una escalera que bajaba al corazón de las
tinieblas. Se sentía como el Sol cuando deja la constelación del Canis Minor
para refugiarse en Aries y convertirse en el vengador del asesino del Maestro.
Cuando la eclíptica corta a los equinoccios y Aldebarán brilla como al comienzo
de los tiempos, y el Sagitario se hunde tras el Sol como Orfeo bajando al Hades
a encarar su destino, buscando.
Entró en el
túnel sin dudarlo. Si la Vida lo había puesto en ese lugar geométrico no era
para especular. Allí estaba su primer mar, el Cantábrico, con sus ocasos en los
que siempre al caer la Luz alumbra nuevas tierras, hasta Finisterre donde todo
acaba y quedan las aguas solas, y estaba la plaza de Central Station en Madras,
con sus muchedumbres apiladas como diez mil millones de hormigas y los niños
devorando el vómito del hermano, y la araña que danzaba su tela en el amanecer
del despacho asturiano diciéndole: no hay paraíso ni para mi ni para ti, estaba
el laberinto de Chartres con el coro gregoriano escondido tras la columna que
contiene todo el universo, estaban los espejos que no había mirado y los que le
habían mirado, estaba el viaje de Telémaco al oriente en busca de su padre,
estaba el hombre que escribió la primera frase en castellano, y la vela que le
iluminaba el rostro, y la sombra de la pluma que arrojaba esa vela, y la cera
derretida, estaban las promesas incumplidas, estaban los muertos clamando
venganza, estaban los puñales dormidos aguardando el final del invierno,
estaban los tréboles quemados y las velas de cáñamo infladas por el Euro
llevándole siempre a occidente, un poco, un poquito más.
Pero no
estaba su Reina, y él la quiso, y su deseo fue pasión. Había anochecido y el
caballero seguía en el mismo lugar, guardando el mismo puente. No había sido un
sueño. Lanzarote miró arriba y pronunció la palabra. Al instante una estrella
encendió el cielo y brilló fugazmente, como la chispa del pedernal, para que el
alma de ese hombre constelara en el espejo de sí misma.
Lanzarote
hizo dar vuelta a la montura, y picó espuelas.
(1): John Steinbeck: Los
hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros
jueves, 30 de agosto de 2012
¿QUIÉN NECESITA DOS PULMONES?
En su espléndido y utilísimo libro Cómo dejar de intentar dejar de fumar en un
fin de semana, Herbert Allesrauchen nos refiere una extraordinaria anécdota
protagonizada por su compatriota y colega Albert Einstein. Al parecer, en sus últimos
cursos en el MIT, el anciano profesor refería que “…esa noche me desperté de
nuevo con la constante gravitatoria en el centro del cerebro y, además, con
tremendas ganas de fumar. Estuve hora y media dando vueltas y vueltas en la
cama, pensando lo más agudamente que podía en el tema: levantarme, o no
hacerlo, en busca de mis cuadernos de ecuaciones y, sobre todo: ¿serían unos
pitillos de burley mezclado con virginia, o una buena pipa de cavendish a la
cereza con unas hebrillas de latakia? El problema era de los más agudos que he
enfrentado en mi vida, pues era consciente que de mi bienestar físico esa
madrugada dependían muchas cosas importantes. Me levanté antes del alba, y, en
contra de mi costumbre, opté por los pitillos y me concentré en la constante y
en su lugar en el tensor energía-impulso de las ecuaciones. Un par de horas y
seis pitos más tarde tenía un sistema que relacionaba el espacio-tiempo con la
energía y la cantidad de movimiento del universo, y sin necesidad de constante
gravitatoria alguna. Las atracciones entre los cuerpos pesados se explicaban
por las deformaciones locales del espacio, y la gravedad de Newton era un caso
particular cuando el espacio, localmente, se comporta como euclídeo. Una semana
después presenté el artículo que más tarde se conocería con el nombre de teoría
general de la relatividad.”
