domingo, 26 de noviembre de 2006

SUCEDIÓ EN MI LOGIA


Helios conduce su cuádriga de oriente a occidente, trazando la carrera del día. Por sus orígenes está subordinado a divinidades lunares, lo que es propio de la temprana mitología griega y, antes de que Apolo tomara su lugar como dios de la armonía y de la luz, el sol era secundario en relación con la luna. Helios ni siquiera es olímpico, sólo es hijo de un titán (Hiperión).

Faetón es uno de los siete hijos que tiene con la ninfa Roda (otro es Actis, fundador de Heliópolis, capital del bajo Egipto antes de serlo Menfis). Faetón, en su infancia, era muy criticado por hacerse nombrar "hijo del sol" y al llegar a la adolescencia parte en busca de su padre al descubrir la divinidad de ese sol del que se sabe hijo.

Helios rebosa felicidad al hallar a su hijo y le promete lo que desee. Faetón pide conducir un día el carro solar, para mostrar a sus hermanas sus habilidades, deseo alentado por su propia madre, todas ellas de carácter lunar. Helios se opone pero termina cediendo ante la insistencia de su hijo. Las hermanas preparan el tiro de la cuádriga y Faetón arranca pero no tiene fuerza ni habilidad para manejar el carro, que es llevado muy alto, provocando heladas en la tierra, y luego demasiado bajo, causando incendios. Zeus, enfurecido, lanza el rayo que arroja a Faetón a la tierra donde es consumido por las llamas.

Analicemos esto a fondo. Helios simboliza al sol que da lugar a las estaciones, la agricultura, la productividad de la tierra. La mitología griega traspone siempre la productividad exterior en productividad interior: los frutos vegetales simbolizan estados del alma o del espíritu.

Faetón sale en busca de su padre cuando, llegado a la adolescencia, se da cuenta de sus facultades, de ser depositario de algo divino, y de poder hacer uso de ello. Va a buscar al padre para averiguar cómo es este hacer uso de lo divino que hay en él, es decir, cómo utilizar sus capacidades solares, sus capacidades productivas. Faetón quiere producir, pues. Si hubiera sido hijo de Apolo, sus cualidades solares serían las de la armonía, del perfeccionamiento espiritual. Pero al ser hijo de Helios su cualidad solar es externa, y así lo es también su ansia productiva: va desde fuera hacia adentro, y no brota de la raiz del ser para trascenderlo en el mundo.

Pero es que además Faetón comienza su búsqueda del padre impulsado por los insultos y desconfianzas de sus conciudadanos. Así, su impulso productivo no es espiritual, sino que tiene su origen en el deseo de brillar y de imponerse en el mundo. Es un impulso vanidoso.

Así cuando Faetón pide a su padre la promesa de concederle lo que desee, no le parece mucho pedir las riendas del carro solar, cegada su inteligencia al creer que con querer basta para poder. El sol es luz, calor y fertilidad. Faetón tiene derecho a querer dar a los hombres esta luz y esta fertilidad. Pero como mortal que es debe recibir primero la iluminación espiritual y luego dejarse trascender por ella y reflejarla para iluminar el mundo. Esto es proceder de dentro hacia fuera, siguiendo la vía iniciática.

Pero la vanidad de Faetón le hace eludir todo paso intermedio en su ambición por dar al mundo, y con sus solas fuerzas, la fuente de toda luz. La vanidad le lleva a ponerse a la altura de su padre, ser divino e inmortal que simboliza el ciclo sin fin de iluminación y fecundación. No se conforma con ser el hijo mortal de un dios, quiere Faetón igualarse a la divinidad y creer que esto es posible es el exceso de vanidad del ser con mediocres ambiciones espirituales: querer iluminar espiritualmente, querer ser un guía espiritual, creerse capaz de combatir el error y llegar a ambicionar la salvación del mundo (del mundo de cada cual).

La productividad bien entendida es, como hemos dicho, la formación de uno mismo. Si no somos perseverantes en esta formación perdemos el norte, y cuando la productividad interior no es suficiente empezamos, erróneamente, a buscar la obra externa antes de haber acabado la interna, y es el triunfo de la vanidad.

El caballo simboliza el deseo impetuoso, pero el caballo alado, como los del carro de Helios, simboliza el deseo elevado, el deseo que ha sido pulido y transformado de metal impuro en anhelo solar y aúreo. Antes de pretender guiar la cuádriga Faetón hubiera debido aprender a domar los caballos, a pulir sus propias aspiraciones.

Helios pide a su hijo que renuncie a su desbocado deseo, pero Faetón no escucha la voz de su padre, el dios solar, el espíritu. Como siglos después escribiera Schiller: contra la insensatez los propios dioses luchan en vano. Helios cede el paso a Faetón, el espíritu es impotente frente al deseo absurdo, frente al velo de la ignorancia, y se produce la tragedia. Faetón arranca el carro y hace surgir al sol, pero esta verdad que Faetón trae se aparta de su camino natural pues la hoja de ruta de Faetón es la del error. El carro se acerca demasiado a la tierra, la verdad que trae Faetón está contaminada de metal terrestre y la luz se transforma en llama devoradora que en vez de fecundar incendia la tierra.

Zeus, símbolo supremo del espíritu, lanza el rayo. El relámpago iluminador, que es esclarecimiento espiritual, se transforma, si este espíritu es ultrajado, en el rayo que todo los destruye. Con él Faetón es arrojado del carro y del camino de la luz, cayendo a tierra y pereciendo en las llamas que él mismo ha producido.

Las llamas se expanden y abrasan la tierra y sus habitantes. Faetón no es el único en sufrir el castigo. El error se expande, el error esencial, el error sobre el sentido de la vida, expresado por el espíritu falso, echa raices en los hombres y los confunde. El error separa arbitrariamente a los hombres, o bien los agrupa parcialmente en su deseo erróneo y destructivo, que deviene así fanatismo.

Y este error esencial, sobre el sentido de la vida, creado por el deseo vanidoso del falso héroe del espíritu, de naturaleza improductiva, es transformado en destrucción y sufrimiento que pueden alcanzar el mundo entero, formando un círculo vicioso a través de las generaciones. Alerta, pues.

viernes, 20 de octubre de 2006

LOS DOS SOLES




La mañana del día de la apostasía transcurría de manera rutinaria. Era a mitad de una semana hasta el momento llena de sobresaltos, sobre todo en el trabajo, lo que le había hecho temer que este sería un día de tensión, que tendría que ir deprisa a la ciudad, cumplir el trámite, y volver a la carrera para no contrariar a los que tanto molestaba que se ausentara del despacho y no estuviera siempre disponible.

Pero los compañeros estaban muy ocupados para reparar en su marcha, hacía un buen día de sol, sin calor, y el trayecto a la ciudad fue rápido y sin incidentes. Encontró plaza de aparcamiento en un sitio cercano al palacio arzobispal, así que desconectó el teléfono y se encaminó con tranquilidad, gozando de la mañana como pocas veces lo podía hacer.

En la ciudad vieja recorrió calles llenas de recuerdos de juventud, dobló esquinas tras las que había perseguido no pocos sueños, escuchó a los mismos pájaros de entonces y definitivamente el sol que lucía en el cielo era el que le había acariciado el rostro tantas veces, imaginando él que sus rayos fueran las manos de esa amante anónima que no había nunca dejado de buscar, y lo seguía haciendo, consciente de que no existía, de que no había existido nunca, o de que ya no existía, tras la mezcla de recuerdos reflejo de un vago, pero único, conocimiento.

Estaba ya muy cerca del palacio y era aun muy temprano para la cita, cuando reparó en la catedral. Era la misma, también, pero algo había cambiado. Siempre que pasaba cerca no dejaba de entrar en ella, lo había hecho desde niño, fascinado por la magnitud de las distancias y la armonía de las proporciones y el sonido de la luz en la piedra y en las vidrieras. Allí había escuchado conciertos memorables, de los que dejan una huella en el vientre; había recorrido sus rincones comunes y no comunes en pos de rastros que le significaran las claves del trabajo interior, del conocimiento de sí mismo, y las había encontrado y hecho uso de ellas, y transmitido a sus ayudantes en los arcanos.

Y lo seguiría haciendo mientras los edificios estuvieran allí, pero hacía treinta y tres años había perdido la fe, y todas sus vivencias en la catedral estaban, en cierto modo, como todo en su vida, marcadas por la contradicción entre no ser creyente pero sí ser oficialmente miembro de la iglesia. Hoy esto iba a cambiar, así pues tenía la ocasión de hacer una visita a la catedral que sería la última en su condición de miembro de la iglesia.

Pensaba esto mientras trasponía el umbral de oriente, pues no se había ni planteado la posibilidad de no entrar en el templo. No había casi nadie, ni locales ni turistas, lo que agradeció con creciente emoción y se detuvo a contemplar las bóvedas de la nave de septentrión. Y entonces lo escuchó.

