Soñé con tu jardín de amanecidas. No sabía,
no intuía, dónde estaba. Pero era hermoso el sueño, y me quedé en él. Y era
radiante y tenía luz, mucha luz, que pintaba en el suelo sombras de colores que
se tragaban las malas yerbas. Y había una escalera vieja y gris, de 24
escalones. Y llevaba a una puerta que era como la entrada a un cielo. Entré y
un soplo de aire fresco me recibió en la cara porque el beso lo pusiste tú en
mis labios, con dulzura, con serenidad, con templanza, con cariño. Yo quise
más, pero no lo dije. Y me quedé sin miel, sin garza, sin alas, sin tu amor.
La otra puerta del jardín daba al valle
custodiado por los molinos de mi espíritu ayudados por quijotes que desde las
empinadas lomas de los montes vigilaban para que el desamor no entrara. Pero el
viento se volvió agrio y llevó simiente de mala hierba a los valles que se
anegaron de lágrimas y derribaron a los gigantes custodios, que no estaban bien
enraizados. La maldad entró en el valle y se abrió paso hasta el jardín donde
estabas tú, erguida y con tu mano levantada para parar el aluvión. Y entonces
desperté. Y en mi mesilla estaba tu rosa recién abierta para mí.