viernes, 18 de noviembre de 2011

CRÓNICAS INDIAS, 2





Madras, ocho de abril de 2007

Ahora que la emoción de tu carta ha dado paso a serena vivencia, a dejar que su frescura se mezcle con mis visiones y percepciones para tintarlas con “eso” que nos une y que va y viene, de Madrás a Sevilla, de Sevilla a Madrás, regularmente como las cigüeñas en la marisma del bajo Guadalquivir, sutilmente como las garzas que se cruzan con ellas, allá, en lontananza.

Pero todo ello es incomparable con el día en que al abrir el buzón encuentro en él tu carta envuelta en el Amor y en el misterio. Por que además de Heliópolis, ahora nos une “eso” que ambos llevábamos siempre en el corazón, “eso” que tiene sus fuentes en India y que, con generosidad, se esparce por el mundo, “eso” que yo ahora tengo aquí casi a mano, tan cerca y tan lejos; y que torpemente trato de hacerte llegar. Quizá solo te alcancen los últimos matices de este perfume que a mi me envuelve, pero son los más profundos, los más duraderos.

A medida que me voy aclimatando voy también profundizando, mi mirada se va liberando de la fascinación y se hace receptiva, contemplativa, acumuladora de percepciones que sólo después, cuando puedo además ser consciente de las relaciones entre ellas, me atrevo a analizar, a evaluar, a tratar de ir más allá de la apariencia.

Esta apariencia que es ya de por sí estremecedora: la tierra que ha dado a la Humanidad el más grande de los regalos, que ya sabía que el Amor es todo (miles de años antes de ese otro gran regalo que es el Amor hecho hombre, en el hombre de Galilea); la tierra en la que ya sabían que para llevar el espíritu del hombre a su destino divino hay que moverlo con energía (Amor), miles de años antes de que los chinos desarrollaran métodos para manipular esta energía en la vida diaria; la tierra en la que llevan milenios estudiando psicología mirando dentro de sí mismos, tan antes de que en Occidente aparecieran Freud, el inconsciente, etc.

¡Qué potencial de sabiduría, cuánto que aprender! Y sin embargo, esto es sólo la apariencia. Me estoy dando cuenta (creo) de que esta tierra es un laboratorio permanente, en el que todos están involucrados en el juego de maya, y lo saben; en el que todos saben tan bien lo que es el Absoluto (dentro de lo que se puede “saber”) que ni hablan de ello; en el que todos tienen una relación de Amor con el Universo, personalizada en adoración por un avatar de Vishnu o por el propio Shiva y su Shakti. Pero creo que saben muy bien lo que hacen cuando juegan el ritual en el templo y dejan que les tinten la frente con el color del dios.

Frenaré un poco, no quiero idealizar. No todos lo saben. Hay niveles. Hay quien queda en lo exotérico, en una fe sin más, aunque vivida plenamente, sin contradicciones entre creencia y comportamiento. Otros entran, unos más y otros menos, en lo esotérico. Pero los Maestros están aquí. Lo sé, lo voy presintiendo cada vez más.

He conocido a una persona. Una mujer india que, tras quince o veinte años de experiencia profesional como experta en comunicación corporativa, en Europa y países árabes; ha dejado el mundo de la empresa para volver a sus raíces indias en una explotación agrícola ecológica (lo que aquí no es novedad, sino la tradición agrícola de siempre).

Esta mujer investiga con nuevos métodos agrícolas, como nuevos abonos naturales, por ejemplo. Investigar quiere decir que ella misma, con sus trabajadores, pasa de sol a sol realizando todas las tareas que se requieren para preparar (con las manos) tres o cuatro metros cúbicos de abono que luego es usado en la explotación agrícola. Y la experiencia adquirida la divulga a otros campesinos empleando para ello medios de comunicación habituales en la empresa que ella tan bien conoce. Todo ello gratuitamente, por supuesto.

Y uno de los colectivos con los que está relacionada son los campesinos de Auroville, la ciudad cercana a Pondicherry (muy cerca de Madras) desarrollada a partir de las ideas de Sri Aurobindo y La Madre. La Madre, justo ahora en que releía sobre el Aghora/Tantra en el libro de Svoboda. Y Aurobindo, emergiendo justo después de leer un artículo que escribí este verano, y en el que planteaba la evolución de la consciencia en términos muy similares a los suyos…..sin saberlo.

Más coincidencias (aparentes), más atanores en los que atemperar un poco más el fuego. A veces me siento como si estuviera siendo guiado. No conducido o empujado, simplemente guiado en un entramado de raíles, en el que alguien hace de guardagujas y yo cambio de vía según su plan.

Sigo haciéndome las preguntas: “Por qué y para qué estoy aquí”. Pero el tono de la pregunta ha cambiado. Ahora sé más cosas e intuyo muchas más. El ego me hace que me pregunte menos veces, pues ahora, veladamente, empieza a haber respuestas. Y no son las respuestas que al ego le agradan.

Me preguntas por los blogs y sí, tengo dos. El español es el más antiguo, en él hay un poco de todo; las dos últimas entradas se refieren a India. Pero el inglés es el que me interesa más. Es un laboratorio personal de experiencia con el simbolismo del lenguaje, alimentado con lo que sale de mi particular atanor, así que no hay allí nada que admirar, aunque quizá sí que curiosear (sic). Puedes visitarlo, desde luego, en http://naturadeficit.blogspot.com, el español en: http://fortunamutatur.blogspot.com.

Así debes entender que cuando te pedía traducirlo no me refería a poner en inglés las palabras, sino a tomar el mensaje, que ya es mío (y tuyo, pero nuestro por “eso” de lo que hablaba al principio), y jugar con él, con las ideas, las palabras….y los sentimientos (los míos).

Mi querida S, ya es mediodía, el descanso dominical me llama. En los jardines de acacias del café Amatista disfrutaré del agua espesa del Himalaya mientras preparan mi sopa y mi pescado. Y el calor quedará amortiguado por las ráfagas de brisa fresca que nos bañan, y por esas nubes de florecillas blancas con las que el árbol nos obsequia tras recibir, él también, la suave caricia del viento de verano.

jueves, 17 de noviembre de 2011

CRÓNICAS INDIAS, 1






Madrás, 17 de febrero de 2007


Me siento al fin ante un papel y no sé cómo empezar, cómo acercarme con la palabra a este universo nuevo y frondoso que he encontrado. Cualquier cosa que diga va a desmerecer la realidad, pero sé que tú también harás un esfuerzo para que entre los dos nos acerquemos a ese punto de rocío en el que el poeta transforma el grito de dolor del pájaro Karuna en pura poesía.

Aunque no he salido de Madrás desde que llegué, no me siento en un lugar, me siento peregrino. Y todo peregrinaje empieza con una pregunta, yo formulé la mía hace 33 años, y ahí ha estado, latente, a sabiendas, desde entonces. Una peculiar intuición me ha llevado durante estos años a no buscar la espiritualidad india. He estudiado el Vedanta, me he deleitado con la B. Gita y algunas Upanishads, pero no he tratado de profundizar en esa vía de trabajo.

Siempre me ha parecido extraño que, a pesar de mi fascinación por India, que nació cuando no tenía quince años, que fue el primer deseo de trascendencia de mi vida, que se fue moldeando con el tiempo, adaptándose y adaptando cuanto otras vías fueron aportando a esta especie de Ganga en el que se está convirtiendo mi vida; no haya necesitado buscar en sus fuentes lo que he buscado por todos los caminos. India siempre estuvo ahí, esperándome; yo lo sentía, pero sabía que había que esperar el tiempo adecuado. Y esperé, ya sin deseo.

Y es que fueron un cúmulo de casualidades las que me llevaron aquí. No te cansaré ni lo haré yo relatándolas, ya están en un pasado remoto. Pero cuando los acontecimientos se precipitaron Ello se ocupó de que hubiera signos suficientes para poder reconocer que, escondida tras las aparentes casualidades, estaba Su llamada. Algunos de esos signos te tocó a ti transmitírmelos. Regocijémonos un instante en ello.

Hubo más signos, de manera que cuando llegué a India ya no me cabía la menor duda de que todo había sido por Su voluntad, pero no podía evitar hacerme la pregunta que aún me hago: ¿Dios mío, para qué me has traído aquí? La pregunta tal vez esté mal formulada, quizá no haya un para qué, acaso tampoco un por qué. Pero sí que hay una interrogación, seguramente un enigma que a mí me toca recorrer. También sé que, a su debido tiempo, el velo caerá.

Por eso he decidido hoy huir de la prisa y, en vez de correr a visitar templos o a buscar un lugar o un alma sagrada; o a establecer contacto con alguno de los muchos ashrams que hay aquí; en vez de hacer lo que en cualquier otra ocasión hubiera hecho, urgido a sabiendas de que el tiempo es limitado; en vez de todo eso he preferido dejar que las aguas remansaran para pasar un rato contigo en la más sabia intimidad.

Desde el primer día me he sentido como en casa, como no me había ocurrido en ninguna de las muchísimas ciudades en las que he estado. Algunas de ellas me han cautivado nada más llegar, otras me han parecido, y lo siguen pareciendo, entrañables lugares para pasar una vida; a algunas las recuerdo con deleite por momentos de pasión sobrehumana, a una de ellas, en fin, incluso la empecé a echar de menos antes de haber llegado. En casi todas las ciudades grandes, nada más llegar, he tenido que explicar, sin siquiera conocerlo, la manera de llegar a uno u otro sitio con el transporte público; siempre he salido airoso de la prueba, lo que ha hecho que, allí donde estuviera, siempre me sintiera seguro y pisara terreno firme. Pero sabía que no era mi casa.

Aquí es distinto. Aquí no veo volar cigüeñas sino cuervos en el taichi de la mañana, pero son los cuervos de mi casa. Aquí veo que las más grandes aspiraciones se pueden corromper hasta la miseria, pero es la miseria de mi casa. Aquí me llega, en medio del ruido ensordecedor del tráfico, los transformadores y el aire contaminado, de pronto, la suave esencia del jazmín, y es el jazmín de mi casa. Aquí miro a un lado y estoy cenando en un hotel de lujo, miro al otro y encuentro al gato cazando una paloma de hermoso cuello verde; voy a la obra y espero en cualquier momento ver salir al tigre de la maleza, pero es el tigre de mi casa en cuya piel está escrita la historia de la Vida.

El viejo mercader me mira y no me trata como a turista. En vez de atiborrarme de alfombras me muestra sólo tres, pero es como si me mostrara el universo entero. Compartimos un café y me marcho en paz, él sabe que algún día volveré a por mi alfombra, y si no fuera así, también estará bien. Estoy en casa.

Sé siempre las respuestas a todas las pequeñas preguntas que los colegas se hacen sobre el país, su historia, su geografía, sus costumbres, sus dioses. Pero me callo, y les dejo hacer. Huyo de su prisa tan pronto puedo, como hay cierta diferencia de edad no les extraña, incluso lo agradecen. Pero cuando encuentro en la calle una mirada profunda me resulta más afín que cualquiera de las suyas, y sé que estoy en casa.

En un calor que empieza a ser insoportable hoy ha llovido por primera vez y he fotografiado una paloma volando a resguardarse. Ahora atardece y el sol se ocultará tras las montañas que dicen que hay en occidente. Al sur está Kerala, por donde el monzón de verano entra en India, y donde Vivekananda meditó largo tiempo antes de su viaje a América. A oriente, el golfo de Bengala me recuerda que, también aquí, el esplendor de la luz es de Dionisio más que de Apolo.