¿Imaginan dónde estaríamos ahora si Einstein
hubiera dejado de fumar una semana o unos años antes de este momento? No sólo
no habría viajes espaciales, tampoco energía solar, ni teléfonos móviles, ni
ordenadores, ni cirugía láser, ni música electrónica, y un largísimo etcétera sólo
comparable a una hipotética situación de la humanidad sin fuego.
Pero Einstein, hombre sobrio donde los
hubiera, era un sibarita pobre, capaz de apreciar el infinito placer de saciar
la sed con un vaso de agua ingerido despacito, de una gota de rocío arcoirisada
en el jazmín de la mañana, o de unas caladas suaves al pitillo liado con una
mezcla de tabacos ideada por nuestra experiencia dirigiendo a nuestra
inteligencia y a nuestra voluntad, trabajando todos a una.
Todas las decisiones importantes que he
tomado en la vida han sido precedidas por el encendido de un pitillo, amigo
fiel que nos ayuda a ver las cosas en su verdadera dimensión y a darles por
ello la importancia que tienen, que suele ser ninguna. Con ese desapego,
fumando el pito como si fuera el último, es imposible equivocarse. E la nave va…
miércoles, 22 de agosto de 2012
TE CONOCIERA DE TODA LA VIDA
Manolo Correcaminos hizo doble embrague y
comenzó la maniobra de salida de la autovía a ciento veinte y cuesta abajo. A
cien metros se presentía una curva cerrada a la derecha con sus señales de
reducción de velocidad hasta los recomendados cuarenta. Igual tengo que frenar
un poco ahora, anunció a su compañero mientras embragaba de nuevo y metía la
tercera, disfrutando al ver que el otro hacía una mueca de asombro. Entró en la
curva a ochenta pero ya bajando de vueltas, con un ligero temor de oír el chasquido
de una biela centrifugada. Pero el Ibiza aguantó. Y no llegó ni a picar el
freno.
Enfilaron la carretera de Mora más despacito,
que había que disfrutar el paisaje. Aquí empezó todo, recordó Manolo en voz
alta. Y a continuación pensó: hace ya tantos años. Se sintió joven y sonrió, y
el otro entendió la sonrisa como regocijo del presente.
Fueron directamente al castillo y dio las
últimas instrucciones a su ayudante: busca el ángulo, la distancia adecuada, la
perspectiva, el punto de vista lo es todo. Muévete tú, el zoom, como si no
existiera. No dudes en usar película menos sensible si necesitas más detalle,
ya forzaremos luego el revelado. Y deja que el disparo se escape, como si
estuvieras tirando al blanco, pues eso es precisamente lo que estarás haciendo,
pero el blanco es tu propio corazón. Alguna te saldrá buena, quizás, sentenció
para terminar.
Se fue caminando por la ribera, en busca del
lugar en que el río que porta las heladas aguas de la sierra encuentra a su
afluente con aguas del Escandón, que yace sólo a mil doscientos metros, y son
por tanto más cálidas. O menos heladas, si cabe. Sólo en el norte de Alemania y
en las fuentes del Ganga se había metido en aguas más frías, pero lo recordaba
con un estremecimiento que nada tenía que ver con la temperatura: allí Bronwyn
había salido de las profundidades de las aguas, y allí quedó él también
hechizado, hace ya tantos años, más que el propio autor de su diccionario de
símbolos.
Los tiempos del señor de la guerra habían
pasado pero el lugar permanecía virgen al tacto, inasible e inefable, como lo
había sido la otra vez. El mismo claro con la misma hierba, los mismos árboles
con las mismas hojas, revoloteando el cielo en un mar de ventiladores que
transformaban el calor en pura bendición. Allí ocurrió, allí ella dijo ven, y
él fue, cien metros de cauce pisando descalzo todos los cantos puntiagudos del
fondo, para acabar donde el agua era más cálida y más transparente, que no
pudiera ocultar nada del baño secreto. Volvió a sonreír.
