martes, 17 de abril de 2012

LA PRIMERA PROVOCACIÓN

¿Es la Francmasonería el modelo de espacio de reflexión ética del siglo XXI?

Reducimos el mundo, los hechos, a proposiciones lógicas, de acuerdo con el racionalismo del llamado siglo de las luces. Toda visión del mundo, en la descripción científica, puede ser reducida a proposiciones lógicas, toda teoría del funcionamiento del mundo puede reducirse a estructuras lógicas del tipo “si p es cierto, entonces q es cierto” o “ lo contrario de p es cierto si y sólo si q es cierto y r es cierto”. La lógica es la ciencia del razonar, y está perfectamente desarrollada. En filosofía nos lleva, para nuestro deleite, a paradojas como la del barbero de Russell; en pura lógica matemática, desafortunadamente, no es así. Ahí todo está perfectamente estructurado dando lugar a logros tales como la teoría de algoritmos o la de máquinas de Turing.

Wittgenstein lleva el tema al límite al postular que todo lo que podemos decir (pensar) del mundo, de los hechos del mundo, puede ser expresado mediante proposiciones o enunciados lógicos. Y así también la matemática, como metalenguaje, la física, como desarrollo matemático, y, en general, las otras ciencias de lo humano. Todo es formulable, o reducible, a enunciados de los que podemos inferir, dadas unas hipótesis de trabajo, si son verdaderos o falsos. Esto es aplicable a los hechos del mundo. Pero la ética –y la estética- no son, para Wittgenstein, hechos del mundo, y el razonamiento que sobre dichas materias se puede hacer sólo llega a lo relativo, a lo subjetivo, por ejemplo, a preguntar: ¿este coche es bueno? Sobre esto podemos construir un entramado lógico en el que formular preguntas y encontrar respuestas coherentes. Pero si vamos a lo absoluto, si nos preguntamos: ¿los derechos humanos son buenos? la cosa se complica y entramos en un terreno por todas partes resbaladizo en el que hemos de hacer equilibrios sin cesar para no caer. Y equilibrios de funambulista, porque no tenemos, desde un punto de vista lógico, dónde agarrarnos.

Necesitamos, si queremos razonar en lógica, una hipótesis de trabajo, que aceptamos como cierta y trabajamos a partir de ella, pero que, éticamente, nos deja indiferentes: nos da igual que la velocidad de la luz sea o no constante, por ejemplo. Pero en ética la asunción de cualquier hipótesis de trabajo no nos va a ser indiferente, siempre va a tocarnos el corazón. Por eso es importante entretenerse en delimitar el campo de lo ético y el campo de los hechos del mundo. Podemos aceptar los valores constitucionales o no hacerlo, y eso, ¿es banal o de verdad importa? Podemos aceptar o no los derechos humanos y eso ¿es banal o de verdad importa? Yo percibo una diferencia entre ambas cuestiones, que espero los HH\comprendan, aunque no compartan.


En todo caso es obvio que aquí la lógica no sirve. Creo que toda construcción ética propiamente dicha se realiza después de La república de Platón, y de modo parecido a como sucede con el mito de la caverna, lo que se propone no es lógico, no es logos, porque no puede ser pensado, no puede ser enunciado con proposiciones lógicas, no puede ser dicho, pero sí que puede salvar la barrera de la inefabilidad mediante el recurso a lo simbólico, que siempre, recordémoslo, tiene múltiples lecturas. Lo que pueda haber de lógica en un mito es refutable, pero el resto no, pues no es un hecho en el mundo, aunque sí es un hecho en el hombre.

Pero lo que como V\M\ de una R\L\ me preocupa es la perspectiva que se les puede dar de la francmasonería como un espacio de reflexión ética a los que acaban de llegar a nuestra Orden. Porque el camino masónico es muy largo y al principio es inevitable la percepción de contradicciones, reales o aparentes, en la doctrina, entendiendo por tal el tesoro masónico perceptible en los símbolos, en los rituales, en los propios Hermanos. Y digo esto a sabiendas de que yo mismo estoy al principio de mi carrera masónica, y que hay secretos que no me han sido confiados y que soy yo mismo y sólo yo el que ha de desvelar los misterios, iluminando con mi mirada perfeccionada el rostro oculto de Isis.

