sábado, 15 de marzo de 2008

UNA COLUMNA ROMANA


Como yo lo hago ahora, ¿quién en otro tiempo, en ti apoyado, contemplaba el horizonte desde el que volvía a su morada? ¿Cómo eran su rostro y su mirada, qué pensamientos se agolpaban en su mente? ¿Qué baños y masajes le esperaban, qué manjares? ¿Cuántos hijos le salieron al encuentro?

¿Qué manos temblaron en sus hombros, qué cabellos acariciaron su cuello? ¿Cuánto duró el escalofrío que le recorrió, voraz, en ese instante? ¿Pensó entonces en la muerte? ¿O se dejó llevar, sencillamente, por la promesa del gozo y de la paz? ¿Cuales fueron sus primeras palabras?

Apoyado en la barandilla del bar de la terraza del Accord, otra vez me hago preguntas. ¿Dónde está la columna en cuyo interior está encerrado el universo? ¿De quien son las manos en cuyas palmas se apoya la eternidad de Blake? ¿De qué arbusto, en el camino a Kallipuram, saltará el tigre en cuya piel los dioses dibujaron la fórmula que construye los mundos?

Esas preguntas me hago, aquí en Madras, bajo un cielo en el que nunca hay estrellas, pero sólo yo no veo sino el resplandor de la ciudad. Con un calor que no se acaba nunca, pero sólo yo siento el calor. En una playa que no huele a mar, y en la que sólo yo acaricio las olas, que nada saben de las estrellas marinas. En las tormentas de medianoche, y el aroma de la lluvia, que jamás brota.

En Madras, olvidada la costumbre de las respuestas, la mirada vuelta a occidente, como Ulises. Sin baños ni manjares ni cabellos en mi cuello. Sin tigres ni columnas. El viento de la noche me trae la voz, esa voz deseada, que tampoco ha muerto. Y me envuelve en el silencio, y se disuelve en un momento, como el azahar de primavera.

Y sueño con Tu Nombre, anima vagula, blandula…