miércoles, 1 de diciembre de 2010

CAMPOS DE SORIA

Hoy ha seguido nevando pero entre mediodía y el ocaso el tiempo ha dado tregua, lo que hemos aprovechado para movernos, que de eso se trata en todo viaje, más en este. Camino de Soria paramos en el alto de Villaciervos, a más de mil metros, donde la blancura nos invade por completo. La nevada no es muy alta, y el blanco alterna con el marrón de las hierbas que sobresalen por encima. El tiempo nuboso impide ver las montañas, y nos sentimos envueltos por una cúpula de blancura, nieve en la tierra, nubes en el cielo, niebla en el horizonte, que reduce el mundo a los 500 metros a donde alcanza la vista y que, por la maravilla de la ósmosis, capaz de purificar hasta el agua más salada, permite que el color blanco entre en nuestras almas y se remanse en ellas. La vivencia es de paz, íntegra, casi absoluta.....algo le falta para realmente ser absoluta, y no sé qué es, pero me reafirmo en la sensación que tuve a mitad de la etapa prólogo, cuando algo en mí se rompió, algo físico, y síquico, y espiritual, y supe que estaba bien así, que no había que recoger los trocitos para emprender nada nuevo con ellos, que la pieza central del puzzle era en realidad un hueco, y que ese hueco recién se estaba creando. A su alrededor, como en los cuadrados mágicos de 49 piezas, podía girar el universo entero.

El paseo por la vieja Soria fue tal como lo hubiera imaginado si en ello me hubiese entretenido. Ahí también todo era apacible, los viejos olmos deshojados me hacían guiños sin parar, las voces de Gustavo, de Antonio, de Gerardo, susurraban tras cada esquina. El sábado viene el Betis a jugar con el Numancia, pero ese día ya estaré lejos. ¡Qué contraste! ¡Qué lejos me parece el Guadalquivir, parco en aguas frente al viejo Duero! Recuerdo los versos del Hermano, Oh Soria....y el entrañable jardín de la calle Dueñas donde yo también he olido florecer al limonero.

Pero Soria, sobre todo, es románica, como lo es Andorra; mas aquí es todo más sobrio y más profundo. Las viejas iglesias que hemos visitado no tienen iluminación artificial, de modo que son como eran hace mil años y más. Como el día está nublado casi no se ve nada en su interior, y como además estamos solos en cuanto dejamos de caminar y nos sentamos el silencio, íntegro, casi absoluto, trata de tomar posesión de nosotros para transmitirnos Eso de lo cual solo Él puede ser vehículo, Eso que somos y está bien adentro. La mente, como siempre, se asusta, y para protegerse produce ese peculiar zumbido que impide el acceso del Silencio. No es otra cosa nuestra Búsqueda, y me siento como si fuera pequeño, pequeño.....

Y para compensar el ayuno del mediodía decidimos que la cena sea de sopa castellana y cochinillo al horno, que el cuerpo también debe tener su alimento. Me voy, pues, en paz y en silencio, al ansiado apetitivo.

DE ANDORRA LA VELLA AL BURGO DE OSMA

La nevada continuó con suavidad durante toda la mañana, impregnando el aire, la tierra y el espíritu. Pasado mediodía se transformó en lluvia y luego en silencio, pero para entonces ya habíamos bajado mucho de cota y estábamos en Lérida.

Cuando pasamos por Zaragoza íbamos bien retrasados y ya era de noche. La Z-40 se comportó muy bien, como uno espera de un distribuidor de tráfico en España: nos equivocamos tres veces, y solo tras otras tantas medias vueltas o vueltas completas a despistadas rotondas, fue que conseguimos enfilar la carretera de Soria.

Otro tanto había pasado unos días antes para salir de Barcelona, donde la ciudad había luchado, con similares armas, para tratar de que no marcháramos. Allí completamos muchas más rotondas, con indicadores contradictorios, tratando de intuir cual sería el verdadero antes de entrar equivocadamente en una autopista sin cambios de sentido. Pero fue en Zaragoza cuando entendí por qué la guía de carreteras del año 2009 que había comprado el día antes de la partida, tenía, precisamente, precio de saldo. Le faltó poco para echarse a volar por la ventanilla, juro que si no la ayudé fue por motivos ecológicos. La sombra del GPS planea sobre mi, pero seguiré resistiendo: una cosa son tres euros en inútiles mapas de papel y otra 300 en una voz capaz de meterme por caminos de cabra sin perder su flema ni un instante.

El trayecto, en fin, fue de los más duros de mi vida al volante, nueve horas para algo que en verano y de día habría hecho en la mitad o menos. Saliendo de Huesca, tras una pequeña subida, apareció la niebla, voraz, que durante unos 30 km nos obligó al paso de la tortuga, que no caracol. Más adelante un cartel anunció que estábamos en puerto de montaña a 1000 metros de altura. Aquello era como un sueño infernal, pero a cero grados.

Ya en Soria las condiciones mejoraron y pudimos coger velocidad, completando la etapa sin más novedad y llegando a destino a tiempo para el aperitivo y la cena que, como juré el día anterior, fue frugal: huevos con papas y beicon. Mañana será otro día.