Porque, ¿cómo se puede reflexionar sobre la ètica? Me refiero a reflexionar constructivamente, no a especular. Especular solamente es estéril, es mirarnos en el espejo a nosotros mismos hablando cómodamente al orden y depositando en el tronco de la viuda la quinta parte de lo que gastamos en el ágape. Todavía no he entrado a definir qué es ético para mí, pero esto desde luego no. Cierto que especular, como dice la cita al principio de nuestro libro de arquitectura, también es mirar todo desde la atalaya, desde donde lo miran los propios dioses.

Con reflexionar nos referimos a aplicar a algo la razón, el logos, y, por ende, el lenguaje. Razonamiento y lenguaje van tan unidos como mazo y cincel. Volviendo a Wittgenstein reiteremos que el razonamiento lógico sólo puede referirse a los hechos del mundo, que son expresables mediante proposiciones. Es decir se trata de un razonamiento sin símbolos (no llamemos símbolos a los signos del lenguaje de la lógica), de un razonamiento asim-bólico, de un razonamiento dia-bálico, de un razonamiento diabólico en el que las dos mitades de la moneda se arrojan en direcciones opuestas para que de ninguna forma puedan unirse y reconstruir la moneda original, es decir, vivir el símbolo.

En su conferencia sobre ética dada en Cambridge hacia 1930, Wittgenstein demuestra que en todas las expresiones éticas que entrañen un valor absoluto, o un juicio de valores, subyace un mal uso del lenguaje. Y que, por tanto, para tratar de ética es preciso arremeter contra los límites del lenguaje, contra las paredes de nuestra propia jaula, lo que resulta absolutamente deseperanzado. Y que la ética, en tanto surge de la necesidad de hacer juicios de valor sobre las acciones humanas, no puede ser una ciencia, ni puede ser una rama de la filosofía, pues lo que pueda decir la ética no añade nada a nuestro conocimiento del mundo en sentido estricto.


Por consiguiente la ética está en el límite del lenguaje y la reflexión sobre ella también está en el límite del lenguaje, es decir, en el no-lenguaje, es decir, en el silencio y en el símbolo. Silencio versus lenguaje, símbolo versus razonamiento lógico. Es la meditación sobre los símbolos lo que nos permite la reflexión ética, pero una meditación que no es mero razonamiento lógico, que no puede serlo. Es la asimilación de lo simbólico, su vivencia y su incorporación a nuestro inventario humano, el consciente y el inconsciente. Y ¿cómo hacerlo? Cada cual debe hallar su método, pero es ciertamente un camino y no una tarea personal y única. Sólo mejorándonos a nosotros mismos podemos mejorar el mundo. Sólo tiene sentido el método masónico para mejorarnos a nosotros mismos. El resto viene por añadidura, pero el resto no es especular estérilmente, sino que es el ejemplo, la acción. “Por sus hechos los reconoceréis”, pero también “lo que haces te hace”. Luego es un proceso de realimentación, que nos mejora y mejora el mundo, o sea, los hechos sobre los que sí se puede reflexionar con lógica. De esta forma nuestro mensaje a la sociedad ha de estar basado en nuestros actos, nuestros hechos, sobre los que la sociedad profana sí es capaz de razonar y sacar conclusiones.

Este es el tema de trabajo que propongo en esta R\L\ para este curso. No lo he planificado plancha a plancha. He preferido recuperar la tradición de dejar libertad para que los HH\ trabajen a su aire, en la confianza de que los MM\ del taller sabremos dar el do de pecho y mostrar, clara y contundentemente, a AA\ y CC\, cómo el método funciona y la iniciación, debidamente trabajada, tiene un sentido ineludible que lleva a lo que todos aspiramos: la luz, la libertad, la fraternidad. Este es mi desafío para este curso. Si lo conseguimos habremos dado un paso más adelante en la brillante historia de nuestra logia. Si no, habré fracasado por elegir una forma de dirigir los trabajos que me desbordara. Sé que cuento con vosotros, Queridos Hermanos, y que seremos una pequeña, sencilla y contundente granada.