Era un rumor grave y clamoroso, pero de un nivel sonoro bajo, por lo que no le prestó atención, asociándolo inconscientemente a alguna celebración religiosa, de las que debía haber varias a lo largo de la mañana. Pero esta vez algo era distinto y al rodear un pilar en la parte occidental de la nave se dio cuenta de qué era lo nuevo: estaban cantando en latín. Inmediatamente pensó que debía tratarse de una misa, y aunque el canto cesó no le fue difícil encontrar el lugar en el que, efectivamente, se celebraba el evento: en el mismo altar mayor de la catedral de la tierra de María santísima, ocho ancianos sacerdotes concelebraban una misa en latín. Era cierto, y los fieles la seguían, y había sitio libre en los bancos.

No lo dudó y tomó asiento. Esto era una novedad, y de las grandes. ¡Menuda manera de despedirse de la religión oficialmente! Calculó que tendría el tiempo justo hasta la comunión para cruzar luego al palacio arzobispal, apenas a unos pasos. Pero quedarse hasta la comunión era importante. Había comulgado muchas veces desde su apostasía natural, por obligaciones diversas, como en la primera comunión de su propio hijo, donde no se tragó la ostia que conservaba como un fetiche personal.

Llegado el momento se adelantó para estar de los primeros en la fila. Sólo uno de los celebrantes repartía la comunión, pero le flanqueaban otros dos, uno con la bandeja y otro vigilante adicional. Cuando le llegó el turno colocó las manos para que el sacerdote depositara la ostia en ellas, temiendo que el anciano le quisiera obligar a recibir la forma directamente de sus manos en los labios. No fue así, pero ante la severísima mirada del tercer sacerdote no tuvo más elección que metérsela él mismo en la boca, tras lo que abandonó la celebración y tan pronto dobló la esquina se la sacó y la mantuvo en la mano para que secara antes de guardarla en el bolsillo. Al salir de la catedral le recibió el sol en su camino hacia el meridiano, y lo agradeció también.

Llegó cinco minutos antes, pero en el arzobispado le esperaban. Rápidamente le condujeron a una sala sobria donde el documento estaba preparado. El notario de la Curia lo leyó y ambos firmaron ambas copias. Había dejado de ser creyente.

Al salir a la calle pensó en celebrarlo pero a esa hora sólo podía ser con un café y un cruasán, y así lo hizo en la cafetería de la avenida. Llegaba el tiempo de la frugalidad, después de tanto exceso, la asignatura pendiente estaba aprobada, aunque con cinco pelado, y podía irse tranquilamente al Liceo a aprender francés para leer a Stendhal. Podía ser feliz.

jueves, 28 de septiembre de 2006

SEE UND KNOBLAUCH


Te he buscado donde sale el Sol
¿estabas donde se pone?
Te he soñado de noche, indurmiendo,
¿duermes de día?
Te he sentido de día, invigiliando,
¿sueñas de noche?
Yo sí sueño de día y de noche y
sueño con el cariño de tu cuerpo y
con el amor de tu mente y
en la nostalgia de tu alma,
ahí donde esté, lejana…
¿Dónde estás y cuándo?

Déjame asirme al cabo que no echaste
solo quiero sentir el calor de tu vientre,
el sol en tu cabello y la ternura, fugaz,
de una mirada al fondo de mi alma
náufraga en el torrente de mi vida.
Pero tendrías:
la belleza del paso de Tornavaca,
nueces, uvas y queso,
la nieve en Suiza y el café de Bruselas.
Las coplas del Sur, el otoño en Asturias,
el verdor del Neretva. Las librerías de Londres
y un crucero por el Nilo.
El canto de los pájaros de Aquisgrán,
las columnas de Bamberg y los puentes del Sena,
uno a uno.
La libertad: busco a la mujer que me espera
sin que tú y yo lo supiéramos.

Apareces en el sueño de mi vida
un recuerdo fugaz de una mañana
y en mi sueño reflejado en esa esquina
que doblabas con desgana y en tu rastro
se pierde mi ser errante, en tu mirada.
Quiero olvidarme despacio en lo profundo
de la claridad de tus ojos y navegar
al son de tu sonrisa entre dos aguas
emergiendo solamente en tu silencio;
tomando al fin entre mis brazos
el sueño de los sueños que mi piel tiñe
del color del sol, del aroma de tu pelo
al mecerse entre mi aliento.
Sin ti no estará nunca completo mi sueño.

El viento. El viento que silba.
Ahí está. Y detrás: Ay, no lo sé.
Sí sé qué sería. Pero no.
El viento silba.
Tras la puerta. Pero las ventanas.
Aquí y allá. Contigo y sintigo.
Ay amor, mis palabras y mi viento
te lo llevas al compás de un quejido
que no oyes.
Oculto tras la roca te observo, y me muero.

No te puedo esperar detrás de mis palabras
no te puedo buscar escondida en mi mirada.
Ni quedarme aquí, de mi suerte enamorado.
Entonces surge tras un instante de silencio:
con la luna de mayo
este pájaro voló
y se perdió.
Tras un sueño; inalcanzable.
No te vayas de mi sueño todavía,
no te vayas del temblor de mis labios
en esta madrugada fría;
no te vayas del dolor, no te vayas del recuerdo,
no me dejes, mi amor, perdido en el olvido.
Déjame ser aquél en el que piensas,
sentir tu sueño mío,
rozar mi sinrazón con un anhelo
por el que mi vida pueda
valer la pena un día.

En Tomares, apurado por el humo y mi bebida,
confieso y manifiesto
que esta vez él ha podido conmigo,
que ya son veinte días entre la bruma y la esperanza,
y que me sobrepasa la vida, y se me hace corta.
Que se termina la primavera y no
he cumplido mi tarea, que el tiempo se me acaba;
que quizá no haya más sol tras este invierno,
y que él, esta vez, ha podido conmigo.
Que lo he intentado todo, mas en vano,
que a pesar de tantos años y pesares
frente a ti me siento cada día
como ante el silencio se siente
el niño enamorado.
Porque esta vez él ha podido conmigo
y no me rebelo ni me hago trizas
sino que me dejo fluir con el viento lentamente
al rincón en que te intuyo.
Mas acaso él me devuelva la pelota
y pueda mañana beber mi alma de tu alma enamorada,
acaso él no haya sido, después de todo,
quien de verdad pudo esta vez conmigo;
acaso no sea esta vez Amor culpable
sino tan solo mi torpeza aspirando a tu regazo.

jueves, 17 de agosto de 2006

MITO, LOGOS Y ÉTICA: SU CONFLUENCIA EN LA VÍA INICIÁTICA


Hace años, en una de nuestras primeras planchas en la que tratábamos de examinar el carácter constructivo de los trabajos, y reflexionando concretamente sobre el volumen de la ley sagrada, escribíamos: "En el principio era el verbo, y el verbo estaba con Dios, y el verbo era Dios. Todo se hizo por el verbo y sin él no se hizo nada de cuanto existe. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Creo que todos nos hemos estremecido al leerlo por vez primera……la idea y la palabra. Para cada idea existe una palabra (o conjunto de palabras) que la evoca, y a través de la cual se expresa la idea. Luego estudiando las palabras llegamos, en última instancia, a las ideas, conocemos las ideas."

Estábamos entonces muy lejos de reconocer que en la segunda parte de esta reflexión está la esencia del trabajo hermenéutico en su aspecto analítico: de la palabra a la idea. Pero en lo que hoy estamos en completo desacuerdo es en la primera parte de nuestra reflexión: lejos de estremecernos emocionalmente por unas misteriosas palabras que entonces no entendíamos, hoy las reconocemos como la otra cara del trabajo hermenéutico: el aspecto sintético. Cómo mediante el uso de la palabra, escrita, como herramienta, vamos construyendo un mundo, el mundo de nuestra realidad, porque es lo que pensamos, lo que soñamos (dormidos o despiertos) lo que influye en nuestra alma, lo que configura nuestra biografía y lo que en suma nos hace mejores o más felices. En el comienzo de este trabajo hermenéutico está siempre la idea. Después el verbo va al encuentro de la idea. Y después el verbo ya no es nuestro: nos trasciende, es de todo el mundo, que puede aplicar el análisis hermenéutico para recuperar la idea original.

Y es con este ánimo con el que hay que entender lo que diremos a continuación. Porque creemos que hay una continuidad histórica entre el mundo mítico griego y la filosofía tal como se entiende en Grecia a partir de Platón y Aristóteles. Más aún, creemos que el nexo entre uno y otra queda establecido por la obra de Hesíodo, que es el primero que puede ser nombrado filósofo, antes de los presocráticos. Más aún, creemos que hay una lectura psicológica profunda de toda la mitología griega que la convierte en un mapa de la vía iniciática. Y creemos finalmente que todo este conglomerado forma el sustrato teórico en el que se configura el concepto racional de la ética y sobre el que, en definitiva, se estructura el espacio de reflexión ética que es la francmasonería moderna.

