martes, 1 de agosto de 2006

SOLSTICIO DE VERANO EN EL 2003


Este Hermano que os habla tenía apenas ocho años cuando, unos días antes del solsticio de verano, fue atropellado por un coche que le dejó dos meses casi postrado en cama. Coinciden familiares y amigos en que fue entonces cuando empezó a volverse loco, es decir, a preguntarse el sentido de la vida. Sigo creyendo, aunque cada vez temo más equivocarme, que fue no tanto por el traumatismo cerebral como por la ocasión, a tan temprana edad, de tener que renunciar a los juegos propios de las vacaciones estivales y verme en la necesidad de dirigir la mirada hacia otro lado, que, dadas las circunstancias, no podía ser más que a mi propia interioridad.

Una terrible serie televisiva sobre la Gran Guerra, que mostraba, por supuesto en blanco y negro, los horrores de las masacres de la contienda y los bellos campos de Francia llenos de cadáveres, le hizo preguntarse por la muerte y, al no tener elementos para una reflexión racional, buscar su significado a través de la experiencia del silencio interior. Así llegó a paladear el sentimiento magnífico del brote de la chispa del conocimiento y de su asentamiento en el campo fértil, y peligroso, de la mente humana.

Empezó a dudar de todo, y aprendió a pensar, a utilizar el lenguaje para formular proposiciones lógicas, a usar de la analogía para tratar de comprender el por qué de las cosas cuando el logos se mostraba insuficiente.

Con los años descubrió a Nietzsche, y, aunque no le entendió como le puede entender ahora, intuyó que había otras mentes y otros corazones que habían tenido sus mismas inquietudes y que habían llegado al convencimiento de la necesidad del cambio de las estructuras mentales para acceder a un conocimiento que, de otra forma, nos está velado. Y también que, precisamente este cambio, que sólo puede partir de la mente y sólo puede terminar en el corazón, era, para todo ser humano, lo más difícil del mundo. Las viejas estructuras siempre nos llaman, nos invitan a volver a su cobijo, destruyen en un momento tareas de meses o de años.

Ya con quince años descubre los escritos de los alquimistas, de los que casi nada entiende, pero que le llevan, por mor de una carambola, al misterio de la piedra. Y, al no encontrar literatura, empezó a buscar el sentido ahí donde estaba, en las catedrales. Viajó por España, Francia, Alemania e Inglaterra, y no entendió, pero sintió, en su carne y en su espíritu, el mensaje del arte gótico y de la construcción, a escala, del modelo universal a la gloria del Gran Arquitecto.

Siguió buscando más y más en la física relativista y cuántica, en el budismo, en el zen, en el tantra, en el taoísmo, en la cábala, en el sufismo. Pasaron muchos, muchos años, y un día encontró a un Maestro Masón que le explicó los principios generales de la Orden. El Maestro sabía muy bien que se las estaba viendo con un ya antiguo buscador, acostumbrado a ir a la ventura, y fue muy claro: veladamente, simbólicamente, le hizo entrever dónde estaba ese secreto guardado en la piedra, ese ansia de saber; le mostró el camino.

Llamó a las puertas del templo y empezó a ser, de pleno derecho, Aprendiz Francmasón, y aún lo sigue siendo. Pero ahora tiene un camino iluminado, una vía al exterior de la caverna. Ahora empieza a comprender. La Verdad, el Logos, la Luz, se esconden detrás de los símbolos y sólo escarbando en ellos se puede profundizar en el conocimiento existencial que nos brinda la sabia naturaleza.

Mis Queridos Aprendices y Compañeros: no creáis que las perfectas reflexiones profanas nos acercan a la Verdad, sólo el símbolo puede hacerlo, pues en él está siempre escondido el Secreto, el Misterium Magnum. Nada se sabe, todo se busca.

Quiero, en este día más largo del año, y antes de entrar en la soledad del oficio que habéis tenido a bien confiarme, agradecer con todo mi corazón a mis Hermanos Maestros su apoyo, en el sentido arquitectónico de la palabra, en el camino recorrido hasta llegar a este lugar geométrico en el que ahora me encuentro; y, desde mi humilde situación de eterno aprendiz, a todos los Hermanos que en cada tenida me dan pequeñas, pero impresionantes ideas, para seguir quitando esquirlas de esta piedra tan bruta que sigo llevando a mis espaldas.

Y antes del ritual en el que vamos a agradecer a la Naturaleza por su generosidad, recordar el último sentido de ésta, en las palabras de un antiguo sabio sufí: "Conocerá una alegría superior a toda alegría humana y silencioso y sumido en éxtasis se hallará al lado de la Puerta. No hay más que un camino para atravesar la Puerta. No es el amor apasionado, con todos sus deseos, sino el Amor Apacible, que une a todos por igual"