Recogió a su colega, maravillado por la
resonancia de la sala húmeda del castillo, y satisfecho de que las imágenes
hubieran salido a su encuentro, como buscando la transmutación de la luz en la
química del revelado, donde Isis rendida desata su velo para mostrar la puerta
del gran arcano. Pasaron el hotel, en el que aquella otra vez durmió diez
noches breves, brevísimas, como las noches del que no tiene tiempo. En su
terraza había desgranado los días y planeado los siguientes, y había
contemplado durante horas las tormentas nocturnas del valle, gozando con el
resplandor de los rayos mágicos que Zeus le lanzaba. Allí había recibido el
mensaje, tras una de esas noches de tormenta: ven, y él pagó la cuenta y fue.
Tras el hotel estaba aún el monte de los
repetidores de fibra óptica, con su suave pendiente y sus verdes pinos sobre la
tierra de helechos. Esos pinos fueron los que aquel día le llamaron: ven, y
subió hasta muy arriba desde donde contempló el valle todo y supo que, pasara
lo que pasara, esa iba a ser su morada hasta la visita última de su muerte. Los
pinos que le hablaron seguían allí, creciendo, la primera pareja bien erguida,
cada cual con su copa, dando sombra a oriente o a occidente. La segunda pareja,
más recogida, era un hervidero de ramas entrelazadas a troncos indistinguibles.
Ambas parejas compartían raíces, pero en la
primera había dos pinos y en la segunda los dos que habían sido acabaron siendo
uno. Yo también he crecido, les dijo, como me mandasteis. Quemé mi esquife y
levanté un vergel donde antes todo era desierto. He vuelto para pagar la
factura. Esta vez fueron los pinos los que sonrieron, auspiciados por un soplo
de poniente, que hizo a los pájaros levantar vuelo. Acaba tu tarea, le
susurraron, que no está completa, acábala y luego vuelve y te mandaremos otra.
Retornaron a la carretera para volver al
pueblo. Les quedaban dos fotos por hacer, las dos luces. Una, el amanecer desde
la fuente del Cubillo, que veía todos los días, otra, el ocaso desde la ermita
templaria en la meseta del arcoíris donde sintió, el mismo día que se
conocieron, tantas ganas de abrazarla, que el mundo se quebró y sepultó en las
profundidades de esa tierra, abrupta, sobria, recia, hermosa.
Ese sería el sitio, allí volvía cada vez que
pasaba un hito en el camino, cada vez que ascendía un escalón en el sueño de
Jacob. Allí acudiría por última vez para su danza postrera, y la muerte se
sentaría para verle, y él danzaría como araña su tela, danzaría sus triunfos y
sus derrotas, sus felicidades y sus desamparos, sus asombros y sus incredulidades.
Y el viento será suave y dulce, y el sol no
le quemará desde su occidente, ni aún al enfrentarlo cara a cara, pues ya no lo
verá más, ni despierto ni en sueños, cuando alargue la mano y abrace al primer
pino, ese pino que desde siempre estuvo ahí, creciendo en su interior.
sábado, 18 de agosto de 2012
LUNA NUEVA EN LEO
El silencio
me ha sobrecogido
esta mañana,
y tus palabras fueron así
duras y frías como el acero.
No importa,
pero no puedo templar ese acero,
como no pude con el de Botha.
El viento es mucho y cálido,
pero tú duermes
mientras yo sueño,
y no puedo revenir ese acero,
como no pude con el de Banja Luka.
Tampoco están los gatos,
ladrones de alegrías,
soñadores de días,
y no puedo recocer ese acero,
como no puedo contarte
dónde voy en las noches sin luna.
Pero si tú no lo preguntas
el arco reenciende y se ceba.
Cuando la mujer llora,
o grita,
o duerme,
la pregunta nunca es: ¿por qué?
No sé, mi Amor,
cual es la pregunta,
pero tengo, tenemos,
la respuesta.
sábado, 11 de agosto de 2012
UN POEMA DE LAUGHLIN
Where does she go
when she closes her eyes
when we are making love?
She is there by my side
yet she isn´t there
If I touch her she trembles
but says nothing
One night I asked her
where it was she travelled
This time she smiled and
answered don´t be worried
I´ll never be far from you
the land I visit
Is the land of the poems
you have written for me.
