-Como
esta mañana- me dijo el gigantón
apurando el malta escocés al que le había invitado mi amiga la periodista
gallega, -usted estaba a las once y el chaval a la una. Pero le tocó a él.
Hideputa,
pensé por enésima vez mientras mi amiga le encargaba otro malta. A ella le gustaba que yo llevara
las conversaciones cuando su cámara estaba filmando. A mí no me respetarían, me
decía. Y a cambio de que me llevaran con ellos al amparo de su salvoconducto
oficial, a veces me tocaba lidiar con elementos como este.
No
parecía mala persona, así, a primera vista. Estuvo seleccionado para la olimpíada
de Barcelona, pero la guerra le impidió acudir. – Como Mozart, continuó, es belleza pura.
Siempre. Aquí tiene, (estaban tocando el segundo movimiento del concierto para
clarinete), nada más triste, la soledad absoluta del hombre que se encuentra a
sí mismo. Pero es hermoso. ¿Me entiende?
Asentí,
sorprendido de que él lo entendiera. Pero el tipo no dejaba de hablar: -luego está la pintura, ¡ah, qué goce,
qué exaltación del espíritu! Cuando estuve en España, antes de la olimpíada,
pasé tres días en el museo del Prado. Sólo salí de la sala de los flamencos
para visitar a Goya, ¡qué genio! Esos dibujos en blanco y negro….
-¿Es usted artista?, le pregunté
yo
-¿Yo?
No, qué va. Soy doctor en filología, o lo era, antes de la guerra.
-¿Qué tal la poesía serbia?, insistí
- No
hay ya poesía serbia, me dijo. Los nazis mataron a todos los poetas. Lo dijo y
se quedó tan tranquilo.
- Ponían
a un poeta a las once, matizó, y a un comunista a la una. Y se cargaban antes
al poeta, claro. Al revés que esta mañana. Se le veía a usted majestuoso a
través de mi alza telescópica esta mañana, continuó, con su polo rojo. Pero el
chiquillo iba de verde, y no hubo opción.
-
¿Verde esperanza?, le pregunté
horrorizado
- Verde
como su bandera, dijo él apurando de un trago el whisky. Putos bosnios,
concluyó. Y escupió al suelo, el hideputa.
(En el 20º aniversario de Sbrenica)