martes, 10 de septiembre de 2024

Noli me tangere (III)

 

Las otras dos figuras femeninas en la parte derecha de la composición están acompañadas de un ángel con vestimenta blanca. La interpretación oficial de la escena es que se trata de otras dos mujeres, de las muchas que el día de la resurrección del Cristo pasan por los jardines de José de Arimatea. En cuanto al ángel, custodia el sepulcro vacío armado con una espada flamígera.

Así, al pie de la letra, no cabe disparate mayor. Este ángel carece de armas, y, además, no ostenta una actitud más guardiana que la de un portero de una finca de Valencia. Está allí como que a verlas pasar. Yo diría que lo que hace el ángel es dar salida de la cueva, en cuya entrada está sentado, a las mujeres, que salen portando cálices como el que exhibe María de Magdala en la otra parte del cuadro.

Así pues, se trata de tres cálices benditos por un ángel. No pueden ser más que los licores de la fuerza, la inteligencia y el amor. ¿Qué otros podrían ser? Y, de ellos, ¿cuál es el que María ofrece a Jesús y cuales los que portan las otras dos mujeres? El licor del cáliz de María no puede ser otro que el del amor, pues tanto la inteligencia como la fuerza se necesitan mutuamente, y ninguna de ellas puede lucir sola. Pero el amor no necesita nada más, es luz en sí mismo y de sí mismo. Ese es el regalo de María a Jesús. Es ese amor el que permite la resurrección de la carne.


 

Y, además, sobre el monte en cuyo pie se encuentra el supuesto sepulcro hay tres cruces. Si fueran las de la triple crucifixión de la luna de nisán, resultaría que los ejecutados habrían descendido, desde allí mismo, hasta las profundidades de la tierra, para allí realizar su búsqueda sulfurosa, es decir, del azufre, o del agua fuerte. En todo caso, habría habido una triple resurrección, lo que explicaría que en total haya tres mujeres con tres cálices, pero ¿dónde están los otros dos resurrectos?

No pueden estar más que en el propio cuerpo del Cristo, que así encarnaría la triple resurrección de la carne, del alma y del espíritu. Estaríamos, pues, ante el desvelo del misterio de misterios, pero la historia se quedaría corta -por no explicarse cómo se accede a esta resurrección, cómo se conquista la inmortalidad- si no fuera porque las tres cruces que hay sobre el Gólgota -si de él se trata- están, las tres, y no solo una, iluminadas por el sol del crepúsculo, el cual no es propiamente visible en el cuadro, está solo presentido, velado. Pero es suficientemente real como para que haya viento fuerte y como para que las aves se desplieguen por el aire…a pesar del viento.

Y a pesar también del ángel custodio que carece de espada flamígera, pero es capaz y digno de tenerla. Que probablemente la tiene, aunque no la porte en esta escena, por no precisarla, ya sea que guarde el interior de la tierra en donde se produce el licor de la inmortalidad, ya sea que guarde un sepulcro vacío. ¿No será un alter ego del que custodiaba el paraíso terrenal, tras la caída de los primeros padres? Desde este punto de vista, es como si el fin de los tiempos se uniera al comienzo, es como una circunferencia que se cierra. Un faciet exolvuntur en toda regla. La danza de Shiva y Parvati. El acto creativo por excelencia. ¿Noli me tangere? Así llegamos a lo que sí se toca, llegamos a la rosa.