lunes, 6 de diciembre de 2010

FINISTERRE

Por Santiago hay que pasear indiferente al mal tiempo, como los ingleses y los rusos. Aceptado esto encontramos una ciudad cuya parte vieja, aunque mercantilmente adaptada a las masas, conserva un aire natural que permite vivirla como si no hubiera comercio ni turismo. La afluencia de bares y restaurantes no precisamente orientados a turistas tiene mucho que ver con ello, y a pesar del corto tiempo que aquí he estado creo que estoy en lo cierto. La comunidad estudiantil, probablemente, aporta la otra mitad de la naranja.

Por la tarde continuamos hacia el oeste hasta que ya no podemos más, pues la tierra llega a su fin. Finisterre es un cabo alargado hacia el sur, cuyo último pueblo se llama, curiosamente, san Roque. El día está lluvioso pero fieles a su cita, Sol y Luna, en Sagitario, se sumergen juntos, muy juntos, como uno dentro de la otra, en las agitadas aguas del Oceáno. No se ve nada, todo es gris y lluvia, pero yo siento que están ahí, descendiendo. Su gravedad se transmite perfectamente a mis centros nerviosos, donde por mi parte he dejado bien dispuesto, arreglado, perfumado y envuelto, todo aquello que las dos luces deben llevarse consigo al fondo del mar.

La noche cae muy lentamente, a pesar de lo gris del día el ocaso parece ser eterno. Y yo me voy sintiendo liberado de un lastre que no permitía a la red ocupar su lugar justo entre dos aguas. Ahora sí, ahí queda, a la espera, con el lastre justo para que no se mueva de su profundidad tan trabajosamente ajustada.

Y así estoy yo, en tierra, pensando si será lenguado o merluza. No da igual, pero sea lo que sea, que sea a la gloria de Tu nombre.