miércoles, 26 de diciembre de 2012

El Silencio






Un dos tres…ooops, un dos tres…ooops, al tercer jalón el cordel quedó enganchado y Ulises se incorporó. Ahora tocaba tensar el arco, lo más difícil. Lo haría también en tres veces, tal le había enseñado su maestro de kyudo. Pero no estaban en el dojo, sino en sala cerrada repleta de enemigos que querían matarlo. Muchos enemigos con muchos metales. Había que ser muy rápido y muy preciso.

La cercanía del cordel a la nariz le trajo aroma de pino y su mente se disparó. Fue entre pinos que durmió la noche tras la última cena con Calipso. Soñó todo lo que había de pasarle en el viaje de retorno, y a pesar de ello embarcó al día siguiente.

Todo se consumó tal si hubiera sido predicho por la misma Sibila. Pero él había aguantado y al fin arribado a su isla. Sano y salvo, aunque sin los compañeros. Como ocurría en el sueño.

Y ahora era la hora de la verdad. Ulises comenzó el primer jalón y el aroma se desvaneció. El sonido del cordel al tensarse fue como tañido de arpa. Y trajo más recuerdos.

Así había cantado Circe para él, antes de ofrecerle la inmortalidad. En la noche tras el rechazo Ulises volvió a soñar. Soñó que los peligros no terminaban con el viaje, que había otros esperándole en su isla, tan grandes como los del mar, a pesar de ser humanos. Pero ignoró el agüero y se hizo otra vez a la mar.

Sintiendo el cordel entre los dedos Ulises dudó si había hecho bien. Si detrás de cada gran hazaña hay otra esperando antes de cobrar la recompensa, ¿no estaría en un laberinto? Sintió más temor de esta posibilidad que de los enemigos en el salón, que ya lo estaban reconociendo. Ya no había marcha atrás.

El roce del cordel al iniciar el segundo jalón le recordó la textura del vestido de Nausicaa, que apenas llegó a rozar entre sus dedos. En el sueño de aquella madrugada, tras relatar su realidad a los feacios, vio los peligros que le aguardaban si conseguía desenmascarar a los enemigos. Su padre, su propia Penélope, estaban más lejos de lo que la cercanía física aparentaba. Otra tarea sin cosechar la anterior, más del laberinto. Pero Ulises siguió adelante.

Y hasta aquí había llegado. El sonido opaco del tercer jalón rememoró el chasquido que le despertó en la playa de su isla. Su último sueño. En él vio y vivió lo que habría de suceder de superar las pruebas de los sueños anteriores. Vio al enemigo último, el más íntimo, cual cuchillo en la garganta, el más real, cual sueño de Escipión. Cuanto antes mejor, pensó para sí.

El tiro estaba listo. No había nada que apuntar, le había dicho el maestro de kyudo al comienzo de su aprendizaje. No hay mira ni alza en el arco. El tiro sale solo.

Ulises clavó la mirada en la punta de la flecha. El blanco quedó desenfocado, como tenía que ser. Concentró su ser. El blanco no importaba, ni el vuelo de la flecha, ni acertarle o no. El tiro era la vida y la flecha se fue, directa, al centro del blanco de su propio corazón.

Y el hombre viejo murió para que naciera el hombre nuevo.
  

martes, 4 de diciembre de 2012

CARICIAS DE MI GATO






cuando tú me dices, Amor,
cuando me ronda tu alegría,
y hay abrazos y me busca
algo del fondo en tu corazón

cuando veo pasar tu sombra
por delante tu sonrisa
que me rindió en el sitio,
me disipó otros vuelos

cuando imaginas la palabra
prohibida del futuro y me
la dices y hay una ternura
infinita lontananza de tus ojos

cuando lo piensas y lo dices
cuando lo sientes y lo dices
cuando preguntas y lo dices
cuando dices, yo soy

pero cuando marea baja
y el silencio, y no hay
sonrisa, y no te veo
y no te escucho

y no hay nada, pero duele
y no lo dices, y no sé
si lo sientes o piensas
y no sé si preguntas

si hay preguntas en la vida
si hay vida, sin preguntas
no sé, mi Amor, no lo sé
cuando no dices, no soy

martes, 20 de noviembre de 2012

DÁMELO EL RÍO






Dame tu frío, Amor, dámelo entero, que yo lo haga mío y lo deposite sobre las aguas para que se lo lleve el río.

El río de mi vida, Amor, el mismo río que acá me trajo, que me disolvió en las entrañas de la tierra en que moraba.

La misma tierra, Amor, la misma tierra que mañana habrá de cobijarme, el mismo fuego, Amor, que tú prendiste.

Aquí lo tienes, Vida, te lo devuelvo. Lo he cambiado de forma, pero te lo devuelvo. Con forma de camino.

En línea recta, mi Vida, recoge el frío. Ahora es de acero, Amor, y está templado, y en línea recta te lleva al túnel.

El mismo túnel, Amor, el mismo río. La misma Vida que tú me diste yo la he cambiado y ahora es un río.

No hay meta, Amor, cuando no hay Vida. No hay Vida, Amor, cuando no hay río. Yo la he cambiado, Vida,  y ahora es un túnel.

Ahora es un túnel, templado acero, ahora es un río. Ahora es la tierra, ahora es el fuego, dámelo entero.

Dámelo ahora, Amor, dámelo ahora. Dame la tierra, Amor, dámela ahora, entra en mi túnel y prende el fuego.