Pero mis ojos buscan el norte, donde a varios miles de kilómetros se encuentran los lugares más sagrados de la Tierra entera. No sé cual me estará asignado, aun no se detiene el nervio de mi brújula sobre un rumbo preciso, pero sé que está ahí y que lo encontraré aquí, en mi casa, donde empiezo a reconocer cual es el alimento eterno de la esperanza.

martes, 15 de noviembre de 2011

ISLA




Por las arduas colinas de tu cuerpo
van mis ojos desnudos contemplando
los tersos panoramas, precipicios,
y el bosque primordial que mi deseo
exalta en la constante ceremonia
de mirarte, llamarte desde el fondo del ser,
de contemplarte tal se ven los campos en otoño
o las vertiginosas catedrales erguidas en la niebla
y entrevistas en la región sin nombre de la aurora.

Eres como una isla, te rodeo
y me ajusto a tus formas.
Tu forma me abraza y me habla al oído
Y tu boca me entrega el tesoro de tu esencia.

Por eso me mantengo en tus orillas
y tierra adentro sólo, van mis ojos.

(H.G.Vega y J.I.Jiménez)

viernes, 30 de septiembre de 2011

SONIDOS AL COLGAR




hablando,
hablando contigo
por el lejano
teléfono
y todo,
no sólo tu voz,

todo en nosotros
transparente
fluye tal torrente
desbocado
fluye donde queremos
hacer presa
y salto, y remanso

y han sido las palabras
como dichas al aire,
aire infinito,
que de Sur a Norte
nos abre y nos recubre
su cariño en nuestras voces,
y en ellas hace presa
tal halcón,
al ponerse,
el Sol

es luz que recobra
los recuerdos del día
los tuyos y los míos,
Sur y Norte,
y les da fragancia pa cuando
sea real el paseo de madrugada
y el cobijo en los edredones,
que harán presa, como lince,
en nuestros cuerpos cansados
pero alegres

y al final es la tierra, Amor mío,
oculta detrás de la cascada,
la que cae al aire sobre rosas
y jardines que acogen
el fuego que no cesa
cuando te miro, Amor, a tus ojos

y ellos me sonríen

jueves, 29 de septiembre de 2011

¿PENSABA ULISES EN TROYA EN SU VIAJE A ITACA?




La mariposa sale del capullo y dice: ¡qué bonito es todo esto! No se acuerda de cuando era gusano y comía morera. Cruza su camino con el de un mariposo y se aparean y dice: ¡qué bueno es todo esto! No se pregunta si va a durar o si habrá más veces. Pone sus huevos y de ellos nacen unos gusanos que comen morera y devienen mariposas, que dirán: ¡qué bonito y qué bueno! y no se acordarán de cuando comían morera y no se preguntan si van a durar.

Yo, que por experiencia (estadística, navaja de Ockam) no creo en lo casual, sé que Aíta y Amá vinieron a Sevilla para que yo naciera aquí y me encontrara, más de 52 años después, en el lugar geométrico en el que estaba cuando, largando lastre, zarpé para Sarrión.

Conocí la tierra y dije: ¡qué bonito es todo esto!. Miré al Jano bifronte que me sonreía y dije: ¡un poco más! No me pregunté si iba a durar pues te conocí a ti y dí vueltas y vueltas en tu jardín y supe de mariposas y de gusanos y la tierra me amó.

Y me dije: ¡qué bueno es todo esto! Entonces miré al Sur y vi que Troya ya no ardía, y miré al Norte y vi que tu sonrisa sí que ardía.

Y elegí luchar hasta morir por merecerte.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

ODISEA

No soy, mi Amor,
ni Héctor ni Aquiles
ni polvo enamorado

sólo soy un hombre pequeño
que te busca en tu regazo
y que encuentra en tus labios
la esperanza los días

al menos mi Amor, al menos
otros 52 años años
contigo

domingo, 25 de septiembre de 2011

MATINAL

volvía yo del río
esta mañana
y en mi jardín olía
del río volvía
por la mañana
y olía a jazmín

no tu jazmín, no
no era
era del río, no era
tuyo ni era
de tu jardín

pero era, era,
era el jazmín de
las noches en Sarrión
y era, era
era a tu jardín,
que no al río

adonde me llevaron
no mi sueño
ni mi nostalgia
sino sentir que
Sarrión, jazmín y río
son ahora tan tuyos como míos.

viernes, 23 de septiembre de 2011

AYER SOÑÉ QUE PODÍA Y HOY PUEDO





ahora que el aroma del rodeno
llega a mí
sin rozar
al que siento en tu cabello

ahora que tu cabello lo veo
en cinemascope
tercera fila,
cien miradas clavadas en mi cuello

ahora que mi cuello sólo tiembla
por tus labios
un soplo
y dos miradas volviéndose infinitas

ahora que hay un infinito en el azul
hecho viento
y dos velas
en este barco en que sólo hay Vida

ahora que mi vida es transparente a tu luz
en mi bolsillo
sin agujeros
más lleno de ti que tu bolso nodriza

ahora que la plenitud ya no niega el vacío
círculo perfecto
en tinta china
ahora es ahora, Vida mía, que sencillamente

te amo.

OTOÑAL

hoy el equinoccio, Amor
hoy me pierdo en la Nada
¡qué poco tiempo, Amor!
¡qué poca nada!

llegué desde el silencio, Amor
y me fui haciendo al tuyo
o llegué desde un bullicio, Amor
y me fui haciendo a tu silencio

¡cuánto silencio, Amor!
y cuanto más si es tuyo

en tu terraza sopla el viento
y calla cuando la hollas
y tu silencio, Amor
es entonces más mío
que el aire que respiro

¡cuánto aire, Amor!
tanta agua y tanto fuego
destilando tu silencio
para hacerlo Vida

en tu torrente el agua hiela
y entibia cuando bañamos
y tu silencio, Amor
es entonces más mío
que el agua que me sacia

¡cuánta agua, Amor!
tu agua y mi fuego
destilando tu silencio
para hacerlo Tierra

en tu jardín huele mi rosa
dando crecer a tus jazmines
y tu silencio, Amor
es entonces más mío
que el aroma en tu cabello

¡cuánta tierra, Amor!
la tierra y el aire
abonan tu silencio
y lo hacen fuego

en tu sueño mi velada lontananza
despierta cuando lo acaricio
y tu silencio, Amor
es entonces más mío
que el fuego en tu regazo

¡cuánto fuego, Amor!
tu agua y mi tierra
amasan el barro
y lo hacen perfecto

entonces tu palabra y mi sonrisa

bastan.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

PATRIA CHICA





no te elegí
pasaba por allí
nuestros caminos
se cruzaron
y nos reconocimos

pero tú sí
estabas allí
y cuando la señaló
mi dedo
miraste tú la luna

tú no estás en la tierra
la tierra eres
tú no eres el agua
el agua tienes
tú no vives el aire
el aire vuelas
tú no sabes del fuego
como el Sol no sabe

yo no lo sabía
pasaba por allí
y cuando ví
la pequeña estación
que no conozco
supe que ahí era
y bajé al andén

subí al monte en Mora
y hablé con dos pinos
envuelto en mi sudor
me dijeron:

a veces juntos crecemos
a veces se unen las raíces
y somos uno
a veces crecemos separados
y cobija nuestra sombra
al caminante desamparado
como tú lo eres

tú sólo crece y ayuda
a crecer al otro pino
el tiempo unirá vuestras raíces
o no lo hará
tú sólo crece, sé pino

encontré mis raíces
y miré las tuyas
y fui pino y crecí
y tú creciste conmigo

pasaba por allí
nos cruzamos
y nos reconocimos

otros pinos esperan
en otros montes
iremos iremos
somos ya un solopino

martes, 20 de septiembre de 2011

MENGUANTE EN SEVILLA




te veo. cierro ojos y te veo.
no sé qué parte de tu cuerpo veo.
si las piernas rezagadas o estiradas,
si el valle en tu cintura
si nuestras entrelazadas manos.

te oigo. cierro oreja y te oigo.
no sé qué parte de tu cuerpo oigo.
si tus labios cuando miran a mis ojos,
y dicen sí, si tus piernas al dejarse llevar
a la deriva
por el ritmo que contiene
la vida toda.

te huelo. cierro napia y te huelo.
no sé qué parte de tu cuerpo huelo.
si el aroma inencontrable en tu cabello
o el frescor de tus labios en los míos
medianoche diciendo que sí.

te gusto. cierro lengua y te gusto.
no sé qué parte de tu cuerpo gusto.
Si esos labios cantores que ya no
pueden decir sí o la pierna entrelazada
que deja de decir no.

te toco. cierro manos y te toco.
no sé qué parte de tu cuerpo toco.
si tus piernas estiradas que se callan
y esperan o el lóbulo de tu oreja
que protege tu cabello.

te beso. cierro mi boca y te beso.
no sé qué parte de tu cuerpo beso.
Si tu mirada en Aínsa perdida en lontananza
o tu sonrisa en Valderrobres invitando a postre eterno.

te soy. cierro mi mente y te soy.
no sé qué parte de tu ser soy.
Tal vez cabello y piernas,
cintura y labios,
lo que beso lentamente
con mi lengua enamorada.

O quizá tu corazón,
que beso sin usura de mis labios,
sin aliento en mis pulmones,
sin esperanza en mi carne,
pero tan tuyo que sé que ahora,
en este preciso instante

sin ojos
sin orejas
sin napìa
sin lengua
sin manos
sin beso
sin ser

soy tú: tu corazón que duerme y que me invita a te soñar, a ser.

Somos.

lunes, 19 de septiembre de 2011

UN POEMA DE JULIO CORTÁZAR

De arriba abajo
el relámpago
del cierre.

Seguramente
estás desnuda en tu crisálida
de tela azul.

Si alguien tirara suavemente
la cremallera que te pasa
entre los senos
y desciende
eje de danza por tu ombligo
y va a perderse entre los muslos
el mono azul caería
mar a tus pies y tú saliendo
de su oleaje, Afrodita, una vez más
nacida de la espuma.

martes, 30 de agosto de 2011

UN POEMA DE PEDRO SALINAS


Dame tu libertad.
No quiero tu fatiga,
no, ni tus hojas secas,
tu sueño, ojos cerrados.
Ven a mí desde ti,
no desde tu cansancio
de ti. Quiero sentirla.
Tu libertad me trae,
igual que un viento universal,
un olor de maderas
remotas de tus muebles,
una bandada de visiones
que tú veías
cuando en el colmo de tu libertad
cerrabas ya los ojos.
¡Qué hermosa tú libre y en pie!
Si tú me das tu libertad me das tus años
blancos, limpios y agudos como dientes,
me das el tiempo en que tú la gozabas.
Quiero sentirla como siente el agua
del puerto, pensativa,
en las quillas inmóviles
el alta mar. La turbulencia sacra.
Sentirla,
vuelo parado,
igual que en sosegado soto
siente la rama
donde el ave se posa,
el ardor de volar, la lucha terca
contra las dimensiones en azul.
Descánsala hoy en mí: la gozaré
con un temblor de hoja en que se paran
gotas del cielo al suelo.
La quiero
para soltarla, solamente.
No tengo cárcel para ti en mi ser.
Tu libertad te guarda para mí.
La soltaré otra vez, y por el cielo,
por el mar, por el tiempo,
veré cómo se marcha hacia su sino.
Si su sino soy yo, te está esperando.

UN POEMA DE ETHEL KRAUZE



Me llevarás, amor, al alarido
de la yedra que canta en la ventana,
al donaire del silbo y de la grana
me llevarás, amor, que te lo pido.

Recorrerás el verso guarnecido
de cadencias y aromas, caravana,
aprenderás la voz de la campana
que apacienta en su vértice el sonido.

Y encontrarás el ápice del fuego
que recorre en su ruta la cigarra,
volverás a la orilla del sosiego

cuando vibre en tu lecho sin amarra
y mi vena se yerga con el juego
apacible que surge de tu parra.






viernes, 12 de agosto de 2011





Tu dolor es mío. Yo quiero,
Amor mío, darte pastillas como besos
para que tu dolor sea mío.
Para que las gotas de agua fría
de tu frente fría
se recojan en tu regazo
y ahí yo las beba como si fuera gato.