En la Grecia clásica la conciencia originaria válida para todo su tiempo no se encuentra en una tradición de tipo religioso o político, aunque más tarde se desarrollarían plenamente, sino en el mundo de la épica de Homero. Este es el lenguaje que originalmente entienden todos los pueblos helenos, por lo que parece lógico que la filosofía hubiera brotado de la poesía. Y tan es así, efectivamente, que su primer paso es tratar de diferenciarse precisamente de la poesía. Y tal es el trabajo de Hesíodo de Ascra, el poeta de la Teogonía y Los trabajos y los días, en los que la forma sigue siendo la tradicional, pero en los que existe un pensamiento creciendo en el seno de estas obras que terminará estallando en idea.

Ya al principio, cuando las Musas hablan a Hesíodo, lo hacen de una manera diferente a como lo hacen a Homero. A este le ayudan a relatar acontecimientos que no caben en memoria humana alguna, por prodigiosa que fuera. Pero a Hesíodo le dicen claramente que le van a ayudar a exponer la Verdad, como antagonista de lo aparente de los relatos de Homero.

Hesíodo comienza preguntándose qué fue lo primero que existió, es decir, se pregunta por la historia, y de esta forma se desliza claramente hacia la filosofía. Y a este principio Hesíodo lo llama Caos, que significa el espacio en el que tiene lugar todo el curso de los acontecimientos. Volviendo a la Biblia, si recordamos la primera frase del Génesis: "en el principio creó Dios los cielos y la tierra", vemos que, mientras el Génesis comienza por una acción primera, Hesíodo y todos los griegos después de él, por una primera realidad. O sea muy cerca del principio del evangelio de Juan, que citábamos al principio de esta plancha.

Pero la Teogonía, en todo lo demás, ya no habla de objetos, sino que el lapso de tiempo entre el principio del Caos y el presente va siendo llenado por una sucesión ininterrumpida de generaciones de dioses. El objeto del relato de Hesíodo no es informar sobre los dioses de una fe, sino exponer una visión total del mundo, en forma de una extensa genealogía de dioses. Lo importante es la idea de esta Totalidad, y no el concepto de los dioses. Las numerosas figuras nombradas en la Teogonía no son traídas al relato porque sean dioses, sino que son llamados dioses porque los aspectos por ellos representados no pueden faltar en una visión que pretende describir la totalidad. La posibilidad de aparecer como dios en la Teogonía la tienen solamente los poderes que están por encima del hombre, es decir, los dioses representan aquellas fuerzas naturales que abarcan la totalidad de la realidad y que no están bajo el control del hombre. De la descripción hesiódica quedan excluidos el hombre mismo y todas las realidades y objetos que están bajo su dominio, o sea su entorno habitual de minerales, vegetales y animales. El tema de la Teogonía, pues, es el Todo, pero por tal se entiende lo que está por encima del hombre y se le opone, sin que esté a su disposición, y por ello se le llama dios. Y esta indisponibilidad se extiende a dos aspectos diferentes. Aparece claramente en las tres sustancias originarias, que para Hesíodo son el Caos, la Tierra y el Eros. La Tierra es el espacio en el que se desenvuelve toda vida, el fundamento indestructible del Todo objetivo. El Eros es la fuerza que hace surgir las generaciones de los dioses y que mantiene en curso el devenir del mundo. Y Eros es también el que se apodera del interior del hombre. No pueden separarse el aspecto cosmológico del aspecto psicológico en la inteligibilidad del Eros de Hesíodo, que es el mismo que describirá siglos después Platón en el diálogo del Banquete y que le servirá para empujar al hombre fuera de la caverna en el famoso relato del que más adelante trataremos.

En la Teogonía Tierra y Eros representan dos tipos distintos de poderes superiores. La Tierra son las cosas que no puede dominar la mirada del hombre; el Eros son los poderes de los que no puede adueñarse el alma humana. La Teogonía junta, pues, bajo el nombre de dioses, poderes interiores y exteriores, materiales y espirituales. La épica de Homero, y más tarde la tragedia griega, nos muestra cómo actúan estas fuerzas impulsoras de la vida que se llaman dioses. Pero lo importante es que Hesíodo nos muestra su Totalidad como compuesta de los dos ámbitos de realidad no disponibles de inmediato para el hombre: las cosas que no puede dominar y las pasiones que no puede controlar.

Así, Verdad, Principio y Totalidad son tres ideas que señalan el peso filosófico de la Teogonía. Constituyen un sendero al final del cual emergerá la idea del ser, centro absoluto de la filosofía.

Es en la tragedia griega donde el mito se desarrolla con toda su fuerza creando páginas que se encuentran entre las más impresionantes de la literatura universal. En ellas encontramos un sin fin de dioses, héroes y hombres envueltos en situaciones que, aparentemente, nada tienen que ver unas con otras excepto la presencia continua del combate heroico. Pero hay mucho más: la exégesis de los mitos pone al descubierto un común denominador cuya lectura se refiere siempre al universo del espíritu del hombre y a su lucha entre el impulso hacia lo elevado, lo sublime, el conocimiento; y la fuerza de atracción de lo bajo, la pasión incontrolada y destructora. Y esto se expresa siempre mediante un lenguaje simbólico que vamos a presentar con un ejemplo: el mito de Prometeo.

La Teogonía de Hesíodo se cierra, precisamente, con el comienzo del reinado de Zeus en el Olimpo. Pero Zeus no es el señor desde el principio, sino el tercero. El dios más antiguo es Urano, esposo de la Tierra. Tiene muchos hijos pero, temeroso por su señorío, no los deja salir del interior de la tierra. Los hijos se rebelan y Cronos, el más joven, arrebata el poder a su padre valiéndose de malas artes, y convirtiéndose en el segundo rey dios. Pero ha cometido injusticia y teme, a su vez, a sus propios hijos, de modo que los va devorando a medida que nacen. Solo Zeus, de nuevo el más joven, se salva, merced a una artimaña, salva también a sus hermanos del vientre de su padre y precipita a este al mundo subterráneo. Así Zeus se convierte en el tercer señor. Ahora bien, al encerrar a su padre en el Tártaro, Zeus se ha hecho también culpable y tiene motivos para temer a sus hijos, dados los antecedentes de su propio proceder y del de su padre Cronos y su abuelo Urano. Devora entonces a su esposa Metis con su hijo nonato y el hijo nace de él mismo y es Palas Atenea. Tenemos pues un mismo motivo, repetido tres veces, del padre que peca contra sus hijos, y del hijo que se afirma en la existencia, defendiéndose legítimamente y, sin embargo, haciéndose a su vez culpable por los medios usados para ello. Con culpa se gana la vida y precisamente por esa misma culpa se pierde. Es como la maldición de las generaciones, hasta que el advenimiento del reinado olímpico de Zeus simboliza el triunfo del espíritu y el momento histórico de la llegada del ser consciente.

Prometeo no es un dios, es un descendiente tardío de los titanes (los hijos de Urano), y, como tal, está abocado a oponerse al espíritu, a Zeus. Pero Prometeo es, ante todo, un creador: se sirve para ello de tierra cenagosa. La tierra simboliza los deseos terrestres, el barro simboliza la trivialidad. Y cuando se trata de dar vida a su criatura, caracterizada como aquello que siempre estará expuesto a lo trivial, el titán no ve otro medio más que recurrir al principio espiritual, que no está a su disposición. Para conseguirlo debe buscarlo en la región olímpica, que simboliza el ideal evolutivo, el objetivo supremo hacia el cual tiende el deseo esencial y su impulso de espiritualización: el fuego del Olimpo. Pero sin Zeus, el fuego pierde su significación de fuerza espiritual: el fuego robado por Prometeo simboliza el intelecto reducido a no ser más que el medio de satisfacción de los deseos múltiples cuya exaltación es contraria al sentido evolutivo de la vida, a la voluntad de Zeus. Esta voluntad no se opone a la animación del hombre mediante la ayuda del fuego-intelecto, es decir, a la creación evolutiva del ser consciente. La victoria en la Teogonía de Zeus sobre el dios titán, Crono, ya significa que el ser consciente está animado por la llama, ardiendo en deseos de continuar la evolución hacia una mayor lucidez. Y el robo del fuego, símbolo de la superintelección trivial y exaltada, no es castigado porque Zeus sea celoso, sino porque el espíritu, previendo las consecuencias funestas, se opone a toda trivialidad. Los hombres, en tanto que criaturas de Prometeo, formados de cieno y animados por el fuego robado, repiten la revuelta del titán y no harán sino pervertirse.

