Al sentir el primer obús Ulises corrió como
alma que persigue el diablo. Alejándose del resplandor, del humo y del
estruendo. Al otro lado.
Le zumbaban los oídos y lagrimaban sus ojos.
Tendido tras el parapeto trató de acomodarse a la situación: ellos tiraban, y
tiraban a dar. Y estaban dando en el puente.
El puente que él estaba cruzando un minuto
antes. El puente del arcoíris tendido hacia la libertad. El puente viejo como
el mundo. Lo estaban volando.
Había que cruzarlo antes. Tenía que salir,
correr, eludir las bombas, saltar los escombros, y llegar al otro lado. Entre
humos y explosiones, sin ver ni oír nada. A ciegas.
Había habido tres morterazos entretanto. Uno
al agua y dos más al puente, de lleno. Seguía en pie, pero no aguantaría mucho.
Tenía que darse prisa. Le iba la vida en ello.
Calculó la secuencia: bomba, pausa, pausa,
bomba….¡ahora! Ulises saltó y echó a correr protegiéndose los ojos con el
antebrazo, sorteando obstáculos, cadáveres casi todos.
Uno, dos, tres….ocho, nueve, ¡al suelo!, bum,
bum, ¡arriba!; uno, dos, tres….bum, bum, ¡arriba!, estaba ya a medio camino y
el viejo puente aguantaba, ¡arriba, un poco más!
Ya corría con los ojos cerrados, ya el humo
era fuego en su garganta, pero Ulises seguía adelante. Vio en sueños a Telémaco
llorando ante su tumba y a Penélope desposando a su enemigo. ¡No!, no podía acabar
así.
Dio el último salto y se sintió caer en
tierra firme a la par que oía el derrumbe del puente. Lo había logrado. El
llanto de su sueño le limpió ojos y garganta y se incorporó para mirar atrás.
Se había equivocado de orilla.