UN POEMA DE CORTÁZAR
Ahora escribo pájaros.
No los veo venir, no los elijo,
de golpe están ahí, son esto,
una bandada de palabras
posándose
una
a
una
en los alambres de la página,
chirriando, picoteando, lluvia de alas
y yo sin pan que darles, solamente
dejándolos venir. Tal vez
sea eso un árbol
o tal vez
el amor.
martes, 7 de agosto de 2012
REFLEXIÓN ANTE UNA GOTA DE SANGRE
El aldabonazo lo irritó.
Siguió leyendo a la luz de la lumbre hasta que sonó el segundo, y éste lo
inquietó. Llevó los ojos al manuscrito, a sabiendas de que no podría
concentrarse y, como temía, hubo un tercer golpe. Entonces escuchó con mucha
atención pero con menos esperanza que la de Pandora al hacer el equipaje. No
hubo más.
Se levantó despacio y
marchó hacia la puerta. Al otro lado un hombre con gorro frigio le tendió la
mano. Él la estrechó y reconoció los signos. Le franqueó el paso sin mediar
palabra y el otro entró. Sólo tras cerrar la puerta y ofrecer asiento al
visitante se presentaron. El café y un poco de conversación trivial les
llevaron al motivo de la visita. Va a haber una iniciación, dijo el hombre con
el gorro frigio entre las manos. Queremos que sea en tu casa. Asintió en
silencio y condujo al hombre a los aposentos que desde hacía años tenía
asignados para esta ocasión. Después volvió a la biblioteca, desechó el volumen
en el que había trabajado y escogió La Ilíada. El gato lo miró y le hizo un
guiño.
Al día siguiente,
mientras trabajaba en el jardín, llegó el segundo hombre. Soy el Orador, dijo
como presentación, y fiscal soberano del cuarto grado del Magisterio. Le
condujo a los aposentos de la planta alta y después les mostró el templo a los
dos visitantes. Así se ocuparían ellos de los preparativos y le dejarían en
paz. Otros trabajos le reclamaban.
La noche era de luna
nueva en Aries, la luna de nisán, y en ella llegó el tercer hombre. Soy el Cubridor,
anunció, aunque a estas alturas él ya lo sabía. Ahora pasaba casi todo el
tiempo en la cocina. Entregado al más noble de los oficios de la construcción,
dar sin recibir. Los otros recogían el muérdago y destilaban el licopodio, las
vías que les habían sido trazadas.
A mediodía en punto del
otro día apareció el cuarto hombre, el Hermano Terrible. Lo llevó a la mejor de
las habitaciones y le facilitó el manuscrito con los viejos rituales. El
Experto se instaló en la biblioteca para estudiarlos desgranándolos hasta la
médula.
El quinto día llegó el
Hermano Hospitalario con el tronco de la Viuda. Se saludaron con afecto. Habían
pasado muchos años pero parecía que hubiera sido una semana antes que se
hubieran despedido. El Hospitalario le hizo compañía en la cocina, y no
corrigió ni uno solo de los pésimos cortes que daba a pepinos y zanahorias para
adornar las ensaladas.
El sábado llegó el sexto
hombre. Los otros cinco visitantes le saludaron con veneración y él sonrío al
ver a su viejo amigo velándose en la sombra. Maestro, dijo, con una ligera
inclinación de cabeza sin dejar de mirar sus ojos. Que la Luz sea contigo,
respondió el otro, y se dirigió al templo sin atender la escalera de subida a
los aposentos reservados.
El séptimo día
descansaron y después llegó la mujer. El Hermano Terrible la recibió y la condujo a la Cámara secreta. La
ceremonia duró tres horas y al terminar la nueva Hermana invocó al espíritu
ante su cadáver mientras los Hermanos Vigilantes le pedían que se levantara.
Pero se mantuvo firme y no cedió a la tentación.
Desde la primera capa de
nubes miró abajo y vio a la mujer rubia recogiendo la pirámide. Ella también
sonreía. Se habían emplazado doscientos mil años más tarde ante las
estalactitas del Monasterio de Piedra y ambos sabían que él estaría allí,
esperándola.