El fuego simboliza el intelecto no solamente por permitir la simbolización de la espiritualización (la luz) y la sublimación de las pasiones (el calor), así como, por otro lado, la perversión (cualidad destructora del fuego), sino que, en el plano real de la historia de la evolución humana, el descubrimiento de la forma de hacer fuego desempeña un papel predominante, ligado a la eclosión del intelecto bajo su forma tanto positiva como negativa. Todo esfuerzo por cambiar el ambiente natural de acuerdo con las necesidades materiales del hombre (tarea del intelecto utilitario que evolucionará hasta la técnica y la organización social) tiene su origen en el fuego. Alrededor del fuego se reunían los hombres, gracias al fuego se volvieron sociables. Y así es como se desarrolla el lenguaje, condición previa a la existencia de una verdadera civilización humana. El dominio del fuego marca un paso decisivo, si no el más importante, de la intelección progresiva que, cada vez más, separará de su condición animal a ese ser consciente, capaz de vencer las dificultades inmediatas de la naturaleza ambiente. Sin embargo, incluso el ser consciente sigue siendo tributario de la naturaleza elemental, al estar expuesto a los hechos fundamentales de toda vida: nacimiento, vejez, enfermedad, muerte. Y es sobre todo el temor frente al misterio inevitable de la muerte lo que obligará a la criatura prometeica a olvidar completamente la llamada del espíritu, la orientación hacia el sentido de la vida. Así se desarrollará la imaginación religiosa, comenzando por el culto animista del antepasado divinizado y llegando hasta la creación de la divinidad-padre, guía de todos los hombres. A esta divinidad el hombre sacrificará, en la llama purificadora, las primicias de los bienes materiales, expresando simbólicamente el abandono frente a toda exaltación respecto de los deseos relacionados con la tierra. Pero esta promesa simbólica no se realiza nunca y el fuego robado, el fuego destructivo (las pasiones), guiado por la vanidad del intelecto en estado de rebeldía, y su capacidad de invención, hará que los hombres se crean parecidos a los dioses y, olvidándose del espíritu, se trivialicen. Y la actividad ingeniosa del intelecto se mostrará insuficientemente previsora cuando el espíritu ya no la guía. El intelecto retrógado, junto con la multiplicación insensata de los deseos, conduce a la exaltación imaginativa y a la ceguera afectiva. La perversión de los sentimientos que de ello resulta empujará a los hombres a discutir entre sí sobre los bienes materiales, y hará que reine la destrucción, en vez de la comodidad buscada.

En el mito Prometeo enseña a los hombres a burlarse de los dioses y los sacrificios sangrientos, aconsejándoles guardar para sí la mejor parte y no ofrecer a los dioses más que las partes menos valiosas y los huesos. El sacrificio de los bienes terrenales tiene el valor de la promesa de una vida conforme a la ley del espíritu. Y engañados por el regalo del titán, por la ilusión del fuego robado, los hombres se sienten tentados de engañar a los dioses. Pero, según el funcionamiento del orden universal, la tentación se volverá contra ellos. Ultrajados por la ofensa del titán-intelecto los dioses envían a los mortales un azote: Pandora, mujer creada de modo artificial, y en consecuencia privada de espíritu, pero dotada de los encantos más seductores. Pandora simboliza la tentación perversa, la seducción trivial a la que sucumbe el ser consciente cuando, olvidando el espíritu, abusa del intelecto. Pandora es el artificio seductor que construye el hombre mediante la ayuda de los deseos exaltados, es el símbolo de la imaginación exaltada, cuya aparición es la consecuencia legal (o sea, la voluntad de Zeus) de la intelección en estado de rebeldía (o sea el robo del fuego). Es decir, que el fuego no puede ser robado a Zeus (el intelecto no puede rebelarse contra el espíritu) sin que la imaginación perversa aparezca según las leyes inherentes a la naturaleza humana. Si el fuego está separado de la luz, si el intelecto no está guiado por el espíritu clarividente, pierde su lucidez previsora, queda ciego y se vuelve perversamente imaginativo.

Prometeo (que etimológicamente significa pensamiento previsor) tiene un hermano, Epitemeo (que significa actuar sin reflexionar), es decir, es el símbolo del intelecto trivializado, bestializado, que no se deja guiar más que por los deseos del momento. Prometeo posee la suficiente capacidad previsora para desconfiar del regalo de Zeus-espíritu, es decir, los hombres provistos de inteligencia utilitaria desprecian ese amor exaltado del falso regalo del espíritu, que no va a ser sino la imaginación perversa que hace del exaltado un falso iluminado. Será el hermano simbólico de Prometeo quien sucumba a la tentación. Su vanidad y audacia lo engañan, haciéndole recibir el azote monstruoso como el más deseable de los regalos. Epimeteo se casa con Pandora: el intelecto, cegado a causa de la exaltación, desposa, es decir, elige, la exaltación imaginativa. La consecuencia de estos funestos esponsales no puede ser sino el desencadenamiento de la perversión. Pandora trae consigo un regalo destinado a quien se deje seducir: la caja de Pandora es el símbolo del subconsciente, que encierra todas las formas de perversión, y que encima va a ser recibida por Epimeteo, por la conciencia ciega. Cuando para festejar la boda Pandora abre la caja y los vicios escapan y se expanden por la tierra, resultan ser de tres categorías: los que son consecuencia de la deformación del espíritu, la vanidad del intelecto en rebeldía; los que son consecuencia de la deformación sensual, representada por Pandora, la mujer que carece de vida animada; y los que son consecuencia de la disgregación social, cuando el hombre, en vez de poner a trabajar el intelecto, animado por el espíritu, al dominio de las fuerzas naturales, agrupando a los hombres en un esfuerzo colectivo hacia una vida comunitaria; se pervierte y aparece el deseo de transferir a otros la dificultad del trabajo, lo que en suma decidirá el drama de la lucha social, la aparición de la tendencia dominante: la separación de los hombres en oprimidos y opresores.

Prometeo, a pesar de haber resistido la fascinación de Pandora, no va a escapar al castigo, porque Prometeo es Epimeteo mismo: el intelecto que desfallece bajo su aspecto ciego, inseparable del estado de rebeldía contra el espíritu. Así Prometeo es castigado por el espíritu, padece el castigo de la trivialidad: es encadenado a una roca que lo sujeta a la tierra. Es Hefesto, divinidad del fuego, quien es encargado por Zeus de ejecutar su sentencia: el intelecto rebelado ante el espíritu es castigado por el propio intelecto: lleva el castigo en sí, error y castigo forman una unidad. Prometeo es visitado a diario por un águila que le devora el hígado. El hígado corroído es el símbolo de la culpabilidad rechazada, el águila que atormenta figura el espíritu negativo, la vanidad culpable. El águila, en tanto símbolo de la culpabilidad rechazada, es un brote de la vanidad y la trivialidad, que es lo que caracteriza la situación del ser intelectualizado pero tambaleante. En otras palabras, si Prometeo estuviese totalmente trivializado, desprovisto de toda aspiración respecto del espíritu, entonces no conocería la mordedura de la culpabilidad ni sería roído por el águila. Consumada la trivialidad, totalmente seducido y cegado por la imaginación (como es el caso de Epimeteo), aceptaría su encadenamiento a la tierra sin remordimiento. Pero el intelecto en estado de rebeldía, por el contrario, a pesar de las cadenas, no está en completo estado de muerte espiritual. El espíritu viene a visitarlo. El águila, en su acepción positiva, como lucidez penetrante, es uno de los atributos de Zeus. El intelecto rebelde, que sufre en su oposición al sentido de la vida, culpable frente al espíritu, acusa a la vida y a su sentido, acusa al espíritu de su propia culpabilidad. Prometeo encadenado vocifera sus acusaciones contra el cielo, contra Zeus. Y es Hércules, criatura de Prometeo, pero hombre heroico, vencedor simbólicamente divinizado, triunfador sobre la trivialidad, quien va a liberar al intelecto encadenado. Mata al águila con sus flechas, símbolo del espíritu iluminador, y así el remordimiento puede morir, siempre que la falta sea expiada: que cese la acusación falsa y nazca el remordimiento salvador, que permitirá al intelecto resucitar de la trivialidad a la vida del espíritu.

Y esta reconciliación entre Zeus y Prometeo hace que las causas de la culpa inicial se disipen. De esta forma el fuego traído a los hombres conserva su significación positiva, resaltando que el intelecto en sí no es nada, no tiene existencia durable, porque no es capaz de hacer cosas duraderas. Unido al espíritu adquiere un rasgo de naturaleza espiritual, una forma evolutiva; trivializado, en cambio, no es más que prisionero de lo imaginario. El intelecto, separado del espíritu se transforma siempre en trivialidad, o en neurosis, si sus proyectos son irrealizables, es decir, en perversidad y perversión. Así la suerte de Prometeo simboliza la historia esencial del género humano: el camino que conduce de la inocencia animal (inconsciente), a través de la intelección (consciente) y el peligro de sus implicaciones (el subconsciente) hacia la eclosión de la vida superconsciente (el Olimpo). Y por ello el centauro Quirón, símbolo de lo trivial, ofrece a Zeus su inmortalidad para que Prometeo la reciba.

