lunes, 2 de diciembre de 2013

ESPINA



Mi hermano recorrió, al fin este camino, que serpea calladamente entre los robles que amarillo cenicienta se reflejan en el río.

Mi hermano navegó, sin viento, sobre esas aguas que devuelven espumosas la esperanza de un día, de un ayer, de un momento.

Mi hermano forjó, callado, con el fuelle aventado por el canto dulce, triste y presuroso como el fuego escondido de tu alma.

Mi hermano silbó, lágrima viva, al apagarse su vida entre los labios que no habían nunca hollado su mirada.

Mi hermano sintió, como yo, que ni somos ni lo fuimos nunca más que el polvo errante al fondo del camino.

Mi hermano sonrió, al amor, y fundiéronse budas y giocondas al son del tambor de primavera, paso a paso y tiempo cero.

Mi hermano volvió, del exilio, para llorar en Soria y en Segovia y en Baeza y en Sevilla, como yo ahora, lo hago en Huesca.

Mi hermano y yo, de la mano, escribimos un día un verso triste que la vida tornó en luz, esperanza, felicidad ida.

Mi hermano se fue, para siempre, y se llevó consigo el deje azul de tu mirada en lontananza, y me dejó la suya, enamorada.

Y yo miré adentro, a mi hermano, y sentí que poseía, en el mío, la misma espina con la que su corazón ya nunca más fue corazón solo.