lunes, 30 de mayo de 2011

mi pecado
pecado ha sido
ha sido ha sido
no
no saberte

el tuyo no estar no
no estar o estar
tras un espejo

el mío no tocarte no
no conocerte no saberte

no saber de mí, es el tuyo
no saber que te buscaba

buscaba y busco
te busco
en los silencios de Brel de Waits
del halleluja de Buckley
del halleluja de Händel

en los huecos
todos los huecos
todos los fuegos el fuego
la noche boca arriba
sin que sepas quien soy yo
como no sé yo que eres tú

tú y yo un camino un laberinto
¿un laberinto?
con salida ¿con salida?
no hay salida, no la hay
no hay más salida que
la que derriba
las barreras

las barreras laberinto ¿qué barreras?
las barreras de tu nombre y de mi dicha
¿qué barreras? laberinto
laberinto sin barreras

Troya arde. El mundo es de Nausicaa...

domingo, 29 de mayo de 2011






“Esta noche volverán a sonar los hexámetros, (…) Héctor sabrá que va a morir cuando escuche a Aquiles gritar su nombre. Se despedirá, otra vez, de su esposa y de su hijo, y nosotros volveremos a llorar.” (Gabriel Sofer, Al final del mar, Sevilla, 2009)



Cuando le dijeron que Troya ardía, Víctor Choltis no pudo evitar cerrar los ojos aunque sí reprimir lágrima y mueca de dolor. Después miró al mensajero a los ojos y le dio las gracias. El aqueo se marchó y Choltis mandó que le prepararan café. La noche iba a ser larga, pensó. Como tantas.

Recordó los otros incendios que le había tocado vivir: Alejandría, Sarajevo, y sobre todo París, que él ayudó a evitar. Gracias a ello la estatua de Enrique IV siguió recibiendo paseantes nocturnos, como la del Cid en Sevilla. Algunos paseos dieron fruto, otros se quedaron en proyecto.

Ahora ocurría de nuevo. La astucia de un hombre superaba la defensa obstinada y heroica de los inocentes. Un viejo rey entregaría los dioses manes a su hijo y le mandaría ponerlos a salvo, este incidente local sería el origen de uno de los pilares de nuestra civilización. Y este hijo bajaría años después al Hades, vivo, como el hombre astuto que había sellado el destino de Troya.

Troya ardía. Choltis sabía que la noticia se extendería sin pausa por toda Lesbos, que las amazonas volverían a alzarse en armas, y que el hombre que en otro tiempo las venció era el viejo rey que a estas horas ya habría muerto en su ciudad. No quedaba nada por hacer salvo la espera.

Troya ardía, como había ardido Sarajevo, como había caído el Stari Most, como habían sonado ocho mil gritos en las afueras de Sbrenika, en el campamento holandés, donde todos lloraron como locos durante tres noches, aunque, cuando cambió el viento en la segunda y trajo el olor del azufre muchos no pudieron más y huyeron.

Troya, la más bella y orgullosa de las ciudades. El lugar donde los hombres escondieron el secuestrado Amor. La tierra de la esperanza de las guerreras exiladas de Lesbos. Cuando llovía en Troya el arcoíris tendía un puente hacia los Balcanes. El puente que cruza el Diablo cada vez que se acaba un mundo.

Al amanecer Choltis sabía que debía partir. Él era esta vez, una vez más, el elegido, él era, en cierto modo, todos los hombres, como todos los dioses son los manes. Compartiría mar con el otro hombre, el astuto, el que había hecho todo esto posible.

Abrió los ojos. Vio el túnel de lavado funcionando sin nada dentro y por un instante pensó que él también había cruzado el puente del arcoíris. “¿Dónde c… está mi coche?!!! casi grita en alta voz, antes de partirse de risa al comprobar que acababa de levantar su trasero del hirviente capó del Ibiza gris.


viernes, 27 de mayo de 2011

MOSTAR A SRBENIKA, 1995



Nada más llegar la empecé a echar de menos.

La ciudad era, vivía y temblaba bajo las ruedas del viejo VW en que viajaba, sin matrícula, sin identificación alguna, como queriendo pasar desapercibido en el oscuro callejón que nos llevaba al oeste.

Sin tan oír siquiera el susurro del viento, ni sentir en la carne la llamada de las piedras porque allí no había más que ruinas y el viento no había sido invitado ese día a la fiesta.

Pensando, rodeado de gente que sabía de esto mucho más que yo, entendí que no había nada que pensar.

Y ahora que he visto caer la lluvia en Mostar entiendo que tampoco hay nada que sentir. Porque aquí todo sentimiento es vacío, excepto, tal vez, el todopoderoso Amor.