Que no se lo lleve el río.

lunes, 22 de octubre de 2012

ANOCHE PAVESE ME HIZO UN GUIÑO







Ven, dijo ella, ven a tu hueco en el nido, al jardín de mis delicias, a esta tierra de rocas pero de agua y tés silvestres y leonados buitres que sólo comen muérdago.

Pero él echó de menos el huerto azul con el cielo blanco y el pozo verde y se durmió en la placidez del solitario deseo y no vio pasar ni pájaro ni libertad. Y dijo: iré.

Ven, dijo ella, ven al hueco en mi regazo, al sabor de mis pies azules escondidos tras los pliegues de tu aliento, al suave duermevela de sedientos amantes, mi sed que no te abrase.

Pero él sintió nostalgia de la primavera y del cielo de Turín, e imaginaba una lúcida habitación al pie de la cual estaba el gato, y la dama lo observaba desde el desnudo balcón. Y dijo: voy.

Ven, dijo ella, ven aquí donde no hay remordimientos, ni vanas palabras, ni gritos sordos ni silencios. Aquí hay espejos que no reflejan rostros muertos ni labios cerrados queriendo hacerse oír.

Y él sintió una lágrima rodando hacia una teja rota vertiendo en gotera al pozo de su ausencia, y fue el dolor tan grande como el sabor de la esperanza que es vida y es la nada.

Y fue.




jueves, 18 de octubre de 2012

SONETO 29

Limpiando mi caja de Pandora literaria he encontrado una vieja conferencia que me pidieron hace un par de años sobre qué libro me llevaría a una isla desierta y me he encontrado con la sorpresa de que osé en ella citar a Shakespeare (reproduzco abajo el fragmento). Una avalancha de recuerdos me ha venido encima al caer en la cuenta de que mi ejemplar de los sonetos quedó en el Sur, espero que por poco tiempo. Entretanto me he entretenido en buscar y he encontrado esta maravilla que inserto al final, precedida del texto inmortal.

Así espero hoy la medianoche, en que mi Vida volverá a su compás.


EL FRAGMENTO.



Otras lenguas tienen otros privilegios, más antiguos o más modernos, pero diferentes.  En la lengua francesa, que conozco mal, es, a mi juicio Stendahl quien rompe moldes e inventa la estructura narrativa. En italiano lo fue Dante, mucho tiempo antes, quien, en La Comedia, crea un mundo que engloba la poesía y el arte de narrar, dos blancos de un tiro, por eso no hay nada como La Comedia.

En alemán es Goethe el que realiza este acto innovador, y lo hace también en poesía y en narrativa, pero en la obra de Goethe están ambas separadas, mientras que en la de Dante todo es uno y lo mismo. En inglés es Shakespeare quien lo hace, y aquí debemos detenernos un poco porque Shakespeare introduce otra variable en el sistema: el alma humana.

Shakespeare reinventa el hombre. Para el escritor el hombre se había definido en tiempos de la tragedia griega. Estos relatos, en los que lo divino se enlaza con lo humano para devenir mito y ser experimentable en uno mismo, fijan el modelo del ser humano hace unos dos mil quinientos años, y ese modelo se mantiene hasta que Shakespeare, en su monumental obra dramática, reinventa el ser humano y le dota de emociones y sentimientos que no existían en tiempo de los griegos, los celos, por ejemplo. Y este ser humano sigue siendo el mismo, y de ahí el mérito del escritor inglés.

Quiero citar otro logro de Shakespeare y es el poético: olviden a Quevedo, a Juan Ramón, y a cualquier otro, en cualquier lengua, incluido Dante Alighieri: nada hay como los sonetos de Shakespeare. Son unos ciento cuarenta, leyendo uno cada día, diez minutos antes del desayuno, en medio año habrán leído todos y habrán entendido qué cosa es la poesía.


EL TEXTO INMORTAL.

When, in disgrace with fortune and men's eyes,
I all alone beweep my outcast state
And trouble deaf heaven with my bootless cries
And look upon myself and curse my fate,
Wishing me like to one more rich in hope,
Featured like him, like him with friends possess'd,
Desiring this man's art and that man's scope,
With what I most enjoy contented least;
Yet in these thoughts myself almost despising,
Haply I think on thee, and then my state,
Like to the lark at break of day arising
From sullen earth, sings hymns at heaven's gate;
For thy sweet love remember'd such wealth brings
That then I scorn to change my state with kings.  


LA MARAVILLA FINAL.

jueves, 27 de septiembre de 2012

LA CARRERA DE LOS COMPAÑEROS




Llegaremos. Todos le creyeron. Lo había dicho el jefe, el hombre astuto de luenga cabellera. Se armaron y marcharon tras él. Adonde fuera.

Embarcaron. Se hicieron a la mar. Soplaron vientos propicios y soplaron malos vientos. Naufragaron una vez y otra. No les importó. Siguieron adelante con el remo por bandera.

Llegaremos. Resonaban las palabras en sus mentes y rondaba sus mentes la esperanza. No había El Dorado y no importaba. El tesoro lo llevaban dentro.

Encallaron. Crujió la madera como el mismo infierno. Chirriaron en sus goznes los palos y el velamen vino abajo. Pero aguantaron. Rescataron las armas y saltaron a tierra.

Caminaron. Había lluvia y había barro, pero avanzaron. Cada paso les acercaba un poco a la ciudad de Dios que los hombres habían construído en la tierra.

