jueves, 20 de enero de 2011

SARAH





Mi querida amiga, Amor mío:

No hay espejos en mi casa, como sabes, y bien que nos divertíamos en los hoteles del río y la montaña al vernos reflejados y saber que allí no podíamos, porque no hay espejos en mi casa. Tú decías que es por mi borgiano pensamiento laberíntico y yo reía y decía que tú eras Dylan Thomas british style. No lo aguantabas y me arrojabas la manzana, yo la miraba y te decía que ese era el sentido de todo laberinto: ser esférico, circular, y entonces todo empezaba otra vez entre nosotros y éramos dos para ser solo uno.

Estabas aquí, conmigo, esta mañana, soñándote mientras besabas mi espalda y recorrías con tu lengua sabrosa los pliegues de mi columna deteniéndote justamente ahí donde nace la serpiente. Yo me volvía y te besaba y te decía riendo que fuéramos a mirarnos, tal somos, al espejo del baño y al del dormitorio en el que me veo ahora, mientras esto escribo, pero solo.

Solo. En esta suite que te esperaba, que quería saber de ti, que te echa de menos, que sufre porque querría haber cambiado cartas y que tú fueras la que estuviera aquí, y yo en el infinito, mirándote y sabiéndote capaz de ser feliz.

Pero te tocó a ti, Amor, Amor mío, te tocó a ti. Ella está aquí ahora, a mi izquierda, casi al alcance de mi brazo extendido, pero no....y sonriendo me dice que todavía no ha venido a por mi. Sé que eso es bastante, sé que es lo que tú esperas de mi, allí donde estés, pero se me hace tan, tan difícil. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la Vida sin ti? No, no lo sé.

Me miro en el espejo. Un matecoca en una mano y un pitillo en la otra. Sin mi whisky, sin tu whiskey, solo y sobrio, en el quinto pino, ante el espejo, mi mismo. Te recuerdo como en la fotografía, sol atrás, vino blanco, labios codiciosos, cabello rojo como mi fuego, sonrisa cómplice, no sabías, ojos tan tuyos y tan grises como la loba que fuiste para este oso torpe que te ama más que a su propia vida.

Pero, ¿eres? ¿o eres sombra en una sombra que es la mía? No lo sé, Amor mío, pero sí que si hay un cielo tú me lo diste, y si una felicidad contigo la he vivido. Vuelve, vuelve a mi, Amor mío, desde tu cielo, vuelve como mi Beatrice a tu Dante, dame con un guiño una esperanza. Una mirada, un beso tuyo en mi espalda desnuda, convertirán a este Goethe que nunca he sido en el Ulises que siempre Dante fue. Lo sabíamos, hazlo realidad, ahora, ahora.

Sin ti no soy nada, Amor mío, polvo, polvo. Sé que no estás, pero sé que puedes soplar en este polvo que soy y convertirlo en la rosa que Tú eres.