jueves, 10 de junio de 2010

EL TALLER

Ellos han ansiado el poder y siguen haciéndolo, aun ostentándolo, pues se han entregado al mismo y se han sentido investidos por él desde que llegaron a los talleres. Nosotros no podemos hacer nada, ni siquiera pactar la preservación de la Luz, pues con el poder no se puede pactar, ya que el pacto sería el compromiso del débil, que arriesga lo único que tiene, con el fuerte que nada pierde al incumplirlo, y que al hacerlo así ni siquiera puede quedar deshonrado por unos principios de los que nada ha comprendido en su intento de rápida trascendencia.

Así instauran una cultura mandarinesca y sin entrañas, culminación de un pecado de intelectualidad moderna que trata de mostrar a los poderosos como primeros padres de los hombres y mujeres del taller, toda vez que no han sabido engendrarlos, tal vez porque no han sabido reconstruirse a sí mismos.

La consecuencia ha sido que han forzado a los obreros a renunciar a la razón, no ya a la razón dialéctica, sino a la razón de Heráclito y de Anaximandro, a la razón que se hace la primera pregunta filosófica, la primera pregunta con sentido. Pero como no se puede vivir sin razón (como la razón no tiene sentido si no enamora a la vida) ha habido que recurrir a la razón restringida, como mediación y como consuelo. Y en vez de tener como fundamento la amarga medicina de Heráclito que nos despierta para entrar en razón, nuestro edificio tiene que plegarse a ser la medicina suave que da fuerzas, que mantiene mientras sea posible, pero que también señala un límite que a la postre no será respetado por los ostentadores del poder.

Y el obrero va a fracasar frente al poder, su tragedia es que puede, en el mejor de los casos, someter la historia a esa razón restringida a la que ha tenido que entregarse por estar la otra secuestrada por el poder. Por eso solo podrá garantizar a la razón su media vida entre el poder y el estruendo del mundo, pues la razón entera, como la verdad entera, evadidas del secuestro, ya no son de este mundo.

El obrero ha comenzado a hablar en los talleres según que los sabios, clásicos, se iban apagando. Pues ya no queda el antiguo sabio oriental y griego, el sabio modelo de quietud y aplacamiento, ese resquicio modesto por donde se filtra la luz del mundo en una luz más pura....el filósofo de la Caverna.

Sin el apoyo de dicha sabiduría el poder se ha opuesto al obrero, que es lo único que puede combatirlo, y para ello el obrero ha de estar siempre trampeando con el poder, siempre a vueltas con él, siempre en un límite peligroso por ser pequeña la distancia entre el poder y el enfrentamiento que el obrero soporta. Por ello será grande la tentación que algunos sentirán de intentarlo, de tratar de arrebatar el poder a los que lo ostentan, sin que para nada sirva la experiencia de los intentos de los otros que terminaron en amargo fracaso.

El obrero tendrá que buscar la Luz en otra parte, lejos del taller en el que la lluvia generó tanta humedad que extinguió las luces. Y ello devendrá una Odisea tras la que recuperará la antigua fe de Heráclito de la razón como medida entre contrarios, como armonía entre contrarios. Razón que es medida y armonía, verdadera medida que no puede encontrarse en un dogma, sino en un obrero concreto que percibe con su armonía interior la armonía del mundo.

Se trata, pues, de un arte. La ética se resuelve en estética y como toda estética resulta inefable. Es esta ética una razón impersonal que no deja lugar a preguntas sobre la injusticia del poder. La razón ha quedado desvalida y por ello ya no se diferencia de la vida, coincide con ella y por lo mismo no sirve ni para explicarla ni para trascenderla, todo lo más para soportarla. Dignamente. Lo más parecido a la libertad personal, pero más conmovedor porque su horizonte se mantiene lejano y por ello abierto, siendo así una dignidad a la desesperada. Ante la inexorabilidad de la muerte y del poder humano se encuentra, entre una fe que se extingue y otra que llega, la razón nuestra, la Razón desvalida.