UN TEXTO DE ALBERT CAMUS

Los dioses habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la cima de una montaña desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.
Si se ha de creer a Hornero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales. No obstante, según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en ello contradicción. Difieren las opiniones sobre los motivos que le llevaron a convertirse en el trabajador inútil de los infiernos. Se le reprocha, ante todo, alguna ligereza con los dioses. Reveló los secretos de éstos. Egina, hija de Asopo, fue raptada por Júpiter. Al padre le asombró esa desaparición y se quejó a Sísifo. Este, que conocía el rapto, se ofreció a informar sobre él a Asopo con la condición de que diese agua a la ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a los rayos celestiales. Por ello le castigaron enviándole al infierno. Hornero nos cuenta también que Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de su; imperio desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien liberó a la Muerte de las manos de su vencedor.
Se dice también que Sísifo, cuando estaba a punto de morir, quiso imprudentemente poner a prueba el amor de su esposa. Le ordenó que arrojara su cuerpo insepulto en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí, irritado por una obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el permiso para volver a la tierra con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió a ver el rostro de este mundo, a gustar del agua y del sol, de las piedras cálidas y del mar, ya no quiso volver a la oscuridad infernal. Los llamamientos, las iras y las advertencias no sirvieron de nada. Vivió muchos años más ante la curva del golfo, la mar brillante y las sonrisas de la tierra. Fue necesario un decreto de los dioses. Mercurio bajó a la tierra a coger al audaz por el cuello, le apartó de sus goces y le llevó por la fuerza a los infiernos, donde estaba ya preparada su roca.
Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser se dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra. No se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. Los mitos están hechos para que la imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces cómo la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volver a subirla hasta las cimas, y baja de nuevo a la llanura.
Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra. Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá jamás. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca.
Si este mito es trágico lo es porque su protagonista tiene conciencia. ¿En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su propósito? El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico sino en los raros momentos en que se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde, conoce toda la magnitud de su miserable condición: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no se venza con el desprecio.
Por lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría. Esta palabra no está de más. Sigo imaginándome a Sísifo volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la felicidad se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poder sobrellevarla. Son nuestras noches de Getsemaní. Pero las verdades aplastantes perecen de ser reconocidas. Así, Edipo obedece primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento en que sabe. Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que el único vínculo que le une al mundo es la mano fresca de una muchacha. Entonces resuena una frase desmesurada: "A pesar de tantas pruebas, mi avanzada edad y la grandezade mi alma me hacen juzgar que todo está bien". El Edipo de Sófocles, como el Kirilov de Dostoievski, da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua coincide con el heroísmo moderno.
No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la felicidad. "¡ Eh, cómo! ¿Por caminos tan estrechos...?" Pero no hay más que un mundo. La felicidad y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. Sería un error decir que la dicha nace forzosamente del descubrimiento absurdo. Sucede también que la sensación de lo absurdo nace de la dicha. "Juzgo que todo está bien", dice Edipo, y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo feroz y limitado del nombre. Enseña que todo no es ni ha sido agotado. Expulsa de este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y la afición a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres.
Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo, el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos. En el universo súbitamente devuelto a su silencio se elevan las mil vocecitas maravilladas de la tierra. Llamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice "sí" y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos, no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierte en su destino, creado por él, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando.
Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. El también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada fragmento mineral de esta montaña llena de oscuridad, forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo feliz.

CRÓNICAS INDIAS. ANEJO 2.

Tras el bombardeo Baldomero Buñuelo se cuela de polizón en el buque corsario, donde encuentra a Manolo Correcaminos. Ambos desembarcan en la isla de Diego García y fundan un ashram, en el que imparten lecciones magistrales a las que asisten personalidades como el dalai lama y lord Mountbatten. De uno de estos cursos es la presente filmación: