domingo, 26 de noviembre de 2006

SUCEDIÓ EN MI LOGIA


Helios conduce su cuádriga de oriente a occidente, trazando la carrera del día. Por sus orígenes está subordinado a divinidades lunares, lo que es propio de la temprana mitología griega y, antes de que Apolo tomara su lugar como dios de la armonía y de la luz, el sol era secundario en relación con la luna. Helios ni siquiera es olímpico, sólo es hijo de un titán (Hiperión).

Faetón es uno de los siete hijos que tiene con la ninfa Roda (otro es Actis, fundador de Heliópolis, capital del bajo Egipto antes de serlo Menfis). Faetón, en su infancia, era muy criticado por hacerse nombrar "hijo del sol" y al llegar a la adolescencia parte en busca de su padre al descubrir la divinidad de ese sol del que se sabe hijo.

Helios rebosa felicidad al hallar a su hijo y le promete lo que desee. Faetón pide conducir un día el carro solar, para mostrar a sus hermanas sus habilidades, deseo alentado por su propia madre, todas ellas de carácter lunar. Helios se opone pero termina cediendo ante la insistencia de su hijo. Las hermanas preparan el tiro de la cuádriga y Faetón arranca pero no tiene fuerza ni habilidad para manejar el carro, que es llevado muy alto, provocando heladas en la tierra, y luego demasiado bajo, causando incendios. Zeus, enfurecido, lanza el rayo que arroja a Faetón a la tierra donde es consumido por las llamas.

Analicemos esto a fondo. Helios simboliza al sol que da lugar a las estaciones, la agricultura, la productividad de la tierra. La mitología griega traspone siempre la productividad exterior en productividad interior: los frutos vegetales simbolizan estados del alma o del espíritu.

Faetón sale en busca de su padre cuando, llegado a la adolescencia, se da cuenta de sus facultades, de ser depositario de algo divino, y de poder hacer uso de ello. Va a buscar al padre para averiguar cómo es este hacer uso de lo divino que hay en él, es decir, cómo utilizar sus capacidades solares, sus capacidades productivas. Faetón quiere producir, pues. Si hubiera sido hijo de Apolo, sus cualidades solares serían las de la armonía, del perfeccionamiento espiritual. Pero al ser hijo de Helios su cualidad solar es externa, y así lo es también su ansia productiva: va desde fuera hacia adentro, y no brota de la raiz del ser para trascenderlo en el mundo.

Pero es que además Faetón comienza su búsqueda del padre impulsado por los insultos y desconfianzas de sus conciudadanos. Así, su impulso productivo no es espiritual, sino que tiene su origen en el deseo de brillar y de imponerse en el mundo. Es un impulso vanidoso.

Así cuando Faetón pide a su padre la promesa de concederle lo que desee, no le parece mucho pedir las riendas del carro solar, cegada su inteligencia al creer que con querer basta para poder. El sol es luz, calor y fertilidad. Faetón tiene derecho a querer dar a los hombres esta luz y esta fertilidad. Pero como mortal que es debe recibir primero la iluminación espiritual y luego dejarse trascender por ella y reflejarla para iluminar el mundo. Esto es proceder de dentro hacia fuera, siguiendo la vía iniciática.

Pero la vanidad de Faetón le hace eludir todo paso intermedio en su ambición por dar al mundo, y con sus solas fuerzas, la fuente de toda luz. La vanidad le lleva a ponerse a la altura de su padre, ser divino e inmortal que simboliza el ciclo sin fin de iluminación y fecundación. No se conforma con ser el hijo mortal de un dios, quiere Faetón igualarse a la divinidad y creer que esto es posible es el exceso de vanidad del ser con mediocres ambiciones espirituales: querer iluminar espiritualmente, querer ser un guía espiritual, creerse capaz de combatir el error y llegar a ambicionar la salvación del mundo (del mundo de cada cual).

La productividad bien entendida es, como hemos dicho, la formación de uno mismo. Si no somos perseverantes en esta formación perdemos el norte, y cuando la productividad interior no es suficiente empezamos, erróneamente, a buscar la obra externa antes de haber acabado la interna, y es el triunfo de la vanidad.

El caballo simboliza el deseo impetuoso, pero el caballo alado, como los del carro de Helios, simboliza el deseo elevado, el deseo que ha sido pulido y transformado de metal impuro en anhelo solar y aúreo. Antes de pretender guiar la cuádriga Faetón hubiera debido aprender a domar los caballos, a pulir sus propias aspiraciones.

Helios pide a su hijo que renuncie a su desbocado deseo, pero Faetón no escucha la voz de su padre, el dios solar, el espíritu. Como siglos después escribiera Schiller: contra la insensatez los propios dioses luchan en vano. Helios cede el paso a Faetón, el espíritu es impotente frente al deseo absurdo, frente al velo de la ignorancia, y se produce la tragedia. Faetón arranca el carro y hace surgir al sol, pero esta verdad que Faetón trae se aparta de su camino natural pues la hoja de ruta de Faetón es la del error. El carro se acerca demasiado a la tierra, la verdad que trae Faetón está contaminada de metal terrestre y la luz se transforma en llama devoradora que en vez de fecundar incendia la tierra.

Zeus, símbolo supremo del espíritu, lanza el rayo. El relámpago iluminador, que es esclarecimiento espiritual, se transforma, si este espíritu es ultrajado, en el rayo que todo los destruye. Con él Faetón es arrojado del carro y del camino de la luz, cayendo a tierra y pereciendo en las llamas que él mismo ha producido.

Las llamas se expanden y abrasan la tierra y sus habitantes. Faetón no es el único en sufrir el castigo. El error se expande, el error esencial, el error sobre el sentido de la vida, expresado por el espíritu falso, echa raices en los hombres y los confunde. El error separa arbitrariamente a los hombres, o bien los agrupa parcialmente en su deseo erróneo y destructivo, que deviene así fanatismo.

Y este error esencial, sobre el sentido de la vida, creado por el deseo vanidoso del falso héroe del espíritu, de naturaleza improductiva, es transformado en destrucción y sufrimiento que pueden alcanzar el mundo entero, formando un círculo vicioso a través de las generaciones. Alerta, pues.