Ahora era su turno de
construir el camino.
domingo, 22 de julio de 2012
CRÓNICAS INDIAS. ANEJO 1.
Histórica filmación de Baldomero Buñuelo en la época en que, tras naufragar la nave en la que viajaba con Miguel Sandocán, arribó a Madras la víspera de que la ciudad fuera bombardeada por el Emden.
domingo, 8 de julio de 2012
1995
A veces el dolor es
grande y se va haciendo más grande y asistimos como a un desfile de dolores que
vienen y se van pero el dolor se queda. Anida. La vida se va haciendo más y más
pequeña y el dolor lo puede todo. No es un sentimiento, no es un nervio, es una
energía desbordada que acaba en la cascada de nuestra pequeña vida y lo anega
todo en un baño de sangre. La sangre es el dolor, la sangre vertida en todos
los valles y en todas las riberas en las que alguna vez nos paramos y miramos
atrás. Desde la atalaya vemos la vida como los dioses ven el dolor humano, pero
desde los muelles y los caminos que han sido y han marcado rumbos en nuestras
vidas la luz no existe y solo está el dolor.
Sabemos lo que hicimos y
por qué lo hicimos y la razón nos exime de culpa, pero el eterno retorno de los
sueños nos dice muy veladamente que la razón es sólo una parte, y no la
definitiva. El dolor perdura y nos recuerda que la conciencia sólo crece en el
pozo que se hunde hasta el corazón de la tierra seca como el fuego, pero que
allí sí quema hasta los últimos rescoldos de nuestra felicidad. Las llamas
purifican y por eso tienen que doler.
Y aún puede ser peor: cuando
intuimos, cuando sabemos que la horrible mañana de un domingo cualquiera puede
ser la antesala de la tarde y la noche más terrible, como cuando el diablo se
decide a cruzar el arcoíris del fin del mundo.
Así fue hace diecisiete
años, y ahora el dolor vuelve. Vuelve de noche, y vuelve también de día. Los
fantasmas rondan la casa, la toman y la ceden, como la ciudad de entonces. Nos
matarán y nos echarán al fondo de la tierra para olvidar que ni siquiera el
dolor pudo con ellos.
Pero nos sobreponemos.
Los corazones renacen y el dolor remite. Siempre es así, todos los años. Sueño
los ojos de angustia infinita de la mujer al separarse de su hombre, que esa
noche estaba muerto, y ambos lo sabían. Sueño los ojos asombrados del niño que
no sentía más que el ruido y que esa tarde ya no tenía piernas. Sueño la mujer
expulsada de su casa vertiendo lágrimas por el futuro sin futuro de sus hijos,
a sabiendas de que en cuanto cruzara la frontera la iban a matar, y algo peor.
Sueño la sonrisa del hombre que voló un bar de copas para avisarme lo que me
iba a ocurrir si no me iba. Y vivo, sobre todo vivo mi dolor y mi rabia cuando
antes de pasar el control del aeropuerto de Split me volví y pensé que aún
estaba a tiempo de quedarme y luchar. Pero no lo hice.
Tengo todavía las tres
fotos del horror en Mostar durante mi primer fin de semana. Y la carta que la
madre de mi intérprete bosnia me mandó desde Málaga cuando llegó con el
pasaporte que yo le había tramitado. Recuerdo la sonrisa triunfal del aduanero
cuando le di la tercera botella de whisky y me dejó pasar sin abrir el maletero
que escondía a la mujer sin casa. Y, sobre todo, recuerdo aquella mañana de
domingo en el campo de refugiados de Dubrovnic cuando el pastor vasco que había
militado en la Armilla me enseñó cómo curar el dolor: el tropel de niños,
limpios como el agua de la fosa séptica que vertía en sus lavabos, que se le
acercaron corriendo, y el amor infinito con el que, uno a uno, los levantaba y
los lanzaba al aire, para recoger suavemente su caída con sus brazos fuertes y
tiernos, que también habían matado. La vida es así.
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