Acamparon frente a las murallas. Invitaron a los dioses a rendirse. Y se negaron a darles cuartel cuando rehúsaron. Tocaron a degüello. Y atacaron.  

Asediaron la ciudad. Derribaron las murallas. Sintieron la fiebre del saqueo y la lujuria del fuego. Tiraron abajo el puente e invocaron a los dioses que iban a morir.

Penetraron. Los dioses fueron presa del pánico. Los hombres eran libres. No había rayos para ellos. Sólo Hefesto sonrió haciendo un guiño al hombre astuto.

Hallaron el túnel que arrancaba de la cripta. No había luz al otro lado. Pero lo recorrieron hasta la puerta que accedía a la escalera de treinta y tres escalones.

Subieron y arriba el arcoíris  alumbrando el faro fin del mundo.

LA CARRERA DE ULISES








Al sentir el primer obús Ulises corrió como alma que persigue el diablo. Alejándose del resplandor, del humo y del estruendo. Al otro lado.

Le zumbaban los oídos y lagrimaban sus ojos. Tendido tras el parapeto trató de acomodarse a la situación: ellos tiraban, y tiraban a dar. Y estaban dando en el puente.

El puente que él estaba cruzando un minuto antes. El puente del arcoíris tendido hacia la libertad. El puente viejo como el mundo. Lo estaban volando.

Había que cruzarlo antes. Tenía que salir, correr, eludir las bombas, saltar los escombros, y llegar al otro lado. Entre humos y explosiones, sin ver ni oír nada. A ciegas.

Había habido tres morterazos entretanto. Uno al agua y dos más al puente, de lleno. Seguía en pie, pero no aguantaría mucho. Tenía que darse prisa. Le iba la vida en ello.

Calculó la secuencia: bomba, pausa, pausa, bomba….¡ahora! Ulises saltó y echó a correr protegiéndose los ojos con el antebrazo, sorteando obstáculos, cadáveres casi todos.

Uno, dos, tres….ocho, nueve, ¡al suelo!, bum, bum, ¡arriba!; uno, dos, tres….bum, bum, ¡arriba!, estaba ya a medio camino y el viejo puente aguantaba, ¡arriba, un poco más!

Ya corría con los ojos cerrados, ya el humo era fuego en su garganta, pero Ulises seguía adelante. Vio en sueños a Telémaco llorando ante su tumba y a Penélope desposando a su enemigo. ¡No!, no podía acabar así.

Dio el último salto y se sintió caer en tierra firme a la par que oía el derrumbe del puente. Lo había logrado. El llanto de su sueño le limpió ojos y garganta y se incorporó para mirar atrás.

Se había equivocado de orilla.




lunes, 3 de septiembre de 2012

AL ALBA, VIDA MÍA




Cu-cú, cu-cú
Quien fuera cuquillo
En la mañana
Y recibiera
De tus labios
Aliento
Para todo el día

Cu-cú, miau-miau
Quien fuera gatillo
En la mañana
Y recibiera
De tus manos
Tersura
Para todo el día

Miau-miau, pam-pam
Quien fuera ventana
En la mañana
Y recibiera
De tus dedos
Un toque
Para todo el día

Pam-pam, pam-pam
Fuera yo el cuco
En la mañana
Recibiendo
De tu quietud
El fuego
Para mis días sin luna

Pam-pam, cu-cú
Fueras tú el fuego
En la mañana
Recibiendo
El agua toda
De mis noches
Sin luna

Cu-cú, miau-miau
Fuera yo risas
En la mañana
Y recibiera
La noche toda
De tus ojos
De luna

Miau-miau, miau-miau
Fuera yo luna
En la mañana
Y recibiera
La risa toda
De tus labios
De fuego

Cu-cú, miau-miau
Pam-pam, pam-pam
Ya es de mañana
Y yo te diera
Noche, fuego y risas
Para tu cuello
De luna

sábado, 1 de septiembre de 2012

LANCELOT DU LAC




                                                                                                       Para la Amatxu, i.m.

Lanzarote del Lago se irguió sobre su caballo y enfrentó con la mirada al caballero que custodiaba el puente. El otro no se movió ni azuzó su montura. Lanzarote se mantuvo firme. No tenía ganas de luchar más. Si era sólo hasta aquí hasta donde debía llegar, que así fuera. No pelearía por cruzar más puentes.

Pero la regla lo exigía. Arribado al extremo del camino y topado un caballero guardando puente, la regla exigía vencerlo y cruzarlo en toda su luz, o morir en el intento. Lanzarote estaba saturado de sangre, pero no parecía haber una salida. El otro no se inmutaba.

Abrió la boca para decir algo pero se contuvo. Recordó las palabras de su preceptor la primera vez que cabalgaron juntos: “Si tus palabras iluminan nuestra búsqueda de aventuras tal como la ilumina el día, si tu lenguaje es altivo como el venado, noble como el pavo real, humilde y sin timidez como esos conejos, entonces habla.” (1) Optó por callar. Pero el otro también callaba.

Tenía que hacer algo. No quería matar a ese hombre, no quería siquiera desarmarlo y enviarlo a rendir pleitesía a su dama la Reina, seguramente ya cansada de dádivas y presentes caballerescos, sedienta de amor real, aliento de pasión humana.

Así era. Pasión humana. Huir de esa pasión era lo que lo había traído hasta aquí, y enfrentarla era lo que debía llevarlo de nuevo al nido que la Reina había construído para ellos, para ambos, para los dos. Tenía que volver. Lo sabía desde que tomaron Jerusalén, desde que tomó los hábitos sufís del guerrero que mató en combate singular ante el santo sepulcro, que lo miró desafiante desde su agonía y le señaló con la mirada la entrada de la cueva. Entra, si te atreves, le dijo desde el azul de sus ojos moribundos. Y él entró.

El sepulcro estaba vacío. Había un perro a su entrada, pero no lo guardaba. Había una fuente a su lado, pero con tres caños. Y había una escalera tras una puerta baja de madera, sin cerrojo, una escalera que bajaba al corazón de las tinieblas. Se sentía como el Sol cuando deja la constelación del Canis Minor para refugiarse en Aries y convertirse en el vengador del asesino del Maestro. Cuando la eclíptica corta a los equinoccios y Aldebarán brilla como al comienzo de los tiempos, y el Sagitario se hunde tras el Sol como Orfeo bajando al Hades a encarar su destino, buscando.

Entró en el túnel sin dudarlo. Si la Vida lo había puesto en ese lugar geométrico no era para especular. Allí estaba su primer mar, el Cantábrico, con sus ocasos en los que siempre al caer la Luz alumbra nuevas tierras, hasta Finisterre donde todo acaba y quedan las aguas solas, y estaba la plaza de Central Station en Madras, con sus muchedumbres apiladas como diez mil millones de hormigas y los niños devorando el vómito del hermano, y la araña que danzaba su tela en el amanecer del despacho asturiano diciéndole: no hay paraíso ni para mi ni para ti, estaba el laberinto de Chartres con el coro gregoriano escondido tras la columna que contiene todo el universo, estaban los espejos que no había mirado y los que le habían mirado, estaba el viaje de Telémaco al oriente en busca de su padre, estaba el hombre que escribió la primera frase en castellano, y la vela que le iluminaba el rostro, y la sombra de la pluma que arrojaba esa vela, y la cera derretida, estaban las promesas incumplidas, estaban los muertos clamando venganza, estaban los puñales dormidos aguardando el final del invierno, estaban los tréboles quemados y las velas de cáñamo infladas por el Euro llevándole siempre a occidente, un poco, un poquito más.

Pero no estaba su Reina, y él la quiso, y su deseo fue pasión. Había anochecido y el caballero seguía en el mismo lugar, guardando el mismo puente. No había sido un sueño. Lanzarote miró arriba y pronunció la palabra. Al instante una estrella encendió el cielo y brilló fugazmente, como la chispa del pedernal, para que el alma de ese hombre constelara en el espejo de sí misma.

Lanzarote hizo dar vuelta a la montura, y picó espuelas.


(1): John Steinbeck: Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros



jueves, 30 de agosto de 2012

¿QUIÉN NECESITA DOS PULMONES?



En su espléndido y utilísimo libro Cómo dejar de intentar dejar de fumar en un fin de semana, Herbert Allesrauchen nos refiere una extraordinaria anécdota protagonizada por su compatriota y colega Albert Einstein. Al parecer, en sus últimos cursos en el MIT, el anciano profesor refería que “…esa noche me desperté de nuevo con la constante gravitatoria en el centro del cerebro y, además, con tremendas ganas de fumar. Estuve hora y media dando vueltas y vueltas en la cama, pensando lo más agudamente que podía en el tema: levantarme, o no hacerlo, en busca de mis cuadernos de ecuaciones y, sobre todo: ¿serían unos pitillos de burley mezclado con virginia, o una buena pipa de cavendish a la cereza con unas hebrillas de latakia? El problema era de los más agudos que he enfrentado en mi vida, pues era consciente que de mi bienestar físico esa madrugada dependían muchas cosas importantes. Me levanté antes del alba, y, en contra de mi costumbre, opté por los pitillos y me concentré en la constante y en su lugar en el tensor energía-impulso de las ecuaciones. Un par de horas y seis pitos más tarde tenía un sistema que relacionaba el espacio-tiempo con la energía y la cantidad de movimiento del universo, y sin necesidad de constante gravitatoria alguna. Las atracciones entre los cuerpos pesados se explicaban por las deformaciones locales del espacio, y la gravedad de Newton era un caso particular cuando el espacio, localmente, se comporta como euclídeo. Una semana después presenté el artículo que más tarde se conocería con el nombre de teoría general de la relatividad.”

¿Imaginan dónde estaríamos ahora si Einstein hubiera dejado de fumar una semana o unos años antes de este momento? No sólo no habría viajes espaciales, tampoco energía solar, ni teléfonos móviles, ni ordenadores, ni cirugía láser, ni música electrónica, y un largísimo etcétera sólo comparable a una hipotética situación de la humanidad sin fuego.

Pero Einstein, hombre sobrio donde los hubiera, era un sibarita pobre, capaz de apreciar el infinito placer de saciar la sed con un vaso de agua ingerido despacito, de una gota de rocío arcoirisada en el jazmín de la mañana, o de unas caladas suaves al pitillo liado con una mezcla de tabacos ideada por nuestra experiencia dirigiendo a nuestra inteligencia y a nuestra voluntad, trabajando todos a una.

Todas las decisiones importantes que he tomado en la vida han sido precedidas por el encendido de un pitillo, amigo fiel que nos ayuda a ver las cosas en su verdadera dimensión y a darles por ello la importancia que tienen, que suele ser ninguna. Con ese desapego, fumando el pito como si fuera el último, es imposible equivocarse. E la nave va…     

miércoles, 22 de agosto de 2012

TE CONOCIERA DE TODA LA VIDA



Manolo Correcaminos hizo doble embrague y comenzó la maniobra de salida de la autovía a ciento veinte y cuesta abajo. A cien metros se presentía una curva cerrada a la derecha con sus señales de reducción de velocidad hasta los recomendados cuarenta. Igual tengo que frenar un poco ahora, anunció a su compañero mientras embragaba de nuevo y metía la tercera, disfrutando al ver que el otro hacía una mueca de asombro. Entró en la curva a ochenta pero ya bajando de vueltas, con un ligero temor de oír el chasquido de una biela centrifugada. Pero el Ibiza aguantó. Y no llegó ni a picar el freno.

Enfilaron la carretera de Mora más despacito, que había que disfrutar el paisaje. Aquí empezó todo, recordó Manolo en voz alta. Y a continuación pensó: hace ya tantos años. Se sintió joven y sonrió, y el otro entendió la sonrisa como regocijo del presente.

Fueron directamente al castillo y dio las últimas instrucciones a su ayudante: busca el ángulo, la distancia adecuada, la perspectiva, el punto de vista lo es todo. Muévete tú, el zoom, como si no existiera. No dudes en usar película menos sensible si necesitas más detalle, ya forzaremos luego el revelado. Y deja que el disparo se escape, como si estuvieras tirando al blanco, pues eso es precisamente lo que estarás haciendo, pero el blanco es tu propio corazón. Alguna te saldrá buena, quizás, sentenció para terminar.

Se fue caminando por la ribera, en busca del lugar en que el río que porta las heladas aguas de la sierra encuentra a su afluente con aguas del Escandón, que yace sólo a mil doscientos metros, y son por tanto más cálidas. O menos heladas, si cabe. Sólo en el norte de Alemania y en las fuentes del Ganga se había metido en aguas más frías, pero lo recordaba con un estremecimiento que nada tenía que ver con la temperatura: allí Bronwyn había salido de las profundidades de las aguas, y allí quedó él también hechizado, hace ya tantos años, más que el propio autor de su diccionario de símbolos.

Los tiempos del señor de la guerra habían pasado pero el lugar permanecía virgen al tacto, inasible e inefable, como lo había sido la otra vez. El mismo claro con la misma hierba, los mismos árboles con las mismas hojas, revoloteando el cielo en un mar de ventiladores que transformaban el calor en pura bendición. Allí ocurrió, allí ella dijo ven, y él fue, cien metros de cauce pisando descalzo todos los cantos puntiagudos del fondo, para acabar donde el agua era más cálida y más transparente, que no pudiera ocultar nada del baño secreto. Volvió a sonreír.

Recogió a su colega, maravillado por la resonancia de la sala húmeda del castillo, y satisfecho de que las imágenes hubieran salido a su encuentro, como buscando la transmutación de la luz en la química del revelado, donde Isis rendida desata su velo para mostrar la puerta del gran arcano. Pasaron el hotel, en el que aquella otra vez durmió diez noches breves, brevísimas, como las noches del que no tiene tiempo. En su terraza había desgranado los días y planeado los siguientes, y había contemplado durante horas las tormentas nocturnas del valle, gozando con el resplandor de los rayos mágicos que Zeus le lanzaba. Allí había recibido el mensaje, tras una de esas noches de tormenta: ven, y él pagó la cuenta y fue.

Tras el hotel estaba aún el monte de los repetidores de fibra óptica, con su suave pendiente y sus verdes pinos sobre la tierra de helechos. Esos pinos fueron los que aquel día le llamaron: ven, y subió hasta muy arriba desde donde contempló el valle todo y supo que, pasara lo que pasara, esa iba a ser su morada hasta la visita última de su muerte. Los pinos que le hablaron seguían allí, creciendo, la primera pareja bien erguida, cada cual con su copa, dando sombra a oriente o a occidente. La segunda pareja, más recogida, era un hervidero de ramas entrelazadas a troncos indistinguibles.

Ambas parejas compartían raíces, pero en la primera había dos pinos y en la segunda los dos que habían sido acabaron siendo uno. Yo también he crecido, les dijo, como me mandasteis. Quemé mi esquife y levanté un vergel donde antes todo era desierto. He vuelto para pagar la factura. Esta vez fueron los pinos los que sonrieron, auspiciados por un soplo de poniente, que hizo a los pájaros levantar vuelo. Acaba tu tarea, le susurraron, que no está completa, acábala y luego vuelve y te mandaremos otra.

Retornaron a la carretera para volver al pueblo. Les quedaban dos fotos por hacer, las dos luces. Una, el amanecer desde la fuente del Cubillo, que veía todos los días, otra, el ocaso desde la ermita templaria en la meseta del arcoíris donde sintió, el mismo día que se conocieron, tantas ganas de abrazarla, que el mundo se quebró y sepultó en las profundidades de esa tierra, abrupta, sobria, recia, hermosa.

Ese sería el sitio, allí volvía cada vez que pasaba un hito en el camino, cada vez que ascendía un escalón en el sueño de Jacob. Allí acudiría por última vez para su danza postrera, y la muerte se sentaría para verle, y él danzaría como araña su tela, danzaría sus triunfos y sus derrotas, sus felicidades y sus desamparos, sus asombros y sus incredulidades.

