Yo tomaba café amargo desde el Metropole en
place De Brouckère escuchando a Schubert pero cuando te conocí, Vida mía, y supe de la
dulzura de tus labios y de la dulzura de tu vientre y que eras abeja incansablemente
trabajando el panal de rica y dulce miel que yo tomaba en mis labios para soñar
en los tuyos y salíamos sin que hubiera fiesta con zapatos de tacón y tu mirada
era dulce y cavábamos el jardín para que fuera manantial de flores dulces y
limpiábamos los pisos sin que hiciera falta cera porque tu sonrisa era dulce y
las noches eran dulces y las mañanas eran dulces y todo era contigo y era dulce
dulce dulce tres veces dulce y empalagoso como la Muerte. Por eso, Amor mío, me
vuelvo al café amargo. Como la Vida misma.