Deucalión, el hijo de Prometeo, arroja piedras tras de sí, de las que nacen los hombres. La tierra en forma de piedra es símbolo de los deseos terrenales trivializados. Y Deucalión, al cumplir ese gesto simbólico de arrojar las piedras tras de sí, renuncia a la exaltación trivial de sus deseos. El ser formado por Prometeo de arcilla y animado por el fuego robado padece una petrificación trivial; ahora el alma, solidificada, se reanima gracias a la renuncia sublime simbolizada por el lanzamiento de la piedra. Los hijos de Deucalión, espiritualmente creados de este modo, vivirán bajo el signo de esta realización.

Pero la disminución del sufrimiento hará que las nuevas generaciones se olviden del espíritu. Y así, el intelecto vencido no es más que pasajeramente vencido, y los ciclos de elevación y caída se repiten y, de diluvio en diluvio, el ser consciente, el hombre, la humanidad, continua a través de su culpabilidad vanidosa su camino de ascensión evolutiva, la divinización de Prometeo: esfuerzo evolutivo de sublimación y de espiritualización de íntimas motivaciones, causa esencial de toda actividad humana.

A estas alturas de nuestro trazado ya están perfilados todos los elementos estructurales que lo componen, pero para hacer más patente el tercero de ellos vamos a recurrir al filósofo del símbolo por excelencia, al creador de la hermenéutica, al académico que hizo suya con una potencia desconocida antes y después el hecho de que el conocimiento es luz y que la expresó en el mito que quizá tenga mayor riqueza intelectual por su profundidad, sus ramificaciones y la riqueza de su múltiples interpretaciones: el relato del prisionero de la caverna.

Platón dibuja un hueco cavernario (un Caos en la terminología hesiódica) compuesto de cuatro espacios: en el primero, el más profundo, hay unos personajes encerrados desde niños. Frente a ellos está la pared de la gruta en la que se reflejan las sombras. Detrás de los prisioneros e invisible para ellos hay un segundo espacio, el de la simulación y el engaño. Por él circulan unos personajes tras un muro de la misma altura que sus cabezas y sobre el que hacen desfilar objetos, cuyas sombras ven los prisioneros en la pared del primer espacio. El tercer espacio lo ocupa una hoguera, cuya luz proyecta la sombra de los objetos sobre la pantalla final de la caverna, a cuya inevitable visión estamos condenados. Por último, existe un cuarto espacio, que representa la salida hacia la realidad iluminada, hacia el propio sol. Y en este escenario resulta que uno de los personajes situados en el fondo de la caverna escapa del primer espacio en el que está confinado. Platón relata la dificultad de la ascensión hacia la luz, hacia la puerta de la caverna, el dolor de los ojos acostumbrados a la oscuridad, el asombro de ir, poco a poco, descubriendo todo el montaje escénico de la caverna, los deseos de volver al punto de partida, tan cómodo en el fondo; la duda de si es mejor la luz cegadora y dolorosa que la apacible oscuridad, el deslumbramiento y la imposibilidad de ver, una vez escapado de la caverna y enfrentado con el sol que ilumina árboles y montañas y casas, los recuerdos de su prisión, la felicidad, el regreso, la discusión con los que no lograron liberarse, la muerte final. Creo que desgraciadamente hoy vivimos en un mundo de mitos mucho más tristes, más empobrecedores, corrompidos por el lucro, disimulados por palabras huecas, dirigidos y manipulados por orquestadores siniestros o ignorantes. Lo que Platón cuenta no es arcaico, es un mito claro y presente, en el que se mezclan la memoria y el deseo, de los que Eliot decía que estaba hecha la vida. Memoria como lo que hemos sido; deseo como estímulo hacia lo que querríamos ser. Y entre ambos, la inteligencia, como órgano selectivo que orienta nuestras aspiraciones e interpreta nuestro pasado. Con ello, la memoria y el deseo sitúan a la conciencia, a la inteligencia reflexiva, más allá de la simple sucesión de instantes que marca nuestro destino temporal.

Porque Platón relata en el mito lo que pasaría si un prisionero fuera liberado de las cadenas que lo atan al primer espacio de la caverna, pero nada dice del libertador, del que cortaría las cadenas. Así, los ojos del contemplador histórico, que levanta el telón del mito y nos lo muestra, están fuera del tiempo que está implícito en el texto, en el lenguaje del texto. La comunicación de la escritura, el sentido de lo dicho, se congrega en torno a unas ideas que se han convertido ya en historia, que han perdido compromiso y urgencia para ganar significación. El bloque homogéneo y clausurado para siempre del mensaje escrito, arrastra consigo un tiempo perfecto y acabado ya. Y así el lector puede realizar la suprema interpretación del texto: lo que es objeto se hace sujeto a través del puente del lenguaje. La experiencia ganada, las perspectivas entrevistas, los sueños realizados, inyectan una nueva forma de vida y circulan, a través de los ojos encadenados del lector, hacia el fondo de la caverna del texto. Pero estos ojos son los verdaderos libertadores. La conciencia histórica permite a todo lector, a todo hombre, descubrir en la voz escrita la sombra de un simulacro, no sólo del que Platón nos habla, sino de un simulacro pleno: aquel que, en el telón de fondo de la caverna, dejase reflejar la experiencia completa sin el muro del engaño. Un reflejo sin muro, que dejase ver el movimiento de los personajes que transportan objetos simuladores de la vida, y que indicase que las palabras se transportan, a su vez, sobre el río de los hombres. Entonces el fuego cercano de la realidad, las experiencias, las ideas que pueblan el mundo, serían capaces de convertir el sueño en vida y la ficción en historia.

Y no basta con soltar la cadena, con sentir la posibilidad de caminar. La libertad vacía no existe. La libertad existe como elemento libertador, como camino que asciende y que permite descubrir la trampa y la miseria. Pero aún así, el prisionero escapado puede, aún descubriendo la falsedad, la hoguera, los hombres ante ella, el desfile de las sombras inertes, puede, con todo, aceptar esa media realidad. El estoicismo y el escepticismo fueron, más tarde en la filosofía helenística, ejemplos de esa sumisión a la sombra reconocida como limitación. En este punto la libertad se concreta en Eros, para evitar la parálisis de la resignación. En el diálogo del Banquete Platón expresa esta contradictoria libertad que sólo es posible si se obliga a sí misma. Eros es hijo de la pobreza y de la osadía, de la miseria y de la búsqueda de plenitud. Podría quedar cerrado en la melancólica sabiduría del esfuerzo inútil, del regreso a la tiniebla acostumbrada. Pero la fuerza de la eterna insatisfacción le hace caminar hasta la salida. La libertad se ha interiorizado. Es en el mismo hombre prisionero donde reside, bajo la forma concreta de Eros, de camino e impulso, de carencia y plenitud.

Y la liberación del prisionero no se hace sin más. Todas sus etapas están marcadas por el esfuerzo y el dolor, lo que parece referirse a la antinaturalidad del conocimiento, en oposición a la apacible tranquilidad de la vida en el fondo de la caverna. Sin embargo la lucha por vencer todo tipo de resistencia en el saber ofrece el aliciente más intenso de la vida, su logro más importante. Nadie puede rechazar este proyecto de liberación, ningún hombre escapado ya de la propia caverna de su animalidad, en un nivel de evolución histórica, puede negarse a la ascensión..

El problema es que el dolor y las dificultades no son de índole individual o subjetivos. La salida de la caverna, de los marcos de la sensibilidad cerrada en sí misma, tropieza no con la oposición de la naturaleza, sino, sobre todo, con la de la sociedad. Porque en la historia, en la vida colectiva, ha surgido una nueva naturaleza social, un magma de presiones, falsedades, engaños e intereses, que pasean sus objetos por encima del muro que separa los dos mundos de la caverna.

El impulso ético, sin embargo, consiste en mantener el ideal de una superación y en la profunda creencia de que el conocimiento es ascensión y liberación. Las dos aspiraciones fundamentales de la vida humana y por las que tal vez merezca la pena que esta siga "fluyendo entre el silencio de las esferas", son la inteligencia y el amor. Y ello es lo que motiva ese equilibrio que los griegos llamaron felicidad. Pero la felicidad del conocimiento está enturbiada siempre, cuando se sale del estrecho dominio de lo privado, del viejo símbolo de la torre de marfil. El amor irrumpe en el prisionero liberado, bajo la forma de recuerdo, felicidad, solidaridad.. Cualquier otro destino preferiría el prisionero liberado antes que vivir entre sombras, aunque ello le reportara privilegios huecos y sombríos. Cualquier destino preferiría menos el de renunciar a aquel que va implícito en la esencia de la vida intelectual: la comunicación de los conocimientos, la solidaridad.