Pero aún de este se me antoja todo esto sin contenido. Creo, y lo veo aún desde fuera, pues soy aquí un recién llegado, que tiene que haber algo más profundo en que basar la vida a la vista de este caos para el cual no existen palabras.

Te acostumbras a ello, me dicen, sí, pero eso no es más que asimilar la realidad de la maldad. No te rebelas porque sabes que el trabajo constante ofrece resultados concretos que alivian los males de esta porción del mundo. Sí, cierto, pero y luego ¿qué?

Mostar seguirá siendo Mostar por los siglos de los siglos porque siempre habrá una ciudad desgarrada por el odio de los hombres que nos hará recordar que somos nosotros los que lo hemos hecho así.

Y por esto es que la echo de menos, ya, ahora, mucho antes de tenerme que ir. Tal vez sea la querencia del novato, me da igual, si es posible amar a una ciudad como se ama a una mujer yo lo he sentido en Mostar y esta vivencia no me la va a quitar ningún psiquiatra.

Pero la ciudad existe, tiene una permanencia que nos trascenderá a todos nosotros pues cuando seamos polvo en el polvo ella seguirá allí, aún cuando no sea más que ruinas. Entonces ¿qué somos? ¿qué hacemos aquí? ¿No será que necesitamos de ella tanto o más que ella de nosotros? ¿No será que en todas partes brota de alguna forma la realidad del Amor a la vida? ¿No será que buscamos fuera de nuestro ser aquello que no nos atrevemos a buscar dentro de él?

¿Dónde está la ciudad? ¿Dentro o fuera de nuestro corazón? ¿Y dónde está nuestro corazón? ¿Dentro o fuera de la ciudad?

Al entrar por primera vez en la ciudad sentí que todo esto podía tener cabida en un corazón humano. Y me enamoré perdidamente, con un deseo más allá de mi propia humanidad.

Por eso nada más llegar la empecé a echar de menos.

(Mostar, 27 de abril de 1995, miércoles de feria en Sevilla)


Hace mucho tiempo que escribí esto. Ha sido la noticia, casi desapercibida, del arresto de Ratko Mladic lo que me traído, no el recuerdo, sino toda la vivencia que allí me asaltó, me dominó, me dejó marcado, para bien, espero, y para siempre.

La imagen de cabecera es de Srbenika. Es una foto del 14 de julio de 1995, portada de un periódico extremeño, que me guardó R., que sabía que a mi vuelta iría a descansar a su tierra.

La historia es simple: Srbenika, ciudad de la Bosnia libre, es “protegida” por un batallón de soldados holandeses bajo bandera de la ONU. Llegan los chetniks (serbobosnios) y dicen: paso libre o nos lo abrimos a tiros. Los de la ONU consultan y reciben orden de desalojo. Y se van.

Los chetniks toman la ciudad y expulsan a las mujeres, los niños (menores de 14) y los ancianos. Se quedan los varones en edad de luchar. Sin armas claro, ¿para qué las necesitaban si los defendía la ONU? Casi todos lisiados o demasiado jóvenes, pues si no habrían estado en el frente. Llegados de toda Bosnia i Herzegovina en busca de refugio. Y convencidos de tenerlo, bajo una bandera azul con la bola del mundo blanca.

Unos ocho mil hombres. A todos los mataron. Un tiro y fosa común. Y Ratko Mladic era el comandante en jefe de los chetniks. Yo estuve allí. En el campamento holandés, en su cantina, muchas veces, compartiendo cerveza y salchichas (sin sauerkraut, afortunadamente) con ellos. A cambio les llevaba tabaco negro y whisky que en la cantina del batallón español de Mostar salía por tres reales.

Esa noche también estuve con ellos, a un kilómetro de la Srebenika abandonada. Había ido, liante que yo era por entonces, con una pareja de periodistas españoles con la que hice amistad en la sede de Médicos del Mundo en Mostar y a los que también solía acompañar cuando se colaban en el Sarajevo sitiado.

Los chicos holandeses estaban tranquilos, como si aquello no fuera con ellos. Sólo los oficiales, con los que intercambié unas palabras al serles presentado, me parecieron tristes y avergonzados. Pero cumplían órdenes. Y yo creo que la decisión de abandonar Srbenika fue correcta. No me imagino a los chicos holandeses, con las mejillas rojitas por la bier y una fotillo de rubia vikinga en la cartera, frente a los chetniks de Mladic. Yugoeslavos, eslavos del sur, tipos de 1,90 y cada mano más grande que las dos mías. Que habían matado a mucha gente, en combate y por la espalda, que habían violado por principio (de limpieza étnica), que habían sembrado el país de minas antipersonal, de las que supongo todavía queda alguna esperando su olvidada presa (estas cosas no salen en la tele). Los holandeses, pese a sus oficiales y a su armamento, estaban más vendidos que un toro en plaza de pueblo.