Tu dolor me duele,
tu mente que piensa que no acaba,
tu alma que siente que no acaba,
tu corazón que te duele en las manos
y lejanas están las mías pa recogerlo.

Tu dolor me duele como el agua helada
y es mío en la distancia.

Nada tengo hoy de ti más que tu dolor,
y te sigo amando pues tu dolor,
también, lo amo.

martes, 9 de agosto de 2011

POEMA LVII DE DULCE MARÍA LOYNAZ


No te nombro; pero estás en mí
como la música en la garganta del ruiseñor
aunque no esté cantando.





lunes, 8 de agosto de 2011

SARRIÓN, 9pm

la ensalada
tomate queso fresco
la ensalada encarnada
como el rojo sol
que vimos
allá en el Javalambre

y espaguetis
berenjena
anchoas y largos espaguetis
tal cascada en Pirineo
Monte Perdido y Aínsa
y te dije que te quiero

lomo de cerdo,
kilo de lomo
y alitas de pollo
harina en tu delantal
y gaseosa en el mío
cortado a la medida

Amor, Amor mío,
si cuando tú duermes yo sueño
y cuando tú sueñas yo duermo
solo queda despertar
al infinito
desde una almohada

que se mulla sola
por la mañana
tú y yo
no pensar, no
solo la Vida
enlazada a nuestras manos

INÉS JUST COMING. COMPÁS DE ESPERA DE UN CICLÓN EN EL CARIBE






Fue el primer (y único, creo) libro de Alfonso Grosso que leí. Eran buenos tiempos. Había devorado toda la biblioteca de mis padres (hasta el Salambo de Flaubert me tragué) y me había hecho socio de la biblioteca de Sevilla, entonces en la calle de Alfonso XII, frente al corte inglés y cerquísimo de los baretos de la calle de san Eloy, que abrían más o menos cuando cerraba la biblioteca. Inmejorable plan para el chaval que yo era entonces, y que así, sin solución de continuidad, pasó de los bourbons virtuales de las novelas de Hemingway a las litronas callejeras reales como la vida misma.

Aquel año Jesús Torbado había ganado el Planeta y Alfonso Grosso fue finalista con La buena muerte. Con esta no pude, pero sí con la de Torbado, En el día de hoy, que empezaba con un remedo del último parte de guerra que Gonzalo Fernández de Córdoba radió el uno de abril desde Burgos: "en el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército faccioso, las tropas republicanas han alcanzado sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado." Franco aún vivía, y ni Torbado ni Lara pudieron echarle más napia al tema. Pero todos lo leímos.

A lo que voy. El Inés me fascinó desde el principio, me hizo sentir que tal vez la carrera que me habían elegido no era tan mala. El libro se divide en tres partes, y en cada una su protagonista (implicado en el argumento con los otros dos) relata unos mismos hechos desde su punto de vista. Algo así como lo de Durrell en El cuarteto de Alejandría, que leí muchos años después, aunque más ligero, desde luego. Grosso no era Durrell, aunque en el Inés lo bordó.

El protagonista de la primera parte es un ingeniero español que se había marchado a Cuba a trabajar, años sesenta/setenta. Por amor al arte. Al comienzo del libro está en su cuarto de hotel (sin aire acondicionado que funcionara), absorto ante su mesa de dibujo (no tenía delineante, desde luego), diseñando una pieza para que el taller la fabricara y sustituyera a la averiada en un grupo electrógeno de provincias. Una pieza que en Europa habría encontrado en 24 horas pero que los rusos tardaban meses en suministrar y no era plan de que la gente se quedara sin luz hasta entonces. Así que le echaba ingenio al asunto, y eso me gustó.

No fui a Cuba nunca, a pesar de mis sueños, pero el tiempo y la vida me empujaron a otros lugares más sórdidos y míseros, y ahí, más que en los sitios y tiempos de prosperidad, me fui haciendo lo que, para bien, para mal, más o menos, ha sobrevivido hasta hoy.

Pero la lección profesional más impresionante, la que más me ha servido en la vida real, me la dio mi padre en mi primer día de trabajo en la empresa. Por correo interno me llegó un sobre, estando yo en una reunión (en mi primera reunión de trabajo). Dentro del sobre solo había un recorte minúsculo del periódico de Bilbao que recibía mi padre por correo, con dos o tres días de retraso sobre la fecha ordinaria. Decía:

El director llega a la fábrica en medio de un gran revuelo. - "Señor director, señor director", le dicen, "la caldera principal ha estallado!!!"- "Diablos, ¿lo sabe el ingeniero?" contesta el aludido, con forzada calma. - "Claro que sí, ¡estaba dentro!"

Años después, cuando trabajaba en mantenimiento, viví en mis carnes lo que era estar en caldera que podía estallar, o ponerse el traje de luces para bajar a la fosa séptica a explicar a los chavales cómo tenían que desmontar la bomba averiada, o meter el brazo entre las barras de 400 voltios, el vello del brazo en chispeante punta, porque mi operario era chiquitín y no llegaba con la pinza amperimétrica.

Pero lo importante fue aplicarlo a la vida entera. Saber que había dos formas de vivir, y que en una, desde la cresta de la ola en el ojo del huracán, se veían las cosas como las ven los dioses, y que el riesgo, si elegía esa forma, siempre estaría ahí, y que todo riesgo es potencialmente mortal. Pero la pasión de la naturaleza se desata siempre ahí, arriba, y esa vida vale tanto la pena que el riesgo se vuelve parte de ti, te saluda todas las noches a la izquierda, un metro atrás del hombro, y dice: "Tranquilo, todavía no, tienes un día más". Y entonces nos recostamos, sonreímos, acariciamos la moneda que llevamos en el bolsillo (para Caronte, cuanto toque), y sabemos que todo está bien, a pesar de que el mundo se empeñe en demostrarnos lo contrario.

Ha llovido mucho desde entonces, al estudiante soñador le han salido muchas canas, pero mantiene intacto el espíritu y la decisión de seguir en primera línea. Solo que ahora es mi turno, ahora me toca a mí. Sé qué y a quien y a quienes quiero y sé por qué. Estoy sentado, fumo y espero. Busco en el horizonte las nubes que sé que están en el Norte (no hoy), pero yo las siento muy cerquita.

Cuando llegue el ciclón estaré preparado. Pero esta vez estaré, también,.......feliz. Seguiré luchando por ellos, mexicanos, bosnios, indios o españoles. No me rendiré nunca. No pediré nada a cambio. Quizá, solo, que seas tú quien acaricie mi nariz cuando me muera.

jueves, 4 de agosto de 2011

MIL SILENCIOS PA UNA PALABRA




Brotaron las palabras del silencio
emergió el silencio de las olas
de las olas de tu mar
y me dijiste
eso que ni tú querías saber

Silenciaron las olas mis palabras
esas olas floridas de la mar
que me llevan, golondrinas, tu tejado
y pa decirte
eso que yo no supe ver

Mas callaron tu casa y mi palabra
y surgió de su cimiento el arcoíris
brotando de ese pliegue de tus labios
y nos dijimos
eso que no habíamos podido ser

UN TEXTO DE CAMUS





Crecí en el mar y la pobreza me fue fastuosa; luego perdí el mar y entonces todos los lujos me parecieron grises, la miseria intolerable. Aguardo desde entonces. Espero los navíos que regresan, la casa de las aguas, el día límpido.

Aguardo pacientemente pues soy civilizado con todas mis fuerzas. La gente me ve pasar por las hermosas calles; admiro los paisajes, aplaudo como todo el mundo, estrecho la mano de los conocidos, más no soy yo quien habla. Se me alaba, yo, mientras tanto, sueño un poco; se me ofende, y apenas me asombro. Luego lo olvido y sonrío a quien me ha ultrajado o saludo con demasiada cortesía a quien amo.

¿Qué hacer si no tengo memoria para una sola imagen?

Por último se me exige que diga quién soy. “Nada todavía, nada todavía…”

Es en los entierro donde yo me supero a mí mismo. Allí verdaderamente sobresalgo. Voy andando con paso lento por las afueras de la ciudad florecida de hierro viejo.

Tomo amplias avenidas bordeadas con árboles de cemento que llevan a agujeros de tierra fría. Allí, bajo el cielo apenas enrojecido, contemplo cómo compañeros audaces inhuman a mis amigos a tres metros de profundidad. La flor que una mano gredosa me tiende entonces no deja nunca de ir a parar a la fosa si la arrojo. Alimento la piedad precisa, la emoción exacta, mantengo la nuca convenientemente inclinada. La gente admira el que mis palabras sean tan justas.

Más no tengo mérito alguno: espero.



Espero mucho tiempo. A veces tropiezo, pierdo el pie y el éxito se me escapa. Ello no importa, pues entonces me quedo solo. Me despierto así por la noche y a medias dormido me parece que oigo un ruido de olas, la respiración de las aguas. Ya despierto por completo, reconozco el viento en el follaje y el rumor desdichado de la ciudad desierta. En ese momento, no es suficiente todo mi arte para ocultar mi zozobra o vestirla a la moda.

Otras veces, en cambio, recibo ayuda. En Nueva York ciertos días, perdido en el fondo de esos pozos de piedra y acero donde erran millones de hombres corría de uno a otro agotado, sin lograr ver su fin. Ahogaba entonces el grito que el pánico quería lanzar, pero cada vez que esto me ocurría, a lo lejos el llamado de un remolcador me hacía recordar que esa ciudad, cisterna seca, era una isla y que más allá de la punta de la Battery, el agua de mi bautismo me esperaba, negra y podrida, cubierta de corchos huecos.

Y así, yo que no poseo nada, que he dado mi fortuna, que me detengo en cualquier lugar poco tiempo, estoy sin embargo satisfecho cuando lo quiero, me acomodo a cualquier hora y me ignora la desesperación. El desesperado y yo no tenemos patria. Sé que el mar me precede y me sigue. Aquellos que se aman y tienen que separarse pueden vivir en medio del dolor, mas este sentimiento no es desesperación, pues saben que el amor existe. Y he ahí por qué yo sufro, con los ojos secos, a causa del destierro.

Espero aún. Un día vendrá, en fin…

Los pies desnudos de loa marineros golpean suavemente sobre el puente. Partimos al romper el día. Desde que salimos del puerto un viento breve y espeso golpea vigorosamente el mar que se revuelve en olillas de espuma. Algo más tarde el viento refresca y siembra el mar de camelias, que pronto desaparecen. Y así, durante toda la mañana nuestras velas chasquean por encima de un alegre vivero. Las aguas son pesadas, escamosas, cubiertas de babas frescas. De vez en cuando las olas alborotan contra la roda del barco; una espuma amarga y untuosa, saliva de los dioses, corre a lo largo de la madrea hasta el agua donde se esparce formando dibujos moribundo que vuelven a renacer, pelaje de alguna vaca azul y blanca, animal extenuado, que deriva aún largo tiempo detrás de nuestra estela.

Desde que partimos las gaviotas siguen nuestro navío aparentemente sin esfuerzos, casi sin mover las alas. Su hermosa navegación rectilínea se apoya apenas sobre la brisa. De pronto un plus brutal por el lado de las cocinas despierta una alarma golosa entre las aves, desordena su hermoso vuelo y pone llamas a un brasero de blancas alas.

Las gaviotas giran locamente en círculo y en todos sentidos, luego sin perder nada de su velocidad se separan una a una del lugar de confusión para lanzarse hacia el mar. Unos segundos después, ya están de nuevo reunidas sobre las aguas, corral lleno de disputas que dejamos detrás de nosotros encerrado en el hueco del oleaje que deshoja lentamente el maná de los desperdicios.

A mediodía, bajo un sol agobiador, el mar, extenuado, apenas se levanta. Cuando vuelve a caer en sí mismo hace silbar el silencio. Basta una hora de tal cocción para que el agua pálida, gran chapa de hierro puesta al blanco, se achicharre; se achicharra, humea, por fin arde. Dentro de un momento va a volverse para ofrecer al sol su faz húmeda, húmeda ahora en las olas y en las tinieblas.

Atravesamos las puertas de Hércules, la punta donde murió Anteo. Más allá el océano se extiende infinito; doblamos el cabo de Buena Esperanza, los meridianos se casan con las latitudes, el Pacífico bebe del Atlántico. Entonces, con la proa puesta hacia Vancouver nos dirigimos lentamente hacia los mares del sur. A algunos cables de distancia, desfilan ante nosotros Pascua, Desolación y las Hébridas. Una mañana, de pronto, desaparecen las gaviotas. Estamos lejos de toda tierra y solos con nuestras velas y nuestras máquinas.

Solos también con el horizonte. Las olas llegan una a una pacientemente del este invisible; llegan hasta nosotros y pacientemente vuelven a partir hacia el oeste desconocido, también una a una. Largo camino, nunca comenzado, nunca acabado… El arroyo y el río pasan. El mar pasa y permanece. Así sería menester amar, siendo fiel y fugitivo. Me caso con la mar.

Aguas plenas el sol desciende; queda absorbido por la bruma mucho antes de la línea del horizonte. Por un breve instante el mar se presenta rosado a un lado, azul al otro. Luego las aguas se oscurecen. La goleta se desliza minúscula por la superficie de un círculo perfecto de un metal espeso y empañado. Y a la hora de la mayor calma, en el anochecer que se aproxima, centenares de marsoplas surgen desde las aguas, caracolean un momento alrededor de nosotros para huir luego hacia el horizonte sin hombres. Una vez que han partido sólo queda el silencio y la angustia de las aguas primitivas.

Un poco más tarde aun, encontramos un iceberg en el trópico. Invisible por cierto después de su largo viaje en esas aguas tibias, aún es eficaz: Recorre nuestro navío a estribor donde las cuerdas se cubren brevemente de un rocío de escarcha mientras que a babor muere una jornada seca.

La noche no cae sobre el mar, sino que desde el fondo de las aguas que un sol ya ahogado ennegrece poco a poco con sus cenizas espesas, sube la noche hacia el cielo aún pálido. Por un breve instante Venus permanece solitaria por encima de las olas negras. En el tiempo que lleva cerrar y abrir de nuevo los ojos, ya las estrellas pupulan en la noche líquida.

Ya la luna está en lo alto. Ilumina primero débilmente la superficie del mar; todavía sigue subiendo mientras escribe suavemente sobre las aguas. Al llegar al cenit ilumina todo un corredor de mar, rico río de leche que con el movimiento del navío, desciende hacia nosotros, inextinguiblemente, en el océano oscuro. Allí está la noche fiel, la noche fresca, que yo invocaba en las luces llenas de ruido, en el alcohol, en el tumulto del deseo.

Navegamos sobre espacios tan vastos que nos parece que nunca llegaremos a término. El sol y la luna suben y bajan alternativamente al mismo hilo de luz y de noche.

Las jornadas sobre el mar son todas semejantes como las de la felicidad.

Ésta es la vida rebelde al olvido, rebelde al recuerdo de que habla Stevenson.

El alba. Cortamos perpendicularmente el Cáncer. Las aguas gimen convulsas. Rompe el día sobre un mar revuelto lleno de lentejuelas de acero. El cielo se presenta blanco de brumas y de calor, de un destello muerto pero insostenible, como si el sol se hubiera licuado en la espesura de las nubes sobre toda la extensión de la bóveda celeste. Cielo enfermo sobre un mar descompuesto. A medida que avanza la hora crece también el calor en el aire lívido. Durante todo el día la roda descubre nubes de peces voladores, pajarillos de hierro, a quienes hace salir fuera de sus montones de olas.

Por la tarde nos cruzamos con un paquebote que vuelve a las ciudades. El saludo que cambian nuestras sirenas que con sus tres gritos de animales prehistóricos, las señales de los pasajeros perdidos en el mar y vueltos atentos por la presencia de otros hombres, la distancia que poco a poco crece entre los dos navíos, la separación por último sobre las aguas malévolas, todo eso hace que el corazón se contraiga. ¿Quién, amando la soledad y el mar, dejará de amar a esos dementes obstinados, aferrados a plancha de hierro, lanzados sobre la cabellera de los océanos inmensos en busca de islas a la deriva?

Exactamente en el centro del Atlántico doblamos bajo vientos salvajes que soplan interminablemente de un polo a otro. Cada grito que lanzamos se pierde en el aire, vuela a los espacios sin límites. Pero ese grito, llevado día tras día por los vientos, llegará por último a uno de los extremos chatos de la tierra y resonará largamente contra las paredes heladas hasta que un hombre, en alguna parte, perdido en su concha de nieve, lo oiga y contento, sonría.

Dormía a medias bajo el sol de las dos cuando un ruido terrible me despertó. Vi el sol en el fondo del mar; comenzó a arder. El sol corría a grandes pasos helados en mi garganta. A mi alrededor los marinos reían y lloraban. Se amaban los unos a los otros pero no podían perdonarse. Ese día hube de reconocer el mundo por lo que era; decidí que su bien fuera el propio tiempo pernicioso y que sus crímenes fueran saludables. Ese día comprendí que había dos verdades del las cuales una no debía decirse nunca.

La curiosa luna austral, un poco recortada, nos acompaña desde hace muchas noches, se desliza rápidamente del cielo hasta el agua que la traga. Allí quedan la Cruz del Sur, las estrellas raras, el aire poroso. El cielo rueda y cabecea por encima de nuestros mástiles inmóviles; con el motor parado y el velamen al pairo, silbamos en la noche caliente mientras el agua golpea amigablemente nuestros flancos. No hay ninguna orden que dar. Las máquinas están calladas y en efecto, ¿por qué proseguir y por qué volver? Estamos satisfechos; una muda locura nos adormece invenciblemente. Al fin llega un día en que todo se cumple; entonces hay que dejarse ir, como aquellos que nadaron hasta el agotamiento. ¿Cumplir qué? Desde siempre, me lo callo a mí mismo. ¡Oh, cama amarga, lecho principesco, la corona está en el fondo de las aguas!

Por la mañana nuestra hélice hace que el agua tibia levante espuma. Volvemos a cobrar nuestra velocidad habitual. Alrededor del mediodía, llegados de lejanos continentes, nos cruza una manada de ciervos que pasando por delante de nosotros, nadan regularmente hacia el norte seguidos por aves multicolores que de cuando en cuando, reposan en sus bosques. Esta selva ruidosa desaparece poco a poco en el horizonte. Poco después el mar se cubre de extrañas flores amarillas. Al atardecer nos precede un canto invisible durante largas horas. Me adormezco con sensación de familiaridad.

Con todas las velas abiertas a una brisa definida, nos deslizamos rápidos sobre un mar claro y musculoso. Alcanzamos la mayor velocidad llevando la barra a babor. Y al terminar el día, aumentando aún nuestra carrera, y en posición tal que nuestro velamen casi toca el agua, recorremos raudos un continente austral que reconozco por haber volado en otro tiempo sobre él ciegamente en el bárbaro féretro de un avión. En aquella ocasión, rey holgazán, esperaba ver el mar sin nunca alcanzarlo. El monstruo aullaba, despegaba de los guanos del Perú, se precipitaba por encima de las playas del pacífico, volaba sobre las blancas vértebras rotas de los Andes y luego por la inmensa planicie de la Argentina cubierta de insectos, unía con un solo aletazo los prados uruguayos inundados de leche con los negros ríos de Venezuela, aterrizaba, aullaba aún, temblaba de codicia frente a nuevos espacios vacíos que pudiera devorar y con todo eso no dejaba nunca de avanzar o por lo menos de hacerlo con una lentitud convulsa, obstinada, con una energía huraña y fija, intoxicada. Yo entonces me sentía morir en mi celda metálica y soñaba con carnicerías, y con orgías. Sin espacio no hay inocencia ni libertad… La prisión para quien no puede respirar es muerte o locura. ¿Qué hacer, pues, sino matar y poseer? Hoy, en cambio, me satisfago con los soplos de aire, todas nuestras alas chasquean en el aire azul. Voy a gritar por la velocidad; arrojamos al agua nuestros sextantes y nuestras brújulas.

Bajo el viento imperioso nuestras velas son de hierro.

La costa desfila veloz delante de nuestros ojos. Selvas de cocoteros regios donde los pies se mojan en lagunas esmeraldinas, bahía tranquila, llena de velas rojas, arenas de lunas. Surgen edificios ya agrietados bajo el impulso de la selva virgen que comienza en el patio de servicio; aquí y allá un árbol de ramas violetas forma una ventana y Río se hunde por fin detrás de nosotros y la vegetación vuelve a cubrir sus ruinas nuevas donde los monos de la Tijuca estallarán de risa. Aun más rápido, a lo largo de las grandes playas donde las olas se difunden y se resuelven en gavillas de arena, aun más rápido los corderos del Uruguay entran en el mar y lo hacen de pronto amarillo. Luego, sobre la costa argentina, grandes y groseros maderos, dispuestos a intervalos regulares, elevan hacia el cielo medias reses que hacen asar lentamente. Por la noche los hielos de la Tierra de fuego golpean nuestro casco durante horas, el navío apenas disminuye su velocidad y vira de bordo. Por la mañana la ola única del Pacífico, cuya fría lejía verde y blanca hierve en millares de kilómetros de costa chilena, nos levanta lentamente y amenaza hacernos naufragar. La barra lo evita y doblamos las Kerguelen. En la tarde dulzona las primeras barcas malayas avanzan hacia nosotros.

“Al mar, al mar!”, gritaban los maravillosos muchachos de un libro de mi infancia. He olvidado todo el contenido de ese libro menos este grito: “¡Al mar!”. Y por el Océano Índico hasta la avenida del mar Rojo donde se oyen estallar, una a una en las noches silenciosas, las piedras del desierto que se hielan después de haber ardido, volvemos al antiguo mar donde se callan los gritos.

Por fin una mañana hacemos escala en una bahía colmada de un extraño silencio, abalizada de velas fijas. Únicamente algunas aves marinas se disputan en el cielo trozos de carne. A nado llegamos a una playa desierta. Durante todo el día nos introducimos en el agua y luego nos secamos en la arena. Al llegar la noche, bajo el cielo que verdea y retrocede, el mar ya tan calmo, se apacigua aún. Breves olas exhalan un vaho de espuma, sobre el arenal tibio. Desaparecieron ya las aves del mar. No queda sino un espacio ofrecido al viaje inmóvil.

Se dan algunas noches cuya dulzura se prolonga, sí, ayuda a morir el saber que tales noches volverán a darse después de nosotros sobre la tierra y el mar. ¡Gran mar siempre trabajado, siempre virgen, mi religión con la noche!. El mar nos lava y nos colma en sus surcos estériles. Nos librea y nos mantiene erguidos. A cada ola nos hace una promesa, siempre la misma. ¿Qué dice la ola? Si tuviera que morir, rodeado de frías montañas, ignorado del mundo, renegado por los míos, en fin, al cabo de mis fuerzas, el mar vendría a último momento a llenar mi celda, vendría a sostenerme por encima de mí mismo y a ayudarme a morir sin odio.

Es medianoche, estoy solo en la ribera. Espero aún, luego partiré. El mismo cielo está al pairo, contadas sus estrellas, como esos paquebotes cubiertos de fuegos que a esta misma hora, en el mundo entero, iluminan las aguas sombrías de los puertos. El espacio y el silencio pesan con un solo peso sobre el corazón. Un amor repentino, una gran obra, un acto decisivo, un pensamiento que transfigura, en ciertos momentos nos producen la misma intolerable ansiedad reforzada por un atractivo irresistible.