Así el regreso del prisionero evadido y que ha conocido el mundo real es aún más doloroso que su liberación, precisamente porque ha asimilado un saber que podría parecer una razón sin esperanza, camino como va, ahora, de la tiniebla. Pero el impulso que le empuja hacia la oscuridad ya no es Eros, sino Philia. No es pasión por el conocimiento, que, de alguna forma, ya posee. No es simple inteligencia lo que culmina el desarrollo de una vida humana, ni fruición por una sabiduría que no pudiera ser compartida, sino ampliar el dominio de lo inteligible, en una conciencia colectiva que le da realidad y sentido. El primer libertador no tenía otra misión que soltar y empujar un poco en los momentos de duda y desfallecimiento. Es el proceso limpio de la inteligencia que aporta, inicialmente, la esperanza de la razón. Pero convertido en historia, el libertador tiene que luchar también contra la historia misma. Desde el momento en que arrastra consigo la claridad aprendida, hasta el reino de la confusión y de la violencia, no puede ya sólo desatar, sino convencer. Porque no es contagiosa la sabiduría, sino el deseo; pero el deseo es ya, en una sociedad corrompida, el deseo de la sombra, el espíritu de la ofuscación. Y no le van a servir las palabras, acostumbrados como están los prisioneros a la voz que les llega de los paseantes de simulacros, con un lenguaje sin fundamento.

Y sin embargo, hay que volver. La caverna es la historia y ya nada es real fuera de ella. En el relato de Platón hay un final dramático para el ideal de progreso. La risa de los encadenados es la primera defensa que esa historia, sostenida en la pseudonaturaleza de lo social, hace de los privilegios oscuros de la estupidez. La violencia y la muerte han sido los dos únicos recursos de los que no tienen recursos. Con ellas enmudece la voz y parece extinguirse la claridad.
Pero sólo momentáneamente. La vida humana es vida porque siempre hay un prisionero liberado, y siempre hay un sol esperando.

martes, 1 de agosto de 2006

SOLSTICIO DE VERANO EN EL 2003


Este Hermano que os habla tenía apenas ocho años cuando, unos días antes del solsticio de verano, fue atropellado por un coche que le dejó dos meses casi postrado en cama. Coinciden familiares y amigos en que fue entonces cuando empezó a volverse loco, es decir, a preguntarse el sentido de la vida. Sigo creyendo, aunque cada vez temo más equivocarme, que fue no tanto por el traumatismo cerebral como por la ocasión, a tan temprana edad, de tener que renunciar a los juegos propios de las vacaciones estivales y verme en la necesidad de dirigir la mirada hacia otro lado, que, dadas las circunstancias, no podía ser más que a mi propia interioridad.

Una terrible serie televisiva sobre la Gran Guerra, que mostraba, por supuesto en blanco y negro, los horrores de las masacres de la contienda y los bellos campos de Francia llenos de cadáveres, le hizo preguntarse por la muerte y, al no tener elementos para una reflexión racional, buscar su significado a través de la experiencia del silencio interior. Así llegó a paladear el sentimiento magnífico del brote de la chispa del conocimiento y de su asentamiento en el campo fértil, y peligroso, de la mente humana.

Empezó a dudar de todo, y aprendió a pensar, a utilizar el lenguaje para formular proposiciones lógicas, a usar de la analogía para tratar de comprender el por qué de las cosas cuando el logos se mostraba insuficiente.

Con los años descubrió a Nietzsche, y, aunque no le entendió como le puede entender ahora, intuyó que había otras mentes y otros corazones que habían tenido sus mismas inquietudes y que habían llegado al convencimiento de la necesidad del cambio de las estructuras mentales para acceder a un conocimiento que, de otra forma, nos está velado. Y también que, precisamente este cambio, que sólo puede partir de la mente y sólo puede terminar en el corazón, era, para todo ser humano, lo más difícil del mundo. Las viejas estructuras siempre nos llaman, nos invitan a volver a su cobijo, destruyen en un momento tareas de meses o de años.

Ya con quince años descubre los escritos de los alquimistas, de los que casi nada entiende, pero que le llevan, por mor de una carambola, al misterio de la piedra. Y, al no encontrar literatura, empezó a buscar el sentido ahí donde estaba, en las catedrales. Viajó por España, Francia, Alemania e Inglaterra, y no entendió, pero sintió, en su carne y en su espíritu, el mensaje del arte gótico y de la construcción, a escala, del modelo universal a la gloria del Gran Arquitecto.

Siguió buscando más y más en la física relativista y cuántica, en el budismo, en el zen, en el tantra, en el taoísmo, en la cábala, en el sufismo. Pasaron muchos, muchos años, y un día encontró a un Maestro Masón que le explicó los principios generales de la Orden. El Maestro sabía muy bien que se las estaba viendo con un ya antiguo buscador, acostumbrado a ir a la ventura, y fue muy claro: veladamente, simbólicamente, le hizo entrever dónde estaba ese secreto guardado en la piedra, ese ansia de saber; le mostró el camino.

Llamó a las puertas del templo y empezó a ser, de pleno derecho, Aprendiz Francmasón, y aún lo sigue siendo. Pero ahora tiene un camino iluminado, una vía al exterior de la caverna. Ahora empieza a comprender. La Verdad, el Logos, la Luz, se esconden detrás de los símbolos y sólo escarbando en ellos se puede profundizar en el conocimiento existencial que nos brinda la sabia naturaleza.

Mis Queridos Aprendices y Compañeros: no creáis que las perfectas reflexiones profanas nos acercan a la Verdad, sólo el símbolo puede hacerlo, pues en él está siempre escondido el Secreto, el Misterium Magnum. Nada se sabe, todo se busca.

Quiero, en este día más largo del año, y antes de entrar en la soledad del oficio que habéis tenido a bien confiarme, agradecer con todo mi corazón a mis Hermanos Maestros su apoyo, en el sentido arquitectónico de la palabra, en el camino recorrido hasta llegar a este lugar geométrico en el que ahora me encuentro; y, desde mi humilde situación de eterno aprendiz, a todos los Hermanos que en cada tenida me dan pequeñas, pero impresionantes ideas, para seguir quitando esquirlas de esta piedra tan bruta que sigo llevando a mis espaldas.

Y antes del ritual en el que vamos a agradecer a la Naturaleza por su generosidad, recordar el último sentido de ésta, en las palabras de un antiguo sabio sufí: "Conocerá una alegría superior a toda alegría humana y silencioso y sumido en éxtasis se hallará al lado de la Puerta. No hay más que un camino para atravesar la Puerta. No es el amor apasionado, con todos sus deseos, sino el Amor Apacible, que une a todos por igual"

jueves, 22 de junio de 2006

SUEÑOS, PUERTAS, TRADICIONES


Para crear sus raíces tradicionales, el ancestral pensamiento humano se desarrolla en un régimen nocturno, en el que el papel primordial está en la energía, la fuerza vital que produce el movimiento o cambio de las cosas. Se basa en el conocimiento simbólico y en la indistinción entre el hombre y el cosmos. La sociedad carece de historia, no tanto por la falta de medios para ello, como por el tradicional enfoque de la vida a partir de los mitos primigenios, que determinan toda la estructura de la existencia individual y colectiva, y en la que su devenir se sustrae a un significado tanto espacial como temporal, ya que los actos importantes se realizan de manera ritual, en la que los símbolos adquieren vida propia y capacidad de interacción con los individuos, que repiten los actos míticos realizados in illo tempore, de manera que su influencia se deja sentir en todos los ámbitos vitales, y constituye la guía de evolución de las personas y de las sociedades. La repetición ritual, unida a la multiplicidad de ciclos naturales, que condicionaban absolutamente la existencia, generó una temporización de los actos vitales basada en el retorno de lo mismo, en forma de su recreación y proyección en las cuestiones vitales.

Pero ya en los albores de la civilización griega surge la polis como centro de la vida de los hombres, y con ello empieza una cierta independencia de los ciclos naturales, al tener lo urbano y aleatorio incidencia crucial y directa sobre la vida humana. El mito griego, su interpretación, que no su relato, va teniendo como referencia cada vez más el psiquismo, hasta llegar a una descripción tan certera como bella de los conflictos anímicos que, siempre los mismos, pugnan por el control del ser humano. Así lo ha entendido la psicología profunda que aún hoy sigue interpretando los contenidos míticos helenos y que los ha dividido acertadamente en tres grupos: el combate contra lo superfluo, el combate contra lo perverso y la creación cósmica.

En estos últimos se encuentra, latente o manifiesto, el principio de la unidad de lo espiritual tanto en el ser como en su manifestación. Y es de este conocimiento, más práctico que teórico, en tanto que desarrollado en el terreno de lo místico, directamente enraizado con lo simbólico, a partir del cual, a nuestro juicio, se origina la filosofía griega, que es tanto como decir la filosofía occidental toda.

Según nuestra interpretación la filosofía no es una reacción contra la tradición, consumada como tal mediante la represión y desligación total del mito. Filosofía y tradición no son dos sistemas antitéticos de totalización del saber, irreductibles entre sí, procediendo el primero de la deformación y desfiguración del segundo. Y ello es así pues, después de los primeros escarceos filosóficos de la escuela de Mileto, y dejando aparte a los pitagóricos, claramente vinculados a lo simbólico y con tan penetrante y larga influencia pragmática en los siglos siguientes, es con Parménides con el que la filosofía griega deviene una metafísica y una ontología, y ello debido a los enunciados de este filósofo sobre el concepto del ente, cuya principal característica es su inmovilidad, con lo que la física, ciencia del movimiento, queda excluida como disciplina filosófica; hasta el punto de que todo el desarrollo filosófico hasta Platón y su teoría de las ideas, es un continuo intento de reconciliar la unidad del ente, del ser, con el movimiento, con el cambio. Pero todo ello siempre dando por válida la inmovilidad del ente, la unidad del ser, y ello solo puede tener su origen en una experiencia pragmática que por aquel entonces aún sería inseparable del filosofar.

Y son precisamente los intentos de expresar esta unidad los que llevaron a diferenciar el origen del problema filosófico (el ser), de la herramienta usada para ello (la especulación filosófica), recayendo mayor énfasis, con el paso de los siglos, sobre lo segundo que sobre lo primero, acabando en una separación total entre filosofía y mística, con muchas excepciones, pero siempre separadas de lo que, hasta hace poco, era la corriente oficial única del pensar filosófico.

El antecedente más claro de esta corriente es Aristóteles, en el que el pensamiento es ya claramente diurno: el lenguaje es desvinculado de sus orígenes y se reduce a logos puro, mientras que el pensamiento simbólico, tachado de impuro, es reemplazado por el pensamiento directo y por la lógica binaria basada en el principio de no contradicción. Este olvido de lo simbólico, y de su función de imbricación de los opuestos, va a acarrear a Aristóteles y con él a toda la filosofía occidental, un dualismo mecánico, al eliminar al demiurgo, elemento mediador en la filosofía platónica entre el mundo de las ideas y el mundo material. La filosofía deja así de ser una vía simbólica en busca del ser y del sentido de la vida para convertirse en una abstracción científica del qué de las cosas, en la que el ser se reduce a una forma pura o motor inmóvil teóricos y nada claros desde el punto de vista práctico.

Sin embargo platonismo y aristotelismo conviven y se complementan mutuamente durante muchos siglos, culminando en el XII (e.v.), de singulares aportaciones muchas de ellas nacidas en la civilización tricultural entonces existente en la península ibérica. Pero en el siglo XIII el aristotelismo es adoptado como doctrina oficial de la escolástica, con lo que se consuma la escisión entre lo sagrado y lo profano, al sustituir la fe a lo simbólico y desligarse a su vez aquélla de la razón. Se rompe, y de manera definitiva, el cordón umbilical por el que la tradición nutría a la filosofía. La otra filosofía, la que continua apegada a la tradición, es expulsada de las instancias oficiales y se convierte por ello en filosofía oculta, continuando un curso subterráneo, al margen de la cultura oficial, y por ello, las más de las veces, ajena e indiferente a lo que ocurre en la superficie, el devenir humano.

La física de Aristóteles se impone como modelo oficial para el conocimiento de la naturaleza, y es precisamente aquí donde el impulso dado a la razón en el Renacimiento encuentra un campo apropiado para practicar su fascinación por el método geométrico, logrando la ciencia natural tales descubrimientos en el hasta ahora casi inexplorado mundo material que no duda en desprenderse de la escolástica en tanto que supone un freno para el avance científico. Aparece Descartes y su gigantesco esfuerzo de renovar la filosofía de acuerdo con las exigencias de la ciencia, dando origen a la filosofía occidental en sentido estricto (y simbólico, añadiremos nosotros). El resto de la historia de la filosofía, por reciente, es más conocida, pero, mientras que los físicos van a seguir encontrando partículas elementales cada vez más pequeñas, agujeros negros cada vez más lejanos, y velocidades de eventos cada vez más altas, porque existen en el cosmos y son observables; los metafísicos también seguirán encontrando cada vez más problemas ontológicos sobre los que publicar, porque existen en la mente y son especulables. De esta manera la distancia entre filosofía y ciencia de lo material se hace cada vez mayor, y con ello las posibilidades de la primera de influir en la vida humana, de marcar camino, como antaño fue.

Pero recientemente aparece la hermenéutica como disciplina filosófica que viene a rellenar este vacío mediante la recuperación de lo simbólico y de su papel mediador en la vida humana. Ya las propias disciplinas científicas, enfrentadas a principios de este siglo que se acaba con sucesivas crisis que derribaron su estructura clásica hasta los propios cimientos, con la dificultad consiguiente de levantar el nuevo edificio de una ciencia que crecía con rapidez sobre una cimentación endeble; han derivado, como respuesta a esta crisis, en una serie de tendencias vanguardistas que convergen en la recuperación del tradicional principio de similitud. Aliándose con estas vanguardias la hermenéutica abriga un ambicioso proyecto: elaborar una interpretación totalizadora e integradora de la realidad acorde con la imagen tradicional o hermética del hombre y del cosmos, en la que queden implicados los conocimientos más recientes alcanzados por la ciencia. Este pensamiento hermético se caracteriza por su visión imbricadora de los opuestos, mediante la que desaparece la separación dual entre hombre y cosmos, entre cuerpo y espíritu, entre lo sagrado y lo profano, conceptos todos ellos que son penetrados y vehiculados hacia la realidad por una similitud interna que los cohesiona y que no es otra que el ente de Parménides, o sea la unidad esencial del ser. Pero ahora esta unidad no es un a priori, sino la meta de un proceso constructivo, que se realiza por mediación de un principio energético o volitivo, así en el cosmos como en el hombre.

Esta vía iniciática que propone la hermenéutica tiene por lo anterior un carácter universal, pero también, y sobre todo, un carácter individual, pues cada uno debe vivirla por sí mismo de una forma única e irrepetible. Se trata de un modo escalonado de comprender la realidad, según se avanza en su investigación, que no es otra cosa que la interpretación del recuerdo platónico de las cosas, quedando esta comprensión, otorgada por la interpretación, íntimamente vinculada al modo de ser de cada uno, puesto que el sentido oculto, místico, es una realidad viva que afecta en cada momento al que la reencuentra. Comprender la realidad quiere así decir implicarla en nuestro modo de ser, mediante un proceso de apertura que, guiado por la exigencia superior de la plenitud del sentido, lo reconduce a su significado arquetípico, a su verdad espiritual, a su sentido místico o esotérico. A partir del momento privilegiado en que el hermeneuta comprende una cosa, el conocimiento que le queda de la misma no es ya una explicación externa del fenómeno investigado, sino algo que surge en su propia alma en el tiempo de la interpretación, con lo que él mismo es reconducido a su verdadero ser. De esta manera la tradición, que consiste precisamente en la transmisión del sentido, cumple su función en la medida en que es recreada por el hermeneuta, que comprendiéndola la cumplimenta en su propia alma. La tradición implica una perpetua recreación y un nuevo nacimiento, siendo en cada nueva interpretación donde la tradición se recrea a sí misma mediante la libre inspiración creadora del intérprete. Y la regeneración del sentido esotérico es, a su vez, la propia regeneración espiritual del hermeneuta, un nuevo nacimiento de su alma. El plomo negro, tumba de Osiris, se asocia al huevo, que es en to pan (uno el todo); en las esferas del fuego se fija a éste y atrae a sí un alma nueva. Y en esto, dicen los textos, consiste el gran misterio.

lunes, 5 de junio de 2006

DOS POEMAS Y UNA ESPERANZA




- Oye: en la casa de al lado hay un tesoro.
- Pero si al lado no hay ninguna casa.
- Está bien: ¡ Construiremos una !
GROUCHO MARX


Si el río se lleva el tiempo del amor
y la fragancia de las rosas permanece
hasta que la disipa la llovizna escondida
entre los dulces secretos de tu cuerpo.

Si hay un huracán agazapado tras
el columpio del jardín, si ya se borraron
nuestras huellas en el césped. Si ya
sabemos que la música y el bullicio
de fiesta vienen de la casa de al lado.

Si es así, te digo, recojamos lo nuestro
de este lar y corramos, aliviados
del lastre de la rutina, y alcancemos
la caravana que se interna en el desierto
en busca –una vez más- de oasis que no existen.




