Contemplo la vieja y nueva Waterman y pienso que si la espada o el arco son una extensión del brazo del tirador, también la pluma lo es de la mano del poeta, viejo y nuevo, que te escribe. Y si en el ejercicio del tiro devengo arma, proyectil, disparo, blanco, y es todo uno y lo mismo; así también en el ejercicio poético soy la pluma y la tinta que se extiende sobre tu piel, y el papel y el blanco transformándose en canción, y el rumor del viento que nos lleva a tu corazón, a esa sangre que se extiende sobre tus regalos, velando en mi mente la percepción del amor que te guió al elegirlos para mi. Ningún fuego ajeno puede destruirlo, ninguna Faber Castell puede sustituirla. La nueva y vieja Waterman que emerje del lago de sus propias cenizas, y emprende vuelo con el viento que no hay en Madras, donde tampoco estás tú.