Deliciosa angustia de ser, exquisita proximidad a un peligro del que no conocemos el nombre; ¿quiere entonces decir que vivir es correr a la perdición de uno mismo?

De nuevo, sin espera, corramos a nuestra perdición.

Siempre tuve la impresión de vivir en alta mar, amenazado, en el corazón de una magnífica felicidad.


(Albert Camus, Diario de a bordo, El verano, Buenos Aires 1961)

POEMA DE PEDRO SALINAS



Horizontal, sí, te quiero.
Mírale la cara al cielo,
de la cara. Déjate ya
de fingir un equilibrio
donde lloramos tú y yo.
Ríndete
a la gran verdad final,
a lo que has de ser conmigo,
tendida ya, paralela,
en la muerte o en el beso.
Horizontal es la noche
en el mar, gran masa trémula
sobre la tierra acostada,
vencida sobre la playa.
El estar de pie, mentira:
sólo correr o tenderse.
Y lo que tú y yo queremos
y el día - ya tan cansado
de estar con su luz, derecho -
es que nos llegue, viviendo
y con temblor de morir,
en lo más alto del beso,
ese quedarse rendidos
por el amor más ingrávido,
al peso de ser de tierra,
materia, carne de vida.
En la noche y la trasnoche,
y el amor y el transamor,
ya cambiados
en horizontes finales,
tú y yo, de nosotros mismos.

(de La voz a ti debida, Madrid 1989)

lunes, 1 de agosto de 2011

Sarrión, 5 am

ser gato es
en la noche estrellada
maravilla
ser gato
en la noche estrellada

noche estrellada es
maravilla
en tus brazos
gato, gato es,
noche estrellada

maravilla es
gato, gato ser
en tus brazos
noche, noche es
y no se acaba

estrella ser, son
las que el gato ve
desde tus brazos
maravilla
gato en tus brazos

baba, baba es,
solo de gato
gato en tus brazos
maravilla
baba en tu mano

Mas
ni gato ni baba
ni noche estrellada
maravilla
si son los tuyos
los que a mí abrazan

a mí abrazan
maravilla
gato estrellado
noche que no acaba
pues no hay baba
solo manos

martes, 19 de julio de 2011

UN POEMA DE MIGUEL D´ORS

Qué dicha no ser Basho, en cuya voz
florecían tan leves los ciruelos,
ni ser Beethoven con su borrasca en la frente
ni Tomás Moro en el taller de Holbein.
Qué dicha no tener
un bungalow en Denver (Colorado)
ni estar mirando desde el Fitz Roy el silencio
mineral de la tarde patagónica
ni oler la bajamar de Saint-Malo

y estar aquí contigo, respirándote, viendo
la lámpara del techo reflejada en tus ojos.

jueves, 30 de junio de 2011

ESTRELLA POLAR

(Estaba tranquilo, creía. Rellené mi jarra vikinga por vez primera. Me dispuse a soñar, despierto y contigo. Y al echar mano al cenicero había ahí dos pitillos encendidos. Recién encendidos, los dos. ¿En qué estaba yo pensando?).

Pues soñaba en tus ojos
saliendo
de la madriguera

ante mi mirada
blanco y negro
pa echarme un paraíso.

Estaba dentro, dentro de ti.
Todo olía a café
y a diente de lechuga
y con tus ojos ví la vida

de otra forma. No sé donde era,
no sé. Sé que era.
Que yo era madriguera.

PRIMERA LUNA DEL VERANO






Cristóbal Colón acababa de terminar la inspección de los motores y, satisfecho, miró a sus oficiales. El 1º, Ulises el astuto, de luenga barba y pocas palabras. El 2º, Oliveiro de Hadoque, un antiguo pirata redimido por una amnistía el día del patrón de su pueblo, aunque la noticia tardó un año en llegarle a Gibraltar, donde estaba exilado.

El buque había sido comisionado por Astilleros Calipso e iniciaría singladura al día siguiente, con luna nueva en el cangrejo hacia mediodía, lo que les pillaría en Despeñaperros, el punto de no retorno.

No tenía miedo. El equipo era excelente, aunque estaba echando de menos al contramaestre, Baldomero Buñuelo, que también estaba citado para la inspección y la posterior cena de gala. Bueno, estaría repasando el aparejo o arengando a la tripulación.

Ulises el astuto estaba algo nervioso ante la inminencia de la acción. Había preparado escrupulosamente los planes de acuerdo con la teoría, con sus reglamentarias alternativas por si había desviaciones del rumbo trazado. Pero sabía bien, perro viejo, que buenos vientos y bravas tormentas iban muy juntos en el diccionario, y aun más en alta mar.

Oliveiro de Hadoque estaba satisfecho y deseoso de llegar a puerto. Lo había organizado todo para el desembarco y su talento negociador no era desconocido para ninguno de los presentes. La Esfinge, le llamaban, por su cara de póker en las mesas de reuniones. Pero esta vez, en el fondo, tenía miedo de quedarse sin ases en la manga.

La luna salía por oriente, ya casi llena, mientras Baldomero Buñuelo apuraba su copa en la cantina y sonreía abiertamente a su nuevo piloto, Manolo Correcaminos, natural de un pueblico de Málaga, al que había contratado el día antes rescatándolo de una trifulca con la autoridad portuaria por unas yerbas de más que traía en sus bolsillos. Lo intuía hombre en quien se podía confiar y sabía que él los llevaría a buen puerto a todos, tripulación y jefes.

Él, por su parte, era el que recibía los planes de los jefes, a bordo y en puerto, y los explicaba a la tripulación, después de corregirlos, naturalmente, pues sabido es que no se llega a jefe si no se es capaz de errar muchas veces. La tripulación ejecutaba las maniobras según sus correcciones y todo acababa bien. Y si algo se desmadraba, pues para eso había que contar con un buen piloto capaz de no quitar brazo del timón en toda la noche, si era necesario.

Invitó a la penúltima ronda a toda la tripulación y se retiró a su aposento, pues le correspondía cama propia aunque en pensión en vez de hotel como los jefes. Le parecía justo porque le daba tiempo para un poco de soledad.

Con la habitación a oscuras abrió la ventana y encaró el norte, y mirando la Polar le llegó el fulgor de una estrella fugaz. Cruzó los dedos y formuló un deseo. "¡Que me lleven los demonios!", murmuró, remedando al 2º, "que con luna o sin ella, mañana zarpamos, y es rumbo Norte".

Otra vez en la brecha, sintió, y cerró los ojos, y durmió feliz.

viernes, 24 de junio de 2011

san Juan, 2011

huelo tu mano
siento tu aliento
veo tu mirada
no tus ojos

siento tu mano
no tu mirada
veo tu aliento
siento tus ojos

veo tu mano
no tu aliento
y tu mirada
sin mis ojos

mirada sin ojos
aliento sin palabras
manos, manos
unamos las manos

pa que manos
sin ojos
y aliento
sin mirada

sean tú
sean yo
mis manos
y tu aliento

miércoles, 15 de junio de 2011

LOS DOS LLEGAMOS, LOS DOS



(Los hombres son libres y la vida humana comienza al otro lado de la desesperación, J.P. Sartre, Las moscas)

En su despacho Ulises repasa los hexámetros de la Ilíada y escucha a Vangelis. Sabe que no podrá aguantar hasta el eclipse, sabe que la luna ya lo se lo ha comido. Pero espera.

Sabe que ya está en el laberinto, nuevo, y que es un callejón sin más salida que al Amor o a la Muerte. Sabe que no más termine de escribir esto se enfrentará a la primera de las pruebas, y que ya no cabe demorarlo. Se ha sentado para escribir su pasión y ya no hay más flujo que el teléfono.

Y tiene miedo. El miedo viejo de todos los hombres, el miedo nuevo ante la Voz. Ulises, el astuto, tiembla, enciende un pitillo, mira la nevera y dice: después. Y el miedo sigue.

El miedo le puede y demora el momento, sigue escribiendo, lo que sea, con tal de no parar, mas sabiendo que no hay tiempo, se le echa encima, ya la luna entra en Sagitario.

Busca otra canción, mira el reloj, desea que sea más temprano, pero ya no hay salida. Se vuelve, mira el reloj de nuevo, se alegra de que no haya espejos, piensa que qué más da si ya está en el laberinto. Se siente Minotauro y Teseo a un tiempo, y de pronto la tormenta se aclara porque ve, como hace una semana vio, unos ojos azules que le invitan a seguir. Llega Telémaco y mira sorprendido a su padre. Ulises se decide y marca el teléfono.

Y la Voz estaba, y contestó.
Y Ulises supo que había llegado.

martes, 7 de junio de 2011

ROLLING TERUEL




El viaje fue soberbio pues también lo era el cuarteto protagonista, perfectamente acompasado, como los músicos de Bremen, aunque estos fueron burro, perro, gato y gallo, y nosotros éramos perro, cerdo, cabra y ratita. El trío inicial, perro, cabra y rata, ya era sobradamente conocido en todos los circuitos, pero en Sarrión se unió una voz nueva, una vocecita alegre y jovial que poquito a poco se fue convirtiendo en mi Voz.

En Sarrión empezó la gran serenata, trío y Voz invitada, pero lo mejor de la Vida se confabuló para que al día siguiente se uniera al grupo y ya fuimos cuarteto. A todos nos habría dolido que no hubiera podido ser así, pero cuando quedó el trato cerrado fue como si a mi me cayera un rayo de esperanza del cielo directo a mi corazón.

La primera noche en Bilbao fue rápida y tranquila, tras una frugal cena no pudimos resistirnos a compartir un trago y allá que nos metimos en un bailongo colombiano, menos mal que con poca gente, pero aun así lo estridente de la música y que fuera non stop hacían que toda conversación fuera imposible.

Pero la Voz no calló, pues también sabía baliar, y su armonía perfecta me deleitó viéndola a través del espejo, como regalando al mundo su gracia y su frescura.

El trabajo al día siguiente fue impecable, y tuve hasta tiempo para sentir que estaba en Rodríguez Arias, en la calle de la última casa de mi padre en la ciudad. Me habría gustado tanto abrazarle en esos momentos, y que supiera que, por fin, me iba sintiendo feliz. El paseo por el parque fue un torrente de emociones, desbordado cuando ví un Seíta idéntico al que montábamos cuando me llevaba al colegio, hace tanto tiempo.

En la cena el cuarteto empezó a demostrar ser el mejor del mundo, y después tuvimos una velada espléndida en la intimidad pletórica de risas y de complicidades que ya eran de todos y para siempre. La Voz se movía en tan corto espacio con gracia y devoción, como ardilla de rama en rama tomando y dando lo mejor de lo mejor. Cuando me fui a dormir, ya la tenía en mis oídos, y al cerrar mis ojos el brillo de los suyos me acunó y me dio dulces sueños.

El día siguiente fue para el cuarteto de bodega en bodega, ¡sin soplar!, y ahí está el imán simbólico que nos recordará siempre a los cuatro, pase lo que pase, lo hermoso que fue este viaje. Fue esa noche, ya en Sarrión, que la Voz nos hizo renacer perro, rata, cabra y cerdo, y yo empecé a encontrar mi verdadero nombre, como en el noveno arcano del tarot. Disfrutamos la noche, como si fuera la última, pues así lo temíamos. Y había dolor al acostarnos en los corazones.

Pero la Vida ayudó otra vez. Me hizo levantarme hacia mediodía, y tras mi desayuno empezó a llover. La tormenta se paseaba por el valle. Comimos, tristes. Y siguió lloviendo hasta el granizo. ¡Qué pena!, dijo la Voz, qué pena para mis rosas, qué pena para el campo. La ternura se me vino encima y no lo pude resistir. Amaba esa Voz. Todos la amábamos. Y el cuarteto se quedó.

Y ahí sí fue una noche, más corta, pero más maravillosa. Todo estaba ahí y fluía. Fuimos felices como niños. La Voz se sentaba, se levantaba, hablaba, callaba, se cubría los ojos con las manos, retiraba las manos y era como si Dios abriera el Universo. Volaba por la casa, todos la queríamos y éramos felices. A la hora pactada, medianoche en punto, nos fuimos a las camas, pero yo tenía el peta en subidón y me tuve que levantar para ayudarme con el vinillo que quedaba a tener un sueño despierto en el que no paré de hablar, solo para mi, esta vez, pero no estaba solo, estaba feliz. Hasta que la Voz me susurró, desde dentro: ahora, y allá que me fui a dejar que la tierra me abrazara en forma de colchón de lana. El que habíamos mullido, ella y yo, por la mañana.

Al otro día la despedida sí que era real pero ya no había tristeza. Éramos un cuarteto, consolidado. Tantas vivencias compartidas, y tanto que era ya como si fuéramos uno. Cierto que había nostalgia de un futuro incierto, pero ese deje de melancolía la Hermana lo transformó en esperanza cuando manipuló su Ipod, (creí que mandaba un sms), y el otro cuarteto empezó a tocar.

Paint it black. La canción justa y perfecta cuando el trío miraba hacia atrás con lágrimas en los ojos. El Universo sigue, me dijo la Hermana. Me recosté y sonreí, la Voz cantaba en mis viejas y cansadas orejas, y la veía con su mono azul, sumergiendo brocha y rodete en la lata de 15 kilos de pintura, para pintarme a mi, entero, pero de blanco. Aprendiz de Amor.


lunes, 30 de mayo de 2011

mi pecado
pecado ha sido
ha sido ha sido
no
no saberte

el tuyo no estar no
no estar o estar
tras un espejo

el mío no tocarte no
no conocerte no saberte

no saber de mí, es el tuyo
no saber que te buscaba

buscaba y busco
te busco
en los silencios de Brel de Waits
del halleluja de Buckley
del halleluja de Händel

en los huecos
todos los huecos
todos los fuegos el fuego
la noche boca arriba
sin que sepas quien soy yo
como no sé yo que eres tú

tú y yo un camino un laberinto
¿un laberinto?
con salida ¿con salida?
no hay salida, no la hay
no hay más salida que
la que derriba
las barreras

las barreras laberinto ¿qué barreras?
las barreras de tu nombre y de mi dicha
¿qué barreras? laberinto
laberinto sin barreras

Troya arde. El mundo es de Nausicaa...

domingo, 29 de mayo de 2011






“Esta noche volverán a sonar los hexámetros, (…) Héctor sabrá que va a morir cuando escuche a Aquiles gritar su nombre. Se despedirá, otra vez, de su esposa y de su hijo, y nosotros volveremos a llorar.” (Gabriel Sofer, Al final del mar, Sevilla, 2009)



Cuando le dijeron que Troya ardía, Víctor Choltis no pudo evitar cerrar los ojos aunque sí reprimir lágrima y mueca de dolor. Después miró al mensajero a los ojos y le dio las gracias. El aqueo se marchó y Choltis mandó que le prepararan café. La noche iba a ser larga, pensó. Como tantas.

Recordó los otros incendios que le había tocado vivir: Alejandría, Sarajevo, y sobre todo París, que él ayudó a evitar. Gracias a ello la estatua de Enrique IV siguió recibiendo paseantes nocturnos, como la del Cid en Sevilla. Algunos paseos dieron fruto, otros se quedaron en proyecto.

Ahora ocurría de nuevo. La astucia de un hombre superaba la defensa obstinada y heroica de los inocentes. Un viejo rey entregaría los dioses manes a su hijo y le mandaría ponerlos a salvo, este incidente local sería el origen de uno de los pilares de nuestra civilización. Y este hijo bajaría años después al Hades, vivo, como el hombre astuto que había sellado el destino de Troya.

Troya ardía. Choltis sabía que la noticia se extendería sin pausa por toda Lesbos, que las amazonas volverían a alzarse en armas, y que el hombre que en otro tiempo las venció era el viejo rey que a estas horas ya habría muerto en su ciudad. No quedaba nada por hacer salvo la espera.

Troya ardía, como había ardido Sarajevo, como había caído el Stari Most, como habían sonado ocho mil gritos en las afueras de Sbrenika, en el campamento holandés, donde todos lloraron como locos durante tres noches, aunque, cuando cambió el viento en la segunda y trajo el olor del azufre muchos no pudieron más y huyeron.

Troya, la más bella y orgullosa de las ciudades. El lugar donde los hombres escondieron el secuestrado Amor. La tierra de la esperanza de las guerreras exiladas de Lesbos. Cuando llovía en Troya el arcoíris tendía un puente hacia los Balcanes. El puente que cruza el Diablo cada vez que se acaba un mundo.

Al amanecer Choltis sabía que debía partir. Él era esta vez, una vez más, el elegido, él era, en cierto modo, todos los hombres, como todos los dioses son los manes. Compartiría mar con el otro hombre, el astuto, el que había hecho todo esto posible.

Abrió los ojos. Vio el túnel de lavado funcionando sin nada dentro y por un instante pensó que él también había cruzado el puente del arcoíris. “¿Dónde c… está mi coche?!!! casi grita en alta voz, antes de partirse de risa al comprobar que acababa de levantar su trasero del hirviente capó del Ibiza gris.


viernes, 27 de mayo de 2011

MOSTAR A SRBENIKA, 1995



Nada más llegar la empecé a echar de menos.

La ciudad era, vivía y temblaba bajo las ruedas del viejo VW en que viajaba, sin matrícula, sin identificación alguna, como queriendo pasar desapercibido en el oscuro callejón que nos llevaba al oeste.

Sin tan oír siquiera el susurro del viento, ni sentir en la carne la llamada de las piedras porque allí no había más que ruinas y el viento no había sido invitado ese día a la fiesta.

Pensando, rodeado de gente que sabía de esto mucho más que yo, entendí que no había nada que pensar.

Y ahora que he visto caer la lluvia en Mostar entiendo que tampoco hay nada que sentir. Porque aquí todo sentimiento es vacío, excepto, tal vez, el todopoderoso Amor.

Pero aún de este se me antoja todo esto sin contenido. Creo, y lo veo aún desde fuera, pues soy aquí un recién llegado, que tiene que haber algo más profundo en que basar la vida a la vista de este caos para el cual no existen palabras.

Te acostumbras a ello, me dicen, sí, pero eso no es más que asimilar la realidad de la maldad. No te rebelas porque sabes que el trabajo constante ofrece resultados concretos que alivian los males de esta porción del mundo. Sí, cierto, pero y luego ¿qué?

Mostar seguirá siendo Mostar por los siglos de los siglos porque siempre habrá una ciudad desgarrada por el odio de los hombres que nos hará recordar que somos nosotros los que lo hemos hecho así.

Y por esto es que la echo de menos, ya, ahora, mucho antes de tenerme que ir. Tal vez sea la querencia del novato, me da igual, si es posible amar a una ciudad como se ama a una mujer yo lo he sentido en Mostar y esta vivencia no me la va a quitar ningún psiquiatra.

Pero la ciudad existe, tiene una permanencia que nos trascenderá a todos nosotros pues cuando seamos polvo en el polvo ella seguirá allí, aún cuando no sea más que ruinas. Entonces ¿qué somos? ¿qué hacemos aquí? ¿No será que necesitamos de ella tanto o más que ella de nosotros? ¿No será que en todas partes brota de alguna forma la realidad del Amor a la vida? ¿No será que buscamos fuera de nuestro ser aquello que no nos atrevemos a buscar dentro de él?

¿Dónde está la ciudad? ¿Dentro o fuera de nuestro corazón? ¿Y dónde está nuestro corazón? ¿Dentro o fuera de la ciudad?

Al entrar por primera vez en la ciudad sentí que todo esto podía tener cabida en un corazón humano. Y me enamoré perdidamente, con un deseo más allá de mi propia humanidad.

Por eso nada más llegar la empecé a echar de menos.

(Mostar, 27 de abril de 1995, miércoles de feria en Sevilla)


Hace mucho tiempo que escribí esto. Ha sido la noticia, casi desapercibida, del arresto de Ratko Mladic lo que me traído, no el recuerdo, sino toda la vivencia que allí me asaltó, me dominó, me dejó marcado, para bien, espero, y para siempre.

La imagen de cabecera es de Srbenika. Es una foto del 14 de julio de 1995, portada de un periódico extremeño, que me guardó R., que sabía que a mi vuelta iría a descansar a su tierra.

La historia es simple: Srbenika, ciudad de la Bosnia libre, es “protegida” por un batallón de soldados holandeses bajo bandera de la ONU. Llegan los chetniks (serbobosnios) y dicen: paso libre o nos lo abrimos a tiros. Los de la ONU consultan y reciben orden de desalojo. Y se van.

Los chetniks toman la ciudad y expulsan a las mujeres, los niños (menores de 14) y los ancianos. Se quedan los varones en edad de luchar. Sin armas claro, ¿para qué las necesitaban si los defendía la ONU? Casi todos lisiados o demasiado jóvenes, pues si no habrían estado en el frente. Llegados de toda Bosnia i Herzegovina en busca de refugio. Y convencidos de tenerlo, bajo una bandera azul con la bola del mundo blanca.

Unos ocho mil hombres. A todos los mataron. Un tiro y fosa común. Y Ratko Mladic era el comandante en jefe de los chetniks. Yo estuve allí. En el campamento holandés, en su cantina, muchas veces, compartiendo cerveza y salchichas (sin sauerkraut, afortunadamente) con ellos. A cambio les llevaba tabaco negro y whisky que en la cantina del batallón español de Mostar salía por tres reales.

Esa noche también estuve con ellos, a un kilómetro de la Srebenika abandonada. Había ido, liante que yo era por entonces, con una pareja de periodistas españoles con la que hice amistad en la sede de Médicos del Mundo en Mostar y a los que también solía acompañar cuando se colaban en el Sarajevo sitiado.

Los chicos holandeses estaban tranquilos, como si aquello no fuera con ellos. Sólo los oficiales, con los que intercambié unas palabras al serles presentado, me parecieron tristes y avergonzados. Pero cumplían órdenes. Y yo creo que la decisión de abandonar Srbenika fue correcta. No me imagino a los chicos holandeses, con las mejillas rojitas por la bier y una fotillo de rubia vikinga en la cartera, frente a los chetniks de Mladic. Yugoeslavos, eslavos del sur, tipos de 1,90 y cada mano más grande que las dos mías. Que habían matado a mucha gente, en combate y por la espalda, que habían violado por principio (de limpieza étnica), que habían sembrado el país de minas antipersonal, de las que supongo todavía queda alguna esperando su olvidada presa (estas cosas no salen en la tele). Los holandeses, pese a sus oficiales y a su armamento, estaban más vendidos que un toro en plaza de pueblo.

La culpa, creo, fue de los de siempre, de los que mandan a otros, de los que se creen que ser representantes del pueblo es para pintarlo todo de bonito, de los que tienen dinero y quieren y saben multiplicarlo, del poder….hicieron creer a media Bosnia que allí estarían protegidos, y les creyeron.

Duró toda la noche. Pam, pam, pam, cada cinco o diez segundos. A veces había pausas largas, a veces la cadencia era más rápida. Ninguno pudimos soportarlo, y menos los chicos de rojas mejillas y novia vikinga. Y cuando, antes del amanecer, cambió el viento y llegó el olor a azufre a mí se me rompió algo por dentro, y dolió. Los chicos lloraban como los niños que eran y mis amigos periodistas (gallegos él y ella) me ofrecieron su petaca de orujo, pero ninguno bebimos.