La culpa, creo, fue de los de siempre, de los que mandan a otros, de los que se creen que ser representantes del pueblo es para pintarlo todo de bonito, de los que tienen dinero y quieren y saben multiplicarlo, del poder….hicieron creer a media Bosnia que allí estarían protegidos, y les creyeron.

Duró toda la noche. Pam, pam, pam, cada cinco o diez segundos. A veces había pausas largas, a veces la cadencia era más rápida. Ninguno pudimos soportarlo, y menos los chicos de rojas mejillas y novia vikinga. Y cuando, antes del amanecer, cambió el viento y llegó el olor a azufre a mí se me rompió algo por dentro, y dolió. Los chicos lloraban como los niños que eran y mis amigos periodistas (gallegos él y ella) me ofrecieron su petaca de orujo, pero ninguno bebimos.

Han pasado más de quince años y todavía no sé qué es lo que ese día se me rompió. Y tal vez no lo sepa nunca, porque se quedó allí. En Srbenika.

domingo, 22 de mayo de 2011

EL SUEÑO DE LA RAZÓN






cuando yo tu sueño atrape
y tú llames a mi puerta
cuando acaricie tus dedos
y sonrías en mi alcoba

cuando allí sea donde duermes
y yo esté lejos y sueñe,
acariciarás mis dedos,
que de allá me atraerán a tu sonrisa

y no será sueño de tus ojos
ni realidad montada por mi mente
llegará tu aliento perfumado
por el hambre insaciable de mis besos

y no será sueño de mis noches
pues sin insomnio y sin palabras, llegará
un día tu naricita que no he soñado
y me dirá palabras nuevas y de magia

sabré entonces que ese cielo de la infancia
ese sol y esa luna, esa estatua
no eran sólo mis paseos solo y nocturno
sino el presagio del sueño que tú eres

viernes, 20 de mayo de 2011

CADENA DE UNIÓN


cuando ni el silencio
tenía,
sí que tuve,
el calor de los Hermanos

cuando sentí el deseo
y nada estaba,
ahí estuvo la mirada,
y el aliento, de la Hermana

cuando llegó la luz,
apolínea, con el No,
yo encontré el Sí,
absoluto, del Hermano

cuando la tormenta se hizo
dolor insoportable,
me llegó el cobijo,
del Hermano

cuando volví a equivocarme
de camino,
ahí estaban las palabras,
en remanso, de la Hermana,

ahora sé quien soy,
en mi silencio,
mi silencio y mi yo son vuestros,
mis Hermanos.

miércoles, 18 de mayo de 2011

CABO ESPARTEL





El viaje a Tánger fue relámpago. Hace tiempo me lo habría tomado con más calma, pero ahora siento tanta nostalgia de casa que me alegré de que el patrón prefiera que cuanto más rápido, mejor. Pobrecito mi patrón....

Cumplido el trámite profesional por la mañana llamé un taxi para mis secuaces con instrucciones de pasearles por la ciudad hasta la cena. Y yo le dije a mi chófer que me llevara a Cabo Espartel.

Hacía más de cuarenta años que allí estuve. Los accesos habían cambiado mucho, pero el sitio era el mismo. El lugar en el que el aíta me ofreció montar un dromedario y yo no tuve napias pa decirle no. El lugar en el que sentí el miedo por segunda vez en mi vida, el miedo de verdad, el miedo a la muerte. Cabo Espartel, nueve años sobre un camello y Tarifa al otro lado. En otro sitio de este blog conté cómo fue el día antes.

Y ahora estaba allí, sin miedo, sabiendo que al otro lado de esa columna están los Hermanos que me quieren, mucho. Yo en Escila, ellos en Caribdis. Recordé las palabras de la Hermana unos días antes, cuando se presentía el amanecer pero la tensión del momento doblegó las palabras y el cansancio nos hizo tomar unas horas de reposo.

Recordé mi vida. La he recapitulado tantas veces que ya la he olvidado, pero fantasmas nuevos llegaron en esta ocasión a poblar mi mente. Fantasmas nuevos, pero antiguos, era la primera vez que llegaban de esta forma. Me resultó tan duro que me volví para pedir a mi chófer que me buscara un peta, pero lo vi lejos, lejos, compartiendo el té (y el kif, seguro), con los colegas. Lo dejé estar.

Encendí mi pipa con tabaco inglés y pensé en lo que yo era y en lo que no. Me sobrecogió el vacío, y estar solo me resultó insoportable, pero aguanté. Ninguna mano iba a acariciar la mía, esta vez. Pensé en todos los seres que he amado, pensé en todos los humanos que he amado, pensé. En Isabel, en Sonia, en Cristina, en la chica canadiense cuyo nombre nunca supe, en Mariajo, en Maite, en Itziar,... y ahí me detuve.

Si siempre he amado la soledad, ¿a qué lamentarme ahora de ello? Si siempre he querido estar solo (pero libre, sic Cyrano de Bergerac), ¿por qué renunciar ahora a ese privilegio? Si echo de menos una mano en la mía ¿por qué desearlo? Si sé que la vida es renuncia y resignación (¡qué descubrimiento de palabra!), ¿por qué tratar de forzar otra cosa?

La mar fluía y el tiempo se iba. La ceniza de mi pipa marcaba un silencio que había que asumir. La primavera se consagraba en esta sala de espera sin esperanza (sic J. Sabina), el verano está próximo y no promete nada más que el salario de un curso más duro que el anterior. La mar fluía y yo me sentí allí con ella. Fluyendo a donde me lleve la ventura.

Pero a ti.

martes, 17 de mayo de 2011

LA LUNA EN EL ESCORPIÓN



¿De cuánta luz es capaz un ser humano? Todos los meses me hago esta pregunta cuando llega la luna, sobre todo si la noche es nublada, como ésta lo es, y no está nada claro si la luz es este resplandor o el recuerdo de su ausencia (sic, Albert Camus, El enigma, 1954).

Olvidamos, sí, que la luna es la ausencia del sol, como la oscuridad es la sombra de la luz, como la ambición es sombra de una sombra (sic, Hamlet, acto II, escena II). Olvidamos también los matices de la luz, sobre todo nosotros que vivimos en tierras de mucho sol, de sol apolíneo, sol de mediodía, sol sin sombras.

Y la ambición crece despacio, sin darnos cuenta, con una aparentemente honesta modestia que la hace llegar a dominar todo nuestro horizonte, hasta borrar el recuerdo de la luz del amanecer, la luz anaranjada del crepúsculo, la luz dionisíaca, luz con sombras.

Nos ciega entonces esa luz, se desborda su flujo como río con la lluvia. El monzón interno toma las riendas de nuestras vidas y quedamos abocados a la deriva, entre las olas, frente a los vientos cambiantes, y nos ocurre lo que a Ulises cada vez que le sorprende una tormenta: nunca sabemos qué nos espera al otro extremo del túnel que nosotros mismos estamos excavando.

No es así como hemos de viajar. No, debemos largar amarras y, gobernando la nave, dejarla sin embargo caer a la ventura. Es maniobra difícil y arriesgada. Pero cuando es correctamente desarrollada nos permite encontrar esa marea cuya corriente nos lleva a la fortuna (Brutus, Julio César, acto IV, escena III).

Podemos confiar en esa marea, pero esta confianza no es una fe ciega, sino que va a ser pacto, tratado, trabajado de acuerdo con la Naturaleza para, por un lado, completar su trabajo, por otro, para aprovechar su fuerza en la construcción de las decisiones que nos hacen ser lo que somos.

Completar el trabajo de la Naturaleza quiere decir saber que el oro del que el sol es símbolo no es el Oro verdadero, pues éste está en nosotros, está oculto en la piedra, por bruta que sea. Es, verdaderamente, sombra de una sombra de una luz que es el sol, pero buscando con humildad, non nobis, domine, alcanzaremos a fabricarlo en una obra en la que el conocimiento de nosotros mismos y el conocimiento del mundo se intercondicionan, hasta hacerse una sola y maravillosa cosa.

En esa cosa pensaba Ulises cuando le dijo a Calipso que, antes que ser dios a su lado, prefería, a pesar de las penas y esfuerzos que ello iba a costar, gozar de la luz del regreso al hogar. Lo que no impidió que, ya cuando el sol se ponía y vinieron las sombras, marcharan los dos hacia el fondo de la cóncava gruta y en la noche gozaran de amor uno al lado del otro (Odisea, canto V).

En la caverna los dioses son dioses y las diosas son diosas, o jugamos a serlo. Pero nuestra condición humana es talar el olivo hasta hacerlo nave y tejer el cáñamo hasta hacerlo vela y con esto y el coraje de vivir la vida, que nada más hace falta, hacernos a la mar con la confianza del marino experto y la prudencia del marino viejo.

¿Nos atrevemos?

lunes, 9 de mayo de 2011

SEVILLA, TU LUNA EN MI AGUA

De la sed


Quitadme incluso el mar;
incluso el apretado cauce de los arroyos,
las acequias ruidosas de insectos, los estanques
donde los peces muerden la soledad del agua;
quitadme la tormenta,
los carriles de lluvia resbalando en el vidrio,
el rocío que preña de gotas los jarales,
la humedad de la noche lastimando los trigos.
Quitadme incluso el mar.

(La única sed que temo es la sed de su boca.)

(Poema de J. Parra Ramos)



domingo, 8 de mayo de 2011

DUBLÍN A SEVILLA

El cielo es hoy azul y plácido, como el de Juan Ramón, o ah, este cielo, este sol de mi infancia, de Machado en Colliure. La reentré en Sevilla ayer fue fantástica, el reencuentro con los Hermanos entrañable, sobre todo en la cena y su sabrosa e íntima conversación. Tengo suerte, mucha suerte, y lo sé.

Llegué tarde a casa, que por una vez estaba impoluta tal jardín japonés, y también vacía pues JA estaba de feria y jaranda, así que me tocó encender las luces (la lux aeterna seguía en su lugar geométrico, menos mal).

Todo estaba, en mi cuarto y en mi mesa, como lo había dejado antes del viaje. Todo excepto la rosa que me había dado tiempo a subir por la mañana, antes de partir al misterio del día.

Y ahora estaba frente al misterio de la noche. Mi querida Hermana, durante la comida, me había preguntado por mi viaje, por cómo era tu Irlanda, pero el ruido y el fragor de los platos y la multitud (fraterna, pero multitud), no me permitieron contarle lo que había visto, y revivido, en la reciente ceremonia, cuando otra Hermana quedó tendida en el suelo bajo un paño de sangre. Fue aquello un catalizador que me llevó a las lágrimas, al recuerdo, a la felicidad.

Estuve en una tierra verde, verde esperanza, verde Sarah. Más verde que Asturias, Galicia o el País vasco. O las dehesas extremeñas tras una primavera lluviosa. O que la sierra entre Medina y san Roque, con sus brumas y sus arcoíris.

Esos verdores, traté de explicarle luego a la Hermana durante la cena, que me parecen maravillosos, y que los he vivido profundamente, me parecen ahora como algo que viene de fuera, de la humedad, la lluvia, tal vez de la mano de Dios, pero de fuera. Es como cuando montamos un Belén y dejamos caer la verdina sobre el pegamento esparcido por el corcho.

Pero tu tierra, mi pequeña, esa tierra que te cobija y a mi me da esperanza, es verde de otra forma. Es verde desde dentro, en vez de un magma rojo de barro y fuego, allí hay otro núcleo, que exuda verdor a través de la piel y convierte a la Tierra en Verde. Y los ríos que te llevan son verdes, y los lagos en que remansas son verdes, como lo son los duendes y las hadas, aunque ninguna he viso más que tú.

Y de ese Verde he vuelto, Amor, a mi tierra seca del sur. A la que tú quisiste, un día, que fuera tuya también. Y lo es. Ahora empieza todo de nuevo para mi, para ti es oriente eterno, pero ya no lloro por ello. Porque sé, y hago mía, la frase con que concluía la estancia en Dublín: ¿era esto la vida?- Bien, ¡otra vez!


Nos conocimos mediante esta frase, ¿te acuerdas? Era nuestro símbolo, mitad tuyo, mitad mío, y las juntábamos cuando queríamos salir de los foros y chatear con pensamientos más profundos. Tanto, tanto tiempo, sin saber de ti más que esa exclamación de Zaratustra tras la muerte del volatinero. Que había quedado en tu memoria, como también lo había hecho en la mía, treinta y tres años antes, cuando leí al Nietzsche por primera vez, sin entender nada, claro, excepto esa frase, esa circunstancia, esa visión de un enigma, ese canto brutal, inhumano, salvaje, pero hermoso, a la vida que perdura.

Nos reconocíamos así, en la distancia, sin fotos, sin webcams, sin nada más que nuestras palabras que de la filosofía fueron poco a poco derivando a la vida. Fue tu anzuelo cuando fuiste a Nerja, y mi torpedo para que supieras que yo estaría allí.

Nada sabíamos el uno del otro. Ni edad, ni rostro, ni estado civil, ni si éramos buenos o malos en el fondo. Pero lo intuimos, tú y yo, y allá que nos vimos. Quedamos en el bar de Robert, Rincón de Europa, inimaginable vista mediterránea, y yo llegué antes, claro. Le dije que era tu amigo y me atendió con una jarra vikinga, y así te esperé. Jamás he apurado más una cerveza, sin repetir, con la excitación de una cita a ciegas con una mente que sabía gemela (en lo intelectual), y que sabía de mujer, pero nada más.

No pregunté. Esperé. ¿Serías joven o vieja? ¿Vendrías sola o con tu marido? ¿O con los niños? ¿Había niños, había marido? ¿Podríamos hablar de otras cosas o solo de Nietzsche? Todo ello pudo conmigo y me puse nervioso, más que en octubre en san Roque, cuando supe que SK venía. Pero esperé.

Y llegaste, como las hadas. No te vi. Un hada de pelo rojo y ojos azules saludaba a Robert y a su mujer, charlaba con ellos, intercambiaba frases corteses. Seguía yo esperando cuando te acercaste y me dijiste (única vez que me has hablado en alemán): Das ist das Leben? Noch ein mal, aber jetzt geht´s los! Para mi fue como si en vez de una me hubiera tomado ocho jarras vikingas, y cuando Robert fue a ponerte tu Guiness y le dijiste: no, pls, wine from this yard, y él te quiso escanciar manzanilla (torpes holandeses), yo le dije, Robert, examinemos tu bodega, quitado mi sopor de un golpe y sabedor de lo que me jugaba. Y ahí, en su espléndida bodega, dormía una botella de borgoña de dos años, un perfecto chablis para la ocasión.

No sé, Amor, si te enamoraste antes del chablis y luego de mi o al revés. Sí sé que empezamos a hablar y el pobre Nietzsche ni se asomó por allí. Hablamos de unicornios y de olivos, de mares y de flores, de tus clases y mis viajes, de mis amores y de tus viajes, de mi familia y de la tuya, y de pronto y a un golpe supimos que podríamos estar así, dos o tres vidas hablando, y que no nos íbamos a aburrir nunca. Pero tú te habías cepillado el chablis y yo había multiplicado mis vikingas jarras, y entendimos que era buen momento y lugar para despedirnos. Tú a tu casa, yo a mi parador, a mi habitación doble, como siempre (casi siempre) para mi sólo.

El día siguiente fue una repetición, más larga, de lo mismo, ¡qué bien lo pasamos! Y por la noche, borrachitos, nos volvimos a decir hasta mañana.

El día siguiente fue una repetición, más larga, de lo mismo, pero esta vez yo opté por el zumo de tomate, a ver si era así capaz de lo mismo, y tú, sin haber mediado palabra, te decidiste por el de naranja. Y tras todo el día hablando y disfrutándonos cenamos despacito en La Herradura , ¡ay, Granada!, compartiendo un poco de Riscal porque no había borgoña, claro, y nos fuimos a tomar el café al parador, y ahí empezó el mundo, de nuevo, para los dos.

Pasamos veinte noches juntos, mi Amor, solo veinte, pero cada una fue un escalón más sobre la primera. Amé tu cuerpo, anhelé tu espíritu, y los tuve, como tú los míos. Y mi alma queda unida para siempre con la tuya, pase lo que pase con mi vida a partir de ahora.

Algún día yo también me iré, Amor mío, como ya te escribí. Y sé que mi último recuerdo entonces será el de tus ojos y tu sonrisa cuando me viste aparecer con el Chablis y dos copas, tú y yo, y lo probaste y me dijiste: my God, thou are better than Irish beer.

viernes, 6 de mayo de 2011

DUBLÍN

Sé que La Luna renació esta noche, pues aunque las nubes no me dejaron conversar con ella, lo intuí desde que se puso el sol, a quien tampoco vi, claro.

Pero sé que me mirabas en el parque del fénix y en Seville Rd, donde me dijiste , ¿te acuerdas?, que un apartamento de un dormitorio se alquilaba por casi mil pavos, y por primera vez me sentí en mi ciudad mejor que en cualquier otra.

Pero tú te fuiste por el Liffey a tu mar, y a mi el río de la vida me ha dejado errante en el sur, en el mismo sur en que nos sentimos, tú a mi, yo a ti, por primera vez.

Ahora tu Ulises dublinés entrará por fin en ese Mediterráneo, donde le busco como Telémaco a su padre, para hacer juntos el viaje último pero al revés, desde Escila y Caribdis hasta el saco de Troya. Para empezar de nuevo: ¿era esto la vida? - Bien, ¡otra vez!

martes, 3 de mayo de 2011

DERRY, SARAH, AND ME

duerme
duerme tranquila
ya todo pasó
tiende tus manos
infinitas
que ahí estoy yo
pa recogerlas
y besarlas lentamente
dedo a dedo
ahora duerme tranquila
ya todo pasó
ya sé por qué te fuiste
y por qué no llamaste
y no viniste
no importa
todo está bien, Amor mío,
todo está bien
tú duerme tranquila
que tu brazo en mi almohada
yo lo siento
cada mañana

TU ALEGRÍA

Tu Alegría es
como cuando te vi
por vez primera
y me dije
no es posible no es posible
que me esté pasando
esto a mi

Tu Alegría es la lluvia
en Nerja con los amigos
holandeses y alemanes
y tú y yo a bien cubierto
dentro del bar
tú chablis y mi jarra vikinga

Tu Alegría fue quitarte el chubasquero
y decir esto ni es lluvia para mi,
irlandesa que soy,
y unirte a esa reunión de locos
dejándome tiritando resguardado
entre las maderas del bar

Tu Alegría es cuando
me regalaste luego el chubasquero,
amarillo, para que yo
pudiera lavar el mío, rojo,
y me prometiste una bufanda morada
que nunca fue.

Tu Alegría es que luego, al tercer día
todo fue nuevo para mi.

Tu Alegría es como una espada,
y es que ahora la tengo aquí.
Me penetra lentamente
como si fueras tú.
Y tu mano me acaricia
como si fuera yo.

Tu Alegría es una mirada
en un hotel de Ponferrada
tras haber pensado en morir.

Tu Alegría es cuando, en inglés,
te dije que te quiero,
y el azul de tus ojos
me fulminó.

Tu Alegría es que entonces me dijiste,
en castellano,
que no sólo me querías,
que me amabas,
a mi.

LOUGH FINN



Hice el viaje a media mañana y era como si lo estuvieras contando. Según me había ido acercando al lago la bruma se hacía tan densa que cuando arribé ya no se veía nada, solo el susurro de los duendes indicándome el camino hacia las aguas.

Aguas de Bronwyn, aguas de la espada que espera en mi casa el grabado pendiente que sé que un día hará, con mágica mano, el hada que ahora tú eres.

Estaba en casa, tu presencia se me metía en mi alma más punzante que la humedad, pero también estaba en el lugar sagrado en el que tú habías tomado las decisiones importantes de tu vida, y algunas de ellas me incluían. Ahora era mi turno, porque no había otro remedio que enfrentar la realidad cara a cara, y plantarse. Y la realidad era que tú no ibas a estar allí para compartirlo. Ya no, nunca. Pero allí sí, allí sí estabas, así que te pedí ayuda.

Todas las preguntas, viejas y nuevas, habían hallado su respuesta en los últimos días, desde que recibí la espada y tu carta. Pero sabía que era solo la apariencia, pues lo esencial, lo vital, estaba ahí, pero oculto, velado.

La pregunta real es por qué apareciste en mi vida. ¿Para volver a enseñarme la pasión, tan repudiada en la Orden? No, ya había pasión en mi vida, la hubo, y mucha, durante todo el año pasado. Pasión solitaria y estéril, pero pasión, esa lección ya estaba aprendida.

¿Por qué te busqué? Sí, como reacción a esa esterilidad y a esa soledad. Pero, ¿por qué te encontré? Bueno, tal vez por mi insistencia y porque los dados salieron buenos. Pero, ¿por qué fue luego tan rápido, tan profundo y tan total? Todas las posibles vivencias posibles, entre un hombre y una mujer, en unas pocas semanas, y luego la Nada. ¿Qué mensaje, qué lección me estaba dando la Naturaleza mediante este cielo y este infierno? ¿Y por qué? ¿Qué tenía yo que aprender?

Recordé los viajes en India, tan parecidos por desalentadores: Nepal, los tigres, la llegada del monzón, la biblioteca de Pondycherry, el gurú ajedrecista, la Casa Rusia. Ahí también había habido inquietud, desaliento, angustia, pero había habido esperanza. Y aquí no, ya no.

¿Debía volver a cuidar a una mujer enferma a la que no amo, pero por la que vendí mi alma al diablo hace no sé cuantos años? ¿Es eso lo que me quiso decir Mefistófeles con ese dolor lacerante en Albolote, viajando de Almería a san Roque? Podría ser, pero nada tiene ello que ver contigo. Es otra cosa la verdad. ¿Por qué estoy aquí ahora? Otra vez tan lejos de todo y de todos, buscando respuestas, solo conmigo y con mi piedra vieja y bruta.

Así tu mano. No podía verte entre la bruma pero era tu mano que tan bien conozco. La besé, y tú me acariciaste la cabeza. Iba a decirte algo cuando detrás de mi sonó un ruchh i donaog kerry briach, o algo así. Me volví esperando ver al duendecillo pero el que allí estaba era el guardabosques. Sorry, Sir, le dije, y él tradujo: It is at the year’s end that the fisher can tell his luck. I am not here for any fishing, le dije, alarmado por una posible multa pero tranquilizándome porque no tenía ni sedal ni carrete. Y él: gronaugh burrt veigh, más o menos, y tradujo, esta vez sin yo pedirlo: The essence of a game is at its end.

Volviendo a la realidad le aclaré: My game did end here, it´s about a girl I loved, but she died. Y él: branaugh perry nughty, qué sé yo, y tradujo de nuevo: Though you should take a wife from Hell, yet she will bring you home.

No entendía nada de lo que estaba pasando (si hubiera sido un duende lo habria comprendido, claro) así que le invité: Sir, may you have a sit and a smoke with me? Se sentó y me ofreció su pitillera al verme sacar el camel azul, y callamos mientras liábamos los pitillos.

Fumamos en silencio, hablando sólo de cosas sin importancia: de donde veníamos, quienes éramos, a donde íbamos. Acabado el pito se levantó y se despidió con un amable gesto de cabeza. Antes de que la bruma se lo tragara le pedí: Master, may you tell me a fourth rate?

Thanks for the smoke, dijo, y echó a andar pero se volvió enseguida. Sé que sonreía, aunque ya no lo viera, mientras me dijo: The fire, watch the fire within. Y el duende desapareció.

Volví a sentir tu mano que esta vez acariciaba mi espalda pero al volverme no estabas. Tampoco había ya humedad. La bruma se disipaba. Y me entregué al llanto, al llanto de no entender nada y ser impotente, el llanto de Bosnia y de la India, el llanto del Vacie y de Vallecas.

Luego ya todo fue sol y fue la Luz. El lago se mostró en todo su esplendor. Sabía que tú estabas en mi fuego como yo estaba, para siempre, en tu agua. Volteé algunas piedras en busca de mi hada. No importó. Me fui de allí con tu luz, con tus ojos, con tu Alegría. Sé que no volveré a estar triste, sé que seré feliz, sé que tal vez no importe.

Sé de ti. Eres yo.


lunes, 2 de mayo de 2011

DERRY



Que sean unos labios pequeños
mas como los tuyos
que me coman en silencio
sin dejar migaja.

Que sean unos brazos pequeños
mas como los tuyos
que se dejen acunar
lentamente
que suavemente rocen
mi cabeza
cuando por el otro lado se estiran al misterio
sabedores de que como arriba así es abajo.

Que sen unos ojos pequeños
mas saltones como los tuyos
alegres en el otoño
provocativos en la nieve
incansables en la lluvia
y azules, tristes,
cuando no hay luz sobre la almohada.
Y que miren a los míos
guiñando porque saben que es verdad.

Que sea pequeña, pequeña,
como hoy lo eres tú, mi Amor
que no te hacen falta tacones
para besar mis labios
pero sí para tocarme coronilla
cuando dices que ya no hay más.

Que sean unos pequeños dedos
como los tuyos
que se agiten siempre y que vacilen
entre la copa y la verdad
y que sabiamente elijan
como tú lo hiciste
al decidir juntarlos con los míos.

Que sean unos senos pequeñitos
como los tuyos
que brinque ahí el universo
entre mis manos sedientas de aventura.
Que la sombra cuando llegue
no olvide nunca que si algo en ti he amado
mi Amor, más tu voz y más tu alma,
ha sido el misterio de tus senos.

Que sean pequeñas las caderas
como las tuyas, mi Amor
que mis brazos torpes no la abarquen
que se ría siempre mi grandura
que caiga también desfallecido
como tú lo hiciste con los míos.

Que sean pequeñas las orejas
como las tuyas,
que me pierda yo en ellas al amarlas
y que me digan todo de una vez.
Que sean la fuente de cosquillas
y de la vida y del amor.

Que sean largos sus cabellos
como los tuyos, mi Sarah,
que sean rojos e irlandeses
que puedan a cuatro vientos decir
que son del Odiseo y de su barca
y si no te hundes tú, tampoco
tampoco yo.

Que tenga dulces pantorrillas
como las tuyas
que allí se pierda mi mano
perezosa, sin querer subir
que el mundo sea siempre
un mundo aún por descubrir.

Que tenga un hermoso ombligo
como el que tu tienes, Amor
que sea el centro de mis besos
que sea el lugar desde el que sabes
que te amo
que cuando te miro tontamente
es, que pienso en ese ombligo.

Que tenga una hermosa nuca,
como la tuya
sobre todo
que tenga una hermosa nuca
pues si mis besos te dicen Amor
es ahí, cuando, tras la ducha
me dices que te peine
y nada hay entonces para mi, Amor mío,
en todo el Universo,
más que tu nuca y mis besos,
mis besos en el corazón.

SEVILLA A DERRY




No miré
bajo las piedras
no son mías,
mis piedras
tampoco entre los árboles
pero ellos sí son
pues ahí está
tu mirada misteriosa
invitándome a desvelarla
invitándome a tu fiesta
let´s go´n party again
Sarah, mi Sarah, ¿cómo me has hecho esto?
Si yo estaba contento con los duendes
si yo era feliz con las historias
si yo era un hombre entero de recuerdos
si tú ya estabas en todas mis esquinas.

Daga final entra en mi carne, pero ya
fría, dulce, satisfecha, sedienta.
¿Qué hemos hecho, Amor, qué hicimos?
No lo sé, pero recojo las piedras de a una
cantos rodados del río de tu Derry
ahí te siento, ahí estás, ahí eres
fantasma, el fantasma abisal de mi deseo.