CAMPANADAS A MEDIA NOCHE


He buscado tu nombre entre los huecos del silencio,
me ha dolido tu ausencia como azahar de primavera.
Ha regresado tu imagen desde los pliegues del olvido
y me he enfrentado a la nostalgia que se extiende
en el piélago inalterable que abrazan dos soles.

Ha sonado, una vez más, la campana de la muerte
en la torre de la iglesia. He vuelto a oír al gallo
taladrando la noche desierta de mis sueños.
No sé quién soy, amor mío. Pero más allá
de toda duda, a lomos del deseo, te llevaste
mi vida triste y cansada. Allí, lejos, reposa

desde entonces y crece como el musgo en las piedras
del arroyo. Allí, donde tantas veces te he buscado.


jueves, 4 de mayo de 2006

TRES GENERACIONES DE HADOQUES


Le reñí diciéndole que había que hacer las cosas despacio y bien. Y entonces entendí que yo era mi padre.

Que la vida es una continuidad infinita y que estos detalles son la manifestación de Dios en la tierra de los hombres, todos los cuales somos parte de Él.

Si yo hubiera sido niña, madre, sería tú. Pero no fue así.

Él vió en París la misma catedral que yo.

Él compuso sus artículos como yo mis poemas.

Él sabía lo que era pensar siempre en los demás. Yo lo intento.

Me haré viejo, si Dios quiere, y fumaré en pipa, al fin.

Añoraré el mar. Haré películas. Seguiré aprendiendo, siempre.

Cuando voy al cementerio no me siento un extraño, porque soy una parte real de la tumba de mi padre, como él lo es de mi vida cotidiana. Me habla y me guía en la noche y en la mañana y en la tarea de todos los dias.

No le puedo echar de menos. No se ha ido.

El mundo es mágico porque Dios así lo quiere. Bendita sea esta vida que me permite dar testimonio de él. Y a tí te lo debo, madre.

martes, 4 de abril de 2006

La tragedia de Sevilla


El colega y amigo que me visitaba por motivos profesionales conocía bien Sevilla, así que le cité en el museo arqueológico, un jueves con buen tiempo, a las seis de la tarde. Nos encontramos en la puerta y espontáneamente entramos en la sección de arqueología, recorriéndola al azar, parando aquí y allí; ante un mosaico en la sala de Venus, una estatua en la de Mercurio, las sepulturas con el escueto "Hic situ est. Sic terra tibi levis" y conversando desenfadadamente sobre lo que nos salía al paso -al de las piernas y al de las neuronas- como dos buenos amigos que hacía tiempo que no se veían. La conversación profesional podía esperar.

Le contaba yo que daría una caja de Valbuena quinto año por pasar diez minutos a solas con Monna Lisa en su hogar parisino y me respondía él cómo un día había empezado a pensar en latín en el museo capitolino de Roma contemplando cosas similares a las que aquí estábamos viendo, donde, por cierto, me dijo, también estamos solos.

Y así era y lo fue durante la hora larga que pasamos en el museo. No nos cruzamos con un alma. Que en Roma te encuentres con un museo vacío -entre decenas que hay- puede dar que pensar, pero que ocurra en Sevilla empezó a desasosegarme. Indiqué que ciertamente no había abandono por la administración del museo, estaba limpio, bien organizado, con un horario amplio. Además está inmejorablemente situado.

Aclaro que lo que me causaba inquietud no era la ausencia de turistas en el museo, sino la de paisanos. ¿Cómo es posible que en una ciudad de 700.000 habitantes nadie acuda al museo arquelógico un jueves a las seis? Mi amigo me lo aclaró: a Ellos no les interesa. Ir a museos no es una actividad económica, no interesa. Y además, es peligrosa. Venimos aquí y nos encontramos con Venus y Mercurio, fíjate si luego empezamos a indagar en la mitología y damos con Afrodita y Hermes y seguimos tirando del ovillo y terminamos leyendo a Homero y llegamos hasta la tragedia griega: las Bacantes, Edipo, Fedra; y caemos en la cuenta de que Ellos tienen ahí su sitio, que ya Sófocles y Eurípides les conocían y les dejaron inmortalizados en sus obras, que hoy y siempre se repiten en la vida real. No les interesa: los museos hay que mantenerlos, qué remedio, pero cuanta menos gente venga, mejor. La gente, a producir y a consumir, a mover dinero. Pensar, ¿para qué?

Terminé de asustarme. Al salir del museo ya había pasado el crepúsculo. Y recordé una tarde en la casa (y museo) de Karl Marx cuando le oí describir al fantasma del capital recorriendo el mundo y metiéndose en todos los poros de la sociedad. Ellos se encargan de que siga siendo así.

lunes, 27 de marzo de 2006

ANTORCHA DE PLASMA


Mientras esperaba que la naviera le asignara un barco el capitán recordaba cómo se había roto, por segunda vez, su tercer matrimonio. Pensaba que no sólo había tropezado tres veces, además una de ellas era al cuadrado. A la enésima potencia, le gustaba decir a ella, siempre sin sentido, para rematar alguna conversación absurda, de esas que uno siente que nunca deberían haber empezado.

Claro que era su matrimonio lo que no debería haber empezado. Al menos no con esa mujer. Al menos no la segunda vez. O la tercera. Ya nada estaba muy claro, ni siquiera si realmente la había querido, ni siquiera si acaso no podía ser cierto que no la hubiera dejado de amar en el lapso entre ambas bodas. O casi bodas. La primera con celebración religiosa en la iglesia, con él mismo, ateo radical, anticlerical convencido y practicante. Ella hubiera debido saber lo del ateísmo, pero no se fijaba por debajo de la superficie, nunca miraba debajo de la alfombra, si lo hubiera hecho habría visto la podredumbre en que había quedado convertida su vida y le habría abandonado a su suerte sin dudarlo. Pero lo dudó, y mucho. O más bien no lo aceptó, nunca lo aceptó, que pudiera haber una separación, una ruptura, que él pudiera irse o que ella tuviera que vivir sola.

La tercera vez, es decir la segunda con ella, desde luego había sido una huída hacia delante, empujado por la desesperación del fracaso de su relación con SK, See und Knoblauch, mar y ajo, la mujer rubia encontrada en un puerto del mar del Norte una tarde en la que el sol insistía en dejarse ver entre las nubes grises del otoño. En la época más baldía de su vida, animada sólo por el tercer hijo todavía demasiado chico para darse cuenta del desastre de padre que le había tocado, con los otros dos suficientemente mayores como para haberse olvidado de él. No había sido afortunado, desde luego, ni siquiera había sido acertado. Sólo un fuerte deseo insatisfecho por una relación fugaz en la que dejó pasar la ocasión, la ilusión, lo mejor de sí mismo que entonces todavía era capaz de sacar de sus entrañas casi cuando quisiera pero en esa ocasión abortado, muerto, perdido, el mayor de los ridículos, el hombre más aburrido del mundo. Ninguna mujer perdona ni olvida eso, y menos las que dicen que no lloran ni toleran el llanto. Pero el cabello y los labios plegándose como si dijeran un secreto (cuando hablaba de sus encantos y virtudes, la muy cabrona), la intuición de unos muslos perfectos, de unos senos pequeños, algo así como la amante del cantar de los cantares, como la llamó, desafortunadamente, en otra ocasión.

Se enamoró de ella como un adolescente cuando la vio encajarse la bata blanca tras el mostrador de radiología del trasatlántico en el que ambos trabajaban. Se quedó boquiabierto como el pasajero que orina en cubierta a barlovento, temblando y pensando en el bugre de cuatro kilos que había visto con CR en El Musel y cómo pararon, se miraron y sin decir una palabra dieron la vuelta, entraron en el chigre y lo pidieron de almuerzo. CR, carroñera, siempre alimentándose de lo que él iba dejando atrás, capaz de sacarle lo peor de sí mismo pero la mujer que más había amado en el mundo y la madre de sus tres hijos.

Y ahora no tenía mujer, ni destino, ni barco, y esperaba. La vida le había enseñado a no sentirse incómodo ni siquiera en situaciones, como la suya de ahora, que a otros habrían desesperado o al menos asustado. No tener barco era no tener trabajo y estar a la espera era jugar a cara y cruz. Pero esperaba. Era extraordinario cómo su contrato con la Bifas se iba aplazando, disolviendo. Las navieras noruegas eran sutiles en estos casos: como la antorcha de plasma, que debía transportar a Palos, no iba a estar terminada hasta dentro de un año, o le encontraban otro barco o le mantenían disponible hasta entonces. Sea lo que fuere, de momento no se haría cargo del transporte de la antorcha, y eso es lo que verdaderamente le fastidiaba. Había puesto grandes ilusiones en ese porte, único en el mundo, confirmación de un éxito profesional de cuya legitimidad realmente dudaba. Cierto que esto le traía al pairo, pero mandar un barco como el que habