Ya la propia frase da un poco de miedo. No me toques, y en latín. Como para no tomárselo en serio.
Pero no debemos quedarnos en la apariencia. Creo que lo primero es desposeer a la expresión, y a todo lo que aquí escribimos, del fondo religioso en el que, aparentemente, se inscribe el tema tratado. Crearemos entonces un nuevo fondo.
El independentista filipino José Rizal utiliza la lapidaria frase como título de su primera novela. Como oftalmólogo que era, sabía que esa expresión se usaba para referirse al cáncer de párpados. En su novela, el cáncer es el gobierno colonial español, y el “noli me tangere”, la actitud del pueblo filipino, que no terminaba de atreverse a atacar ese incómodo cáncer.
Ya más animado por este descubrimiento, me pongo a examinar los muchos cuadros que, con este título, se han pintado. Todos representan la resurrección del Cristo, tal como la relata Juan de Patmos en su evangelio. En todos hay dos figuras grandes y centrales, Jesús de Nazaret y María de Magdala, bien iluminadas, y rodeadas de diversos elementos que indican o inducen un apogeo o una exaltación. Me refiero a cuadros de grandes pintores, como Fra Angélico o Tiziano, por citar sólo dos de ellos.
En el Städel también hay un Noli me tangere, y es el primer cuadro al que me aproximé el pasado sábado. Su autor se llamó Claude Le Lorrain o Claudio di Lorena, nació en Chamagne, en los Vosgos, en 1600, y murió en Roma en 1682. Fue uno de los pintores que más impulsaron la pintura de paisajes, independizándola de motivos religiosos o de otra índole.
Su Noli me tangere no tiene nada de barroco, como correspondería al siglo XVII. Es más bien un cuadro idílico, arcádico, acaso romántico. Nada que tenga parecido con los otros cuadros que he citado. En este las figuras principales, y únicas, no son centrales, sino laterales, no están iluminadas y son de pequeño tamaño. El cuadro es grande y hay que verlo de lejos para apreciar el conjunto, pero desde ahí las figuras son casi inapreciables. Hay que acercarse, y mucho, para verlas bien. El cuadro, pues, requiere de una segunda lectura, la lectura de la cercanía.
Hay un jardín, o un huerto, o un bosque, la ciudad en segundo plano y al fondo las montañas. Amanece, el viento del norte mece bien los árboles y ya hay algunas aves en el cielo. A la izquierda hay dos pequeñas figuras y a la derecha otras dos. Todo muy idílico. Ya solo por esto el cuadro merece reconocimiento como un gran paisaje. Pero hay más, hay la lectura de cercanía.