(Los hombres son libres y la vida humana comienza al otro lado de la desesperación, J.P. Sartre, Las moscas)
En su despacho Ulises repasa los hexámetros de la Ilíada y escucha a Vangelis. Sabe que no podrá aguantar hasta el eclipse, sabe que la luna ya lo se lo ha comido. Pero espera.
Sabe que ya está en el laberinto, nuevo, y que es un callejón sin más salida que al Amor o a la Muerte. Sabe que no más termine de escribir esto se enfrentará a la primera de las pruebas, y que ya no cabe demorarlo. Se ha sentado para escribir su pasión y ya no hay más flujo que el teléfono.
Y tiene miedo. El miedo viejo de todos los hombres, el miedo nuevo ante la Voz. Ulises, el astuto, tiembla, enciende un pitillo, mira la nevera y dice: después. Y el miedo sigue.
El miedo le puede y demora el momento, sigue escribiendo, lo que sea, con tal de no parar, mas sabiendo que no hay tiempo, se le echa encima, ya la luna entra en Sagitario.
Busca otra canción, mira el reloj, desea que sea más temprano, pero ya no hay salida. Se vuelve, mira el reloj de nuevo, se alegra de que no haya espejos, piensa que qué más da si ya está en el laberinto. Se siente Minotauro y Teseo a un tiempo, y de pronto la tormenta se aclara porque ve, como hace una semana vio, unos ojos azules que le invitan a seguir. Llega Telémaco y mira sorprendido a su padre. Ulises se decide y marca el teléfono.
Y la Voz estaba, y contestó.
Y Ulises supo que había llegado.