Y el viento será suave y dulce, y el sol no le quemará desde su occidente, ni aún al enfrentarlo cara a cara, pues ya no lo verá más, ni despierto ni en sueños, cuando alargue la mano y abrace al primer pino, ese pino que desde siempre estuvo ahí, creciendo en su interior.


sábado, 18 de agosto de 2012

LUNA NUEVA EN LEO


El silencio
me ha sobrecogido
esta mañana,
y tus palabras fueron así
duras y frías como el acero.
No importa,
pero no puedo templar ese acero,
como no pude con el de Botha.
El viento es mucho y cálido,
pero tú duermes
mientras yo sueño,
y no puedo revenir ese acero,
como no pude con el de Banja Luka. 
Tampoco están los gatos,
ladrones de alegrías,
soñadores de días,
y no puedo recocer ese acero,
como no puedo contarte
dónde voy en las noches sin luna.
Pero si tú no lo preguntas
el arco reenciende y se ceba.
Cuando la mujer llora,
o grita,
o duerme,
la pregunta nunca es: ¿por qué?
No sé, mi Amor,
cual es la pregunta,
pero tengo, tenemos,
la respuesta.

sábado, 11 de agosto de 2012

UN POEMA DE LAUGHLIN


Where does she go
when she closes her eyes
when we are making love?

She is there by my side
yet she isn´t there

If I touch her she trembles
but says nothing

One night I asked her
where it was she travelled

This time she smiled and
answered don´t be worried

I´ll never be far from you
the land I visit

Is the land of the poems
you have written for me.



UN POEMA DE CORTÁZAR




Ahora escribo pájaros.
No los veo venir, no los elijo,
de golpe están ahí, son esto,
una bandada de palabras
posándose
una
a
una
en los alambres de la página,
chirriando, picoteando, lluvia de alas
y yo sin pan que darles, solamente
dejándolos venir. Tal vez
sea eso un árbol
o tal vez
el amor.

martes, 7 de agosto de 2012

REFLEXIÓN ANTE UNA GOTA DE SANGRE







El aldabonazo lo irritó. Siguió leyendo a la luz de la lumbre hasta que sonó el segundo, y éste lo inquietó. Llevó los ojos al manuscrito, a sabiendas de que no podría concentrarse y, como temía, hubo un tercer golpe. Entonces escuchó con mucha atención pero con menos esperanza que la de Pandora al hacer el equipaje. No hubo más.

Se levantó despacio y marchó hacia la puerta. Al otro lado un hombre con gorro frigio le tendió la mano. Él la estrechó y reconoció los signos. Le franqueó el paso sin mediar palabra y el otro entró. Sólo tras cerrar la puerta y ofrecer asiento al visitante se presentaron. El café y un poco de conversación trivial les llevaron al motivo de la visita. Va a haber una iniciación, dijo el hombre con el gorro frigio entre las manos. Queremos que sea en tu casa. Asintió en silencio y condujo al hombre a los aposentos que desde hacía años tenía asignados para esta ocasión. Después volvió a la biblioteca, desechó el volumen en el que había trabajado y escogió La Ilíada. El gato lo miró y le hizo un guiño.

Al día siguiente, mientras trabajaba en el jardín, llegó el segundo hombre. Soy el Orador, dijo como presentación, y fiscal soberano del cuarto grado del Magisterio. Le condujo a los aposentos de la planta alta y después les mostró el templo a los dos visitantes. Así se ocuparían ellos de los preparativos y le dejarían en paz. Otros trabajos le reclamaban.

La noche era de luna nueva en Aries, la luna de nisán, y en ella llegó el tercer hombre. Soy el Cubridor, anunció, aunque a estas alturas él ya lo sabía. Ahora pasaba casi todo el tiempo en la cocina. Entregado al más noble de los oficios de la construcción, dar sin recibir. Los otros recogían el muérdago y destilaban el licopodio, las vías que les habían sido trazadas.

A mediodía en punto del otro día apareció el cuarto hombre, el Hermano Terrible. Lo llevó a la mejor de las habitaciones y le facilitó el manuscrito con los viejos rituales. El Experto se instaló en la biblioteca para estudiarlos desgranándolos hasta la médula.

El quinto día llegó el Hermano Hospitalario con el tronco de la Viuda. Se saludaron con afecto. Habían pasado muchos años pero parecía que hubiera sido una semana antes que se hubieran despedido. El Hospitalario le hizo compañía en la cocina, y no corrigió ni uno solo de los pésimos cortes que daba a pepinos y zanahorias para adornar las ensaladas.

El sábado llegó el sexto hombre. Los otros cinco visitantes le saludaron con veneración y él sonrío al ver a su viejo amigo velándose en la sombra. Maestro, dijo, con una ligera inclinación de cabeza sin dejar de mirar sus ojos. Que la Luz sea contigo, respondió el otro, y se dirigió al templo sin atender la escalera de subida a los aposentos reservados.

El séptimo día descansaron y después llegó la mujer. El Hermano Terrible la recibió  y la condujo a la Cámara secreta. La ceremonia duró tres horas y al terminar la nueva Hermana invocó al espíritu ante su cadáver mientras los Hermanos Vigilantes le pedían que se levantara. Pero se mantuvo firme y no cedió a la tentación.

Desde la primera capa de nubes miró abajo y vio a la mujer rubia recogiendo la pirámide. Ella también sonreía. Se habían emplazado doscientos mil años más tarde ante las estalactitas del Monasterio de Piedra y ambos sabían que él estaría allí, esperándola.

Ahora era su turno de construir el camino.

domingo, 22 de julio de 2012

CRÓNICAS INDIAS. ANEJO 1.

Histórica filmación de Baldomero Buñuelo en la época en que, tras naufragar la nave en la que viajaba con Miguel Sandocán, arribó a Madras la víspera de que la ciudad fuera bombardeada por el Emden.



domingo, 8 de julio de 2012

1995




A veces el dolor es grande y se va haciendo más grande y asistimos como a un desfile de dolores que vienen y se van pero el dolor se queda. Anida. La vida se va haciendo más y más pequeña y el dolor lo puede todo. No es un sentimiento, no es un nervio, es una energía desbordada que acaba en la cascada de nuestra pequeña vida y lo anega todo en un baño de sangre. La sangre es el dolor, la sangre vertida en todos los valles y en todas las riberas en las que alguna vez nos paramos y miramos atrás. Desde la atalaya vemos la vida como los dioses ven el dolor humano, pero desde los muelles y los caminos que han sido y han marcado rumbos en nuestras vidas la luz no existe y solo está el dolor.

Sabemos lo que hicimos y por qué lo hicimos y la razón nos exime de culpa, pero el eterno retorno de los sueños nos dice muy veladamente que la razón es sólo una parte, y no la definitiva. El dolor perdura y nos recuerda que la conciencia sólo crece en el pozo que se hunde hasta el corazón de la tierra seca como el fuego, pero que allí sí quema hasta los últimos rescoldos de nuestra felicidad. Las llamas purifican y por eso tienen que doler.

Y aún puede ser peor: cuando intuimos, cuando sabemos que la horrible mañana de un domingo cualquiera puede ser la antesala de la tarde y la noche más terrible, como cuando el diablo se decide a cruzar el arcoíris del fin del mundo.

Así fue hace diecisiete años, y ahora el dolor vuelve. Vuelve de noche, y vuelve también de día. Los fantasmas rondan la casa, la toman y la ceden, como la ciudad de entonces. Nos matarán y nos echarán al fondo de la tierra para olvidar que ni siquiera el dolor pudo con ellos.

Pero nos sobreponemos. Los corazones renacen y el dolor remite. Siempre es así, todos los años. Sueño los ojos de angustia infinita de la mujer al separarse de su hombre, que esa noche estaba muerto, y ambos lo sabían. Sueño los ojos asombrados del niño que no sentía más que el ruido y que esa tarde ya no tenía piernas. Sueño la mujer expulsada de su casa vertiendo lágrimas por el futuro sin futuro de sus hijos, a sabiendas de que en cuanto cruzara la frontera la iban a matar, y algo peor. Sueño la sonrisa del hombre que voló un bar de copas para avisarme lo que me iba a ocurrir si no me iba. Y vivo, sobre todo vivo mi dolor y mi rabia cuando antes de pasar el control del aeropuerto de Split me volví y pensé que aún estaba a tiempo de quedarme y luchar. Pero no lo hice.

Tengo todavía las tres fotos del horror en Mostar durante mi primer fin de semana. Y la carta que la madre de mi intérprete bosnia me mandó desde Málaga cuando llegó con el pasaporte que yo le había tramitado. Recuerdo la sonrisa triunfal del aduanero cuando le di la tercera botella de whisky y me dejó pasar sin abrir el maletero que escondía a la mujer sin casa. Y, sobre todo, recuerdo aquella mañana de domingo en el campo de refugiados de Dubrovnic cuando el pastor vasco que había militado en la Armilla me enseñó cómo curar el dolor: el tropel de niños, limpios como el agua de la fosa séptica que vertía en sus lavabos, que se le acercaron corriendo, y el amor infinito con el que, uno a uno, los levantaba y los lanzaba al aire, para recoger suavemente su caída con sus brazos fuertes y tiernos, que también habían matado. La vida es así.

sábado, 7 de julio de 2012

UN POEMA DE CARLOS PELLICER



En una de esas tardes
sin más pintura que la de mis ojos,
te desnudé
y el viaje de mis manos y mis labios
llenó todo tu cuerpo de rocío.

Aquel mundo amanecido por la tarde,
con tantos episodios sin historias,
fue silenciosamente abanderado
y seguido por pueblos de ansiedades.

Entre tu ombligo y sus alrededores
sonreían los ojos de mis labios
y tu cadera,
esfera en dos mitades,
alegró los momentos de agonía
en que mi vida huyó para tu vida.

Estamos tan presentes,
que el pasado no cuenta sin ser visto.
No somos lo escondido;
en el torrente de la vida estamos.

Tu cuerpo es lo desnudo que hay en mí
toda el agua que va rumbo a tus cántaros.
Tu nombre, tu alegría…
Nadie lo sabe;
ni tú misma a solas.


jueves, 5 de julio de 2012

UN POEMA DE GERARDO DIEGO










Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,
como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.