Han pasado más de quince años y todavía no sé qué es lo que ese día se me rompió. Y tal vez no lo sepa nunca, porque se quedó allí. En Srbenika.

domingo, 22 de mayo de 2011

EL SUEÑO DE LA RAZÓN






cuando yo tu sueño atrape
y tú llames a mi puerta
cuando acaricie tus dedos
y sonrías en mi alcoba

cuando allí sea donde duermes
y yo esté lejos y sueñe,
acariciarás mis dedos,
que de allá me atraerán a tu sonrisa

y no será sueño de tus ojos
ni realidad montada por mi mente
llegará tu aliento perfumado
por el hambre insaciable de mis besos

y no será sueño de mis noches
pues sin insomnio y sin palabras, llegará
un día tu naricita que no he soñado
y me dirá palabras nuevas y de magia

sabré entonces que ese cielo de la infancia
ese sol y esa luna, esa estatua
no eran sólo mis paseos solo y nocturno
sino el presagio del sueño que tú eres

viernes, 20 de mayo de 2011

CADENA DE UNIÓN


cuando ni el silencio
tenía,
sí que tuve,
el calor de los Hermanos

cuando sentí el deseo
y nada estaba,
ahí estuvo la mirada,
y el aliento, de la Hermana

cuando llegó la luz,
apolínea, con el No,
yo encontré el Sí,
absoluto, del Hermano

cuando la tormenta se hizo
dolor insoportable,
me llegó el cobijo,
del Hermano

cuando volví a equivocarme
de camino,
ahí estaban las palabras,
en remanso, de la Hermana,

ahora sé quien soy,
en mi silencio,
mi silencio y mi yo son vuestros,
mis Hermanos.

miércoles, 18 de mayo de 2011

CABO ESPARTEL





El viaje a Tánger fue relámpago. Hace tiempo me lo habría tomado con más calma, pero ahora siento tanta nostalgia de casa que me alegré de que el patrón prefiera que cuanto más rápido, mejor. Pobrecito mi patrón....

Cumplido el trámite profesional por la mañana llamé un taxi para mis secuaces con instrucciones de pasearles por la ciudad hasta la cena. Y yo le dije a mi chófer que me llevara a Cabo Espartel.

Hacía más de cuarenta años que allí estuve. Los accesos habían cambiado mucho, pero el sitio era el mismo. El lugar en el que el aíta me ofreció montar un dromedario y yo no tuve napias pa decirle no. El lugar en el que sentí el miedo por segunda vez en mi vida, el miedo de verdad, el miedo a la muerte. Cabo Espartel, nueve años sobre un camello y Tarifa al otro lado. En otro sitio de este blog conté cómo fue el día antes.

Y ahora estaba allí, sin miedo, sabiendo que al otro lado de esa columna están los Hermanos que me quieren, mucho. Yo en Escila, ellos en Caribdis. Recordé las palabras de la Hermana unos días antes, cuando se presentía el amanecer pero la tensión del momento doblegó las palabras y el cansancio nos hizo tomar unas horas de reposo.

Recordé mi vida. La he recapitulado tantas veces que ya la he olvidado, pero fantasmas nuevos llegaron en esta ocasión a poblar mi mente. Fantasmas nuevos, pero antiguos, era la primera vez que llegaban de esta forma. Me resultó tan duro que me volví para pedir a mi chófer que me buscara un peta, pero lo vi lejos, lejos, compartiendo el té (y el kif, seguro), con los colegas. Lo dejé estar.

Encendí mi pipa con tabaco inglés y pensé en lo que yo era y en lo que no. Me sobrecogió el vacío, y estar solo me resultó insoportable, pero aguanté. Ninguna mano iba a acariciar la mía, esta vez. Pensé en todos los seres que he amado, pensé en todos los humanos que he amado, pensé. En Isabel, en Sonia, en Cristina, en la chica canadiense cuyo nombre nunca supe, en Mariajo, en Maite, en Itziar,... y ahí me detuve.

Si siempre he amado la soledad, ¿a qué lamentarme ahora de ello? Si siempre he querido estar solo (pero libre, sic Cyrano de Bergerac), ¿por qué renunciar ahora a ese privilegio? Si echo de menos una mano en la mía ¿por qué desearlo? Si sé que la vida es renuncia y resignación (¡qué descubrimiento de palabra!), ¿por qué tratar de forzar otra cosa?

La mar fluía y el tiempo se iba. La ceniza de mi pipa marcaba un silencio que había que asumir. La primavera se consagraba en esta sala de espera sin esperanza (sic J. Sabina), el verano está próximo y no promete nada más que el salario de un curso más duro que el anterior. La mar fluía y yo me sentí allí con ella. Fluyendo a donde me lleve la ventura.

Pero a ti.

martes, 17 de mayo de 2011

LA LUNA EN EL ESCORPIÓN



¿De cuánta luz es capaz un ser humano? Todos los meses me hago esta pregunta cuando llega la luna, sobre todo si la noche es nublada, como ésta lo es, y no está nada claro si la luz es este resplandor o el recuerdo de su ausencia (sic, Albert Camus, El enigma, 1954).

Olvidamos, sí, que la luna es la ausencia del sol, como la oscuridad es la sombra de la luz, como la ambición es sombra de una sombra (sic, Hamlet, acto II, escena II). Olvidamos también los matices de la luz, sobre todo nosotros que vivimos en tierras de mucho sol, de sol apolíneo, sol de mediodía, sol sin sombras.

Y la ambición crece despacio, sin darnos cuenta, con una aparentemente honesta modestia que la hace llegar a dominar todo nuestro horizonte, hasta borrar el recuerdo de la luz del amanecer, la luz anaranjada del crepúsculo, la luz dionisíaca, luz con sombras.

Nos ciega entonces esa luz, se desborda su flujo como río con la lluvia. El monzón interno toma las riendas de nuestras vidas y quedamos abocados a la deriva, entre las olas, frente a los vientos cambiantes, y nos ocurre lo que a Ulises cada vez que le sorprende una tormenta: nunca sabemos qué nos espera al otro extremo del túnel que nosotros mismos estamos excavando.

No es así como hemos de viajar. No, debemos largar amarras y, gobernando la nave, dejarla sin embargo caer a la ventura. Es maniobra difícil y arriesgada. Pero cuando es correctamente desarrollada nos permite encontrar esa marea cuya corriente nos lleva a la fortuna (Brutus, Julio César, acto IV, escena III).

Podemos confiar en esa marea, pero esta confianza no es una fe ciega, sino que va a ser pacto, tratado, trabajado de acuerdo con la Naturaleza para, por un lado, completar su trabajo, por otro, para aprovechar su fuerza en la construcción de las decisiones que nos hacen ser lo que somos.

Completar el trabajo de la Naturaleza quiere decir saber que el oro del que el sol es símbolo no es el Oro verdadero, pues éste está en nosotros, está oculto en la piedra, por bruta que sea. Es, verdaderamente, sombra de una sombra de una luz que es el sol, pero buscando con humildad, non nobis, domine, alcanzaremos a fabricarlo en una obra en la que el conocimiento de nosotros mismos y el conocimiento del mundo se intercondicionan, hasta hacerse una sola y maravillosa cosa.

En esa cosa pensaba Ulises cuando le dijo a Calipso que, antes que ser dios a su lado, prefería, a pesar de las penas y esfuerzos que ello iba a costar, gozar de la luz del regreso al hogar. Lo que no impidió que, ya cuando el sol se ponía y vinieron las sombras, marcharan los dos hacia el fondo de la cóncava gruta y en la noche gozaran de amor uno al lado del otro (Odisea, canto V).

En la caverna los dioses son dioses y las diosas son diosas, o jugamos a serlo. Pero nuestra condición humana es talar el olivo hasta hacerlo nave y tejer el cáñamo hasta hacerlo vela y con esto y el coraje de vivir la vida, que nada más hace falta, hacernos a la mar con la confianza del marino experto y la prudencia del marino viejo.

¿Nos atrevemos?

lunes, 9 de mayo de 2011

SEVILLA, TU LUNA EN MI AGUA

De la sed


Quitadme incluso el mar;
incluso el apretado cauce de los arroyos,
las acequias ruidosas de insectos, los estanques
donde los peces muerden la soledad del agua;
quitadme la tormenta,
los carriles de lluvia resbalando en el vidrio,
el rocío que preña de gotas los jarales,
la humedad de la noche lastimando los trigos.
Quitadme incluso el mar.

(La única sed que temo es la sed de su boca.)

(Poema de J. Parra Ramos)



domingo, 8 de mayo de 2011

DUBLÍN A SEVILLA

El cielo es hoy azul y plácido, como el de Juan Ramón, o ah, este cielo, este sol de mi infancia, de Machado en Colliure. La reentré en Sevilla ayer fue fantástica, el reencuentro con los Hermanos entrañable, sobre todo en la cena y su sabrosa e íntima conversación. Tengo suerte, mucha suerte, y lo sé.

Llegué tarde a casa, que por una vez estaba impoluta tal jardín japonés, y también vacía pues JA estaba de feria y jaranda, así que me tocó encender las luces (la lux aeterna seguía en su lugar geométrico, menos mal).

Todo estaba, en mi cuarto y en mi mesa, como lo había dejado antes del viaje. Todo excepto la rosa que me había dado tiempo a subir por la mañana, antes de partir al misterio del día.

Y ahora estaba frente al misterio de la noche. Mi querida Hermana, durante la comida, me había preguntado por mi viaje, por cómo era tu Irlanda, pero el ruido y el fragor de los platos y la multitud (fraterna, pero multitud), no me permitieron contarle lo que había visto, y revivido, en la reciente ceremonia, cuando otra Hermana quedó tendida en el suelo bajo un paño de sangre. Fue aquello un catalizador que me llevó a las lágrimas, al recuerdo, a la felicidad.

Estuve en una tierra verde, verde esperanza, verde Sarah. Más verde que Asturias, Galicia o el País vasco. O las dehesas extremeñas tras una primavera lluviosa. O que la sierra entre Medina y san Roque, con sus brumas y sus arcoíris.

Esos verdores, traté de explicarle luego a la Hermana durante la cena, que me parecen maravillosos, y que los he vivido profundamente, me parecen ahora como algo que viene de fuera, de la humedad, la lluvia, tal vez de la mano de Dios, pero de fuera. Es como cuando montamos un Belén y dejamos caer la verdina sobre el pegamento esparcido por el corcho.

Pero tu tierra, mi pequeña, esa tierra que te cobija y a mi me da esperanza, es verde de otra forma. Es verde desde dentro, en vez de un magma rojo de barro y fuego, allí hay otro núcleo, que exuda verdor a través de la piel y convierte a la Tierra en Verde. Y los ríos que te llevan son verdes, y los lagos en que remansas son verdes, como lo son los duendes y las hadas, aunque ninguna he viso más que tú.

Y de ese Verde he vuelto, Amor, a mi tierra seca del sur. A la que tú quisiste, un día, que fuera tuya también. Y lo es. Ahora empieza todo de nuevo para mi, para ti es oriente eterno, pero ya no lloro por ello. Porque sé, y hago mía, la frase con que concluía la estancia en Dublín: ¿era esto la vida?- Bien, ¡otra vez!


Nos conocimos mediante esta frase, ¿te acuerdas? Era nuestro símbolo, mitad tuyo, mitad mío, y las juntábamos cuando queríamos salir de los foros y chatear con pensamientos más profundos. Tanto, tanto tiempo, sin saber de ti más que esa exclamación de Zaratustra tras la muerte del volatinero. Que había quedado en tu memoria, como también lo había hecho en la mía, treinta y tres años antes, cuando leí al Nietzsche por primera vez, sin entender nada, claro, excepto esa frase, esa circunstancia, esa visión de un enigma, ese canto brutal, inhumano, salvaje, pero hermoso, a la vida que perdura.

