(Borges, La cifra)
No recuerdo el tiempo, sí los cerezos.
Por la noche llega el asalto del insomnio, regalo de cuando vivía entre humo y ruido. Entonces me siento y recuerdo y lo cuento. Solo.
No son los dientes cercenados
por la bosnia metralla
ni el blanco bigote
que a la cicatriz oculta.
No son los huesos que crujen
ni los que me duelen,
ni estos pies que anclan
este eje doblado que no centra.
No es el aire que siento es una falta,
ni las faltas que espero van al agua
la gota que en el párpado se forma
y toma raudo vuelo en mi mejilla.
No el temblor que arrastran estas manos
en letras que no veo, esa sombra
perdida en lontananza, que no sé
si es ave o pararrayos. Ni siquiera
es el recuerdo, cuando llama,
ni el olvido angustioso de tu ausencia,
ni tampoco es la muerte, silenciosa,
cuando silba en mi oído, las canciones de la infancia.
No, es sencillamente, un par de rodillas
enmieladas sobre botas puro cuero,
que me traen, entre Sol y santa Ana,
el aroma de un sueño que no ocurre.
He visto el Absoluto en tu ternura,
pero era mi ojo,
y no la Ternura,
nada vi, nada sin Ti.
He oído lo Eterno en tu confianza,
pero era mi oreja,
y no la Confianza,
nada oí, nada sin Ti.
He acariciado el Aroma en tus palabras,
pero era mi olfato,
y no la Palabra,
nada olí, nada sin Ti.
He gustado el Sabor en tus labios,
mas era mi paladar,
y no tu Boca,
nada besé, nada sin Ti.
He sentido tu Cuerpo entre mis brazos,
pero eran mis dedos,
y no el Universo,
nada soy, nada sin Ti.
Pero el Absoluto y lo eterno del aroma al que sabe tu Cuerpo,
no requiere ojo ni oído ni olfato ni sabor en mis manos,
y los hombres dirán, olvidando mis cenizas,
que me fui sin enterarme.