(creado en una celda del monasterio la noche del cuatro de julio de 1924)

lunes, 25 de junio de 2012

EL SECRETO DEL UNICORNIO


Yo, Oliveiro de Hadoque, Soberano caballero plenipotenciario del grado 18º de la Orden Rosacruz, Maestro elegido del rito francés, Intérprete de jeroglíficos y Patriarca de Isis de la Orden de Memphis-Mizraim, desde la distancia que me dan mis 81 años de edad que celebro durante mi exilio en Rodas, de donde ya nunca saldré, quiero dar testimonio de los extraños acontecimientos acaecidos tras nuestra iniciación en los Grandes Misterios.

El saco de Troya había quedado muy atrás, lo mismo que la travesía entre Scila y Caribdis, cuando nuestra lógica implacable nos llevó otra vez a los confines del Universo, a una tierra recia y sobria, sabia y hermosa como solo lo pueden ser las tierras altas en las que las heladas son perpetuas pero el sol es implacable. Nepal, creo, lo llamaban.

Nos llevó allí nuestra ambición por saber más que nadie, nuestro anhelo de cumplir en cuerpo y alma la promesa hermética de la conquista del lugar geométrico reservado a los dioses todos. No llevamos herramienta alguna, mas juro por la salvación de mi alma que tampoco nos entregamos a la rapiña, sino que allí, sin más manos que las nuestras ni más planos que nuestras mentes, construímos el mayor de los laboratorios que en el mundo han sido.

Todo estaba allí, atanores y alambiques, destiladores y sublimadores, trampas Erlenmeyer y disolventes de reflujo. Éramos Maestros perfectos, cada uno en su arte, y juntos nos sentíamos capaces de tomar el cielo por asalto. ¿No había caído Troya?

Y lo hicimos. Creamos el Golem y el Homúnculo, obtuvimos elixires y polvos de proyección, fabricamos el más puro de los oros y le insuflamos el espíritu mercurial de los que no mueren. Nos acercamos a los dioses más que cualquier mortal desde Hércules. Y pagamos por ello.

Tras la gran explosión desperté otra vez en Tierra Santa. Era el año 6127 de la verdadera luz, y reconocimos al instante el templo de Salomón que seguramente nosotros mismos habíamos edificado, cinco mil años antes, o más.

Allí me encontré, solo y sin nada más que el pijama de la noche anterior. A mi alrededor todo era como siempre lo había sido: envidias, codicia, vanidad, usura, hipocresía. No me fue difícil adaptarme y pasar por uno de ellos. Aprendí la lengua y su manera de contar. Les enseñé un par de trucos de proyección astral y me gané sus corazones sedientos de justicia.

Levanté un imperio de sueños e ilusiones y dejé que se llenara de renegados de todo el mundo. No hice mal a nadie, lo juro, ni quité vida alguna, aunque me crucé con muchos de los que se puede decir que el mundo estaría mucho mejor sin ellos. Yo sólo señalaba con el dedo, ellos venían y lo miraban, sin atender a la luna que mi dedo señalaba. No soy culpable de su ceguera.

Entonces me retiré a las cavernas de Galilea y me hice contador de historias. Me gané el afecto sincero de los que acudían a mi atraídos por leyendas de oro y se sentían honrados al escuchar cómo lo habíamos fabricado siglos atrás. Ninguno me preguntó donde estaba ese oro, ninguno dudó jamás de mis palabras.

Ella apareció una mañana con su padre, el hombre que trabajaba el hierro. Nada más tomar los tres asiento sentí dos cosas. Una, que el hombre sabía de metales tanto como yo. Otra, que la mujer había sido puesta en ese lugar geométrico para trabajar conmigo el arte hermético. Había que empezar de nuevo, otra obra, otras tierras.

Acepté el desafío. La mujer era hermosa y dulce como una diosa, mas también habilísima en el manejo de yunques y hornillos. Sabía regular el fuego para dar ese punto justo de calor que la Obra requiere. Sabía mirarme a los ojos (hacía años que nadie se atrevía) y traspasar mi corazón. Y en las noches sin luna me entregaba su cuerpo y tomaba el mío como sólo los humanos saben hacerlo. 

Jamás la mentí. Fui transparente como un niño, tal vez fui niño otra vez a su vera. Contesté todas sus preguntas, ocultando todo lo que no preguntaba. Pero ella aprendió a leer mi corazón y al tiempo lo oculto quedó latente y disponible, sin más que ella hubiera sabido que yo no era más que un triste vagabundo muriendo a chorros, y que el resto no era más que literatura.

Los usos y costumbres de aquella sociedad no me dejaban opción, si quería asumir mi destino y poner otra vez manos a la obra. Fui circuncidado la noche en que Jano bifronte mira al sur, de un año que ya no recuerdo. Cumplido el ritual, enterrado el prepucio en el interior de la tierra, fui aceptado por ellos como uno más de la Orden de los Elegidos y pude desposar a la que más tarde conocería el mundo por el nombre de Reina de Saba.

Así pasó y así lo cuento. Sentado en la biblioteca de mi casa contemplo a mi dama que duerme para escapar del calor y del cansancio de una noche de amor. No me arrepiento de nada. Hay otras troyas por delante, y no son la mía, pero las asumo con el gusto del guerrero viejo cuando huele la pólvora o escucha el silbido del sable saliendo de su vaina.

¿Dejar las pasiones a las puertas del templo? ¿La vanidad, la ambición, la envidia? A ellas siempre hemos de cerrar el puente levadizo, no sólo el templo. Pero mi Pasión, Hermanos, quiero dejarla libre para que llene el universo.

He dicho.