Nos reconocíamos así, en la distancia, sin fotos, sin webcams, sin nada más que nuestras palabras que de la filosofía fueron poco a poco derivando a la vida. Fue tu anzuelo cuando fuiste a Nerja, y mi torpedo para que supieras que yo estaría allí.

Nada sabíamos el uno del otro. Ni edad, ni rostro, ni estado civil, ni si éramos buenos o malos en el fondo. Pero lo intuimos, tú y yo, y allá que nos vimos. Quedamos en el bar de Robert, Rincón de Europa, inimaginable vista mediterránea, y yo llegué antes, claro. Le dije que era tu amigo y me atendió con una jarra vikinga, y así te esperé. Jamás he apurado más una cerveza, sin repetir, con la excitación de una cita a ciegas con una mente que sabía gemela (en lo intelectual), y que sabía de mujer, pero nada más.

No pregunté. Esperé. ¿Serías joven o vieja? ¿Vendrías sola o con tu marido? ¿O con los niños? ¿Había niños, había marido? ¿Podríamos hablar de otras cosas o solo de Nietzsche? Todo ello pudo conmigo y me puse nervioso, más que en octubre en san Roque, cuando supe que SK venía. Pero esperé.

Y llegaste, como las hadas. No te vi. Un hada de pelo rojo y ojos azules saludaba a Robert y a su mujer, charlaba con ellos, intercambiaba frases corteses. Seguía yo esperando cuando te acercaste y me dijiste (única vez que me has hablado en alemán): Das ist das Leben? Noch ein mal, aber jetzt geht´s los! Para mi fue como si en vez de una me hubiera tomado ocho jarras vikingas, y cuando Robert fue a ponerte tu Guiness y le dijiste: no, pls, wine from this yard, y él te quiso escanciar manzanilla (torpes holandeses), yo le dije, Robert, examinemos tu bodega, quitado mi sopor de un golpe y sabedor de lo que me jugaba. Y ahí, en su espléndida bodega, dormía una botella de borgoña de dos años, un perfecto chablis para la ocasión.

No sé, Amor, si te enamoraste antes del chablis y luego de mi o al revés. Sí sé que empezamos a hablar y el pobre Nietzsche ni se asomó por allí. Hablamos de unicornios y de olivos, de mares y de flores, de tus clases y mis viajes, de mis amores y de tus viajes, de mi familia y de la tuya, y de pronto y a un golpe supimos que podríamos estar así, dos o tres vidas hablando, y que no nos íbamos a aburrir nunca. Pero tú te habías cepillado el chablis y yo había multiplicado mis vikingas jarras, y entendimos que era buen momento y lugar para despedirnos. Tú a tu casa, yo a mi parador, a mi habitación doble, como siempre (casi siempre) para mi sólo.

El día siguiente fue una repetición, más larga, de lo mismo, ¡qué bien lo pasamos! Y por la noche, borrachitos, nos volvimos a decir hasta mañana.

El día siguiente fue una repetición, más larga, de lo mismo, pero esta vez yo opté por el zumo de tomate, a ver si era así capaz de lo mismo, y tú, sin haber mediado palabra, te decidiste por el de naranja. Y tras todo el día hablando y disfrutándonos cenamos despacito en La Herradura , ¡ay, Granada!, compartiendo un poco de Riscal porque no había borgoña, claro, y nos fuimos a tomar el café al parador, y ahí empezó el mundo, de nuevo, para los dos.

Pasamos veinte noches juntos, mi Amor, solo veinte, pero cada una fue un escalón más sobre la primera. Amé tu cuerpo, anhelé tu espíritu, y los tuve, como tú los míos. Y mi alma queda unida para siempre con la tuya, pase lo que pase con mi vida a partir de ahora.

Algún día yo también me iré, Amor mío, como ya te escribí. Y sé que mi último recuerdo entonces será el de tus ojos y tu sonrisa cuando me viste aparecer con el Chablis y dos copas, tú y yo, y lo probaste y me dijiste: my God, thou are better than Irish beer.

viernes, 6 de mayo de 2011

DUBLÍN

Sé que La Luna renació esta noche, pues aunque las nubes no me dejaron conversar con ella, lo intuí desde que se puso el sol, a quien tampoco vi, claro.

Pero sé que me mirabas en el parque del fénix y en Seville Rd, donde me dijiste , ¿te acuerdas?, que un apartamento de un dormitorio se alquilaba por casi mil pavos, y por primera vez me sentí en mi ciudad mejor que en cualquier otra.

Pero tú te fuiste por el Liffey a tu mar, y a mi el río de la vida me ha dejado errante en el sur, en el mismo sur en que nos sentimos, tú a mi, yo a ti, por primera vez.

Ahora tu Ulises dublinés entrará por fin en ese Mediterráneo, donde le busco como Telémaco a su padre, para hacer juntos el viaje último pero al revés, desde Escila y Caribdis hasta el saco de Troya. Para empezar de nuevo: ¿era esto la vida? - Bien, ¡otra vez!

martes, 3 de mayo de 2011

DERRY, SARAH, AND ME

duerme
duerme tranquila
ya todo pasó
tiende tus manos
infinitas
que ahí estoy yo
pa recogerlas
y besarlas lentamente
dedo a dedo
ahora duerme tranquila
ya todo pasó
ya sé por qué te fuiste
y por qué no llamaste
y no viniste
no importa
todo está bien, Amor mío,
todo está bien
tú duerme tranquila
que tu brazo en mi almohada
yo lo siento
cada mañana

TU ALEGRÍA

Tu Alegría es
como cuando te vi
por vez primera
y me dije
no es posible no es posible
que me esté pasando
esto a mi

Tu Alegría es la lluvia
en Nerja con los amigos
holandeses y alemanes
y tú y yo a bien cubierto
dentro del bar
tú chablis y mi jarra vikinga

Tu Alegría fue quitarte el chubasquero
y decir esto ni es lluvia para mi,
irlandesa que soy,
y unirte a esa reunión de locos
dejándome tiritando resguardado
entre las maderas del bar

Tu Alegría es cuando
me regalaste luego el chubasquero,
amarillo, para que yo
pudiera lavar el mío, rojo,
y me prometiste una bufanda morada
que nunca fue.

Tu Alegría es que luego, al tercer día
todo fue nuevo para mi.

Tu Alegría es como una espada,
y es que ahora la tengo aquí.
Me penetra lentamente
como si fueras tú.
Y tu mano me acaricia
como si fuera yo.

Tu Alegría es una mirada
en un hotel de Ponferrada
tras haber pensado en morir.

Tu Alegría es cuando, en inglés,
te dije que te quiero,
y el azul de tus ojos
me fulminó.

Tu Alegría es que entonces me dijiste,
en castellano,
que no sólo me querías,
que me amabas,
a mi.

LOUGH FINN



Hice el viaje a media mañana y era como si lo estuvieras contando. Según me había ido acercando al lago la bruma se hacía tan densa que cuando arribé ya no se veía nada, solo el susurro de los duendes indicándome el camino hacia las aguas.

Aguas de Bronwyn, aguas de la espada que espera en mi casa el grabado pendiente que sé que un día hará, con mágica mano, el hada que ahora tú eres.

Estaba en casa, tu presencia se me metía en mi alma más punzante que la humedad, pero también estaba en el lugar sagrado en el que tú habías tomado las decisiones importantes de tu vida, y algunas de ellas me incluían. Ahora era mi turno, porque no había otro remedio que enfrentar la realidad cara a cara, y plantarse. Y la realidad era que tú no ibas a estar allí para compartirlo. Ya no, nunca. Pero allí sí, allí sí estabas, así que te pedí ayuda.

Todas las preguntas, viejas y nuevas, habían hallado su respuesta en los últimos días, desde que recibí la espada y tu carta. Pero sabía que era solo la apariencia, pues lo esencial, lo vital, estaba ahí, pero oculto, velado.

La pregunta real es por qué apareciste en mi vida. ¿Para volver a enseñarme la pasión, tan repudiada en la Orden? No, ya había pasión en mi vida, la hubo, y mucha, durante todo el año pasado. Pasión solitaria y estéril, pero pasión, esa lección ya estaba aprendida.

¿Por qué te busqué? Sí, como reacción a esa esterilidad y a esa soledad. Pero, ¿por qué te encontré? Bueno, tal vez por mi insistencia y porque los dados salieron buenos. Pero, ¿por qué fue luego tan rápido, tan profundo y tan total? Todas las posibles vivencias posibles, entre un hombre y una mujer, en unas pocas semanas, y luego la Nada. ¿Qué mensaje, qué lección me estaba dando la Naturaleza mediante este cielo y este infierno? ¿Y por qué? ¿Qué tenía yo que aprender?

Recordé los viajes en India, tan parecidos por desalentadores: Nepal, los tigres, la llegada del monzón, la biblioteca de Pondycherry, el gurú ajedrecista, la Casa Rusia. Ahí también había habido inquietud, desaliento, angustia, pero había habido esperanza. Y aquí no, ya no.

¿Debía volver a cuidar a una mujer enferma a la que no amo, pero por la que vendí mi alma al diablo hace no sé cuantos años? ¿Es eso lo que me quiso decir Mefistófeles con ese dolor lacerante en Albolote, viajando de Almería a san Roque? Podría ser, pero nada tiene ello que ver contigo. Es otra cosa la verdad. ¿Por qué estoy aquí ahora? Otra vez tan lejos de todo y de todos, buscando respuestas, solo conmigo y con mi piedra vieja y bruta.

Así tu mano. No podía verte entre la bruma pero era tu mano que tan bien conozco. La besé, y tú me acariciaste la cabeza. Iba a decirte algo cuando detrás de mi sonó un ruchh i donaog kerry briach, o algo así. Me volví esperando ver al duendecillo pero el que allí estaba era el guardabosques. Sorry, Sir, le dije, y él tradujo: It is at the year’s end that the fisher can tell his luck. I am not here for any fishing, le dije, alarmado por una posible multa pero tranquilizándome porque no tenía ni sedal ni carrete. Y él: gronaugh burrt veigh, más o menos, y tradujo, esta vez sin yo pedirlo: The essence of a game is at its end.

Volviendo a la realidad le aclaré: My game did end here, it´s about a girl I loved, but she died. Y él: branaugh perry nughty, qué sé yo, y tradujo de nuevo: Though you should take a wife from Hell, yet she will bring you home.

No entendía nada de lo que estaba pasando (si hubiera sido un duende lo habria comprendido, claro) así que le invité: Sir, may you have a sit and a smoke with me? Se sentó y me ofreció su pitillera al verme sacar el camel azul, y callamos mientras liábamos los pitillos.

Fumamos en silencio, hablando sólo de cosas sin importancia: de donde veníamos, quienes éramos, a donde íbamos. Acabado el pito se levantó y se despidió con un amable gesto de cabeza. Antes de que la bruma se lo tragara le pedí: Master, may you tell me a fourth rate?

Thanks for the smoke, dijo, y echó a andar pero se volvió enseguida. Sé que sonreía, aunque ya no lo viera, mientras me dijo: The fire, watch the fire within. Y el duende desapareció.

Volví a sentir tu mano que esta vez acariciaba mi espalda pero al volverme no estabas. Tampoco había ya humedad. La bruma se disipaba. Y me entregué al llanto, al llanto de no entender nada y ser impotente, el llanto de Bosnia y de la India, el llanto del Vacie y de Vallecas.

Luego ya todo fue sol y fue la Luz. El lago se mostró en todo su esplendor. Sabía que tú estabas en mi fuego como yo estaba, para siempre, en tu agua. Volteé algunas piedras en busca de mi hada. No importó. Me fui de allí con tu luz, con tus ojos, con tu Alegría. Sé que no volveré a estar triste, sé que seré feliz, sé que tal vez no importe.

Sé de ti. Eres yo.