miércoles, 18 de mayo de 2011

CABO ESPARTEL





El viaje a Tánger fue relámpago. Hace tiempo me lo habría tomado con más calma, pero ahora siento tanta nostalgia de casa que me alegré de que el patrón prefiera que cuanto más rápido, mejor. Pobrecito mi patrón....

Cumplido el trámite profesional por la mañana llamé un taxi para mis secuaces con instrucciones de pasearles por la ciudad hasta la cena. Y yo le dije a mi chófer que me llevara a Cabo Espartel.

Hacía más de cuarenta años que allí estuve. Los accesos habían cambiado mucho, pero el sitio era el mismo. El lugar en el que el aíta me ofreció montar un dromedario y yo no tuve napias pa decirle no. El lugar en el que sentí el miedo por segunda vez en mi vida, el miedo de verdad, el miedo a la muerte. Cabo Espartel, nueve años sobre un camello y Tarifa al otro lado. En otro sitio de este blog conté cómo fue el día antes.

Y ahora estaba allí, sin miedo, sabiendo que al otro lado de esa columna están los Hermanos que me quieren, mucho. Yo en Escila, ellos en Caribdis. Recordé las palabras de la Hermana unos días antes, cuando se presentía el amanecer pero la tensión del momento doblegó las palabras y el cansancio nos hizo tomar unas horas de reposo.

Recordé mi vida. La he recapitulado tantas veces que ya la he olvidado, pero fantasmas nuevos llegaron en esta ocasión a poblar mi mente. Fantasmas nuevos, pero antiguos, era la primera vez que llegaban de esta forma. Me resultó tan duro que me volví para pedir a mi chófer que me buscara un peta, pero lo vi lejos, lejos, compartiendo el té (y el kif, seguro), con los colegas. Lo dejé estar.

Encendí mi pipa con tabaco inglés y pensé en lo que yo era y en lo que no. Me sobrecogió el vacío, y estar solo me resultó insoportable, pero aguanté. Ninguna mano iba a acariciar la mía, esta vez. Pensé en todos los seres que he amado, pensé en todos los humanos que he amado, pensé. En Isabel, en Sonia, en Cristina, en la chica canadiense cuyo nombre nunca supe, en Mariajo, en Maite, en Itziar,... y ahí me detuve.

Si siempre he amado la soledad, ¿a qué lamentarme ahora de ello? Si siempre he querido estar solo (pero libre, sic Cyrano de Bergerac), ¿por qué renunciar ahora a ese privilegio? Si echo de menos una mano en la mía ¿por qué desearlo? Si sé que la vida es renuncia y resignación (¡qué descubrimiento de palabra!), ¿por qué tratar de forzar otra cosa?

La mar fluía y el tiempo se iba. La ceniza de mi pipa marcaba un silencio que había que asumir. La primavera se consagraba en esta sala de espera sin esperanza (sic J. Sabina), el verano está próximo y no promete nada más que el salario de un curso más duro que el anterior. La mar fluía y yo me sentí allí con ella. Fluyendo a donde me lleve la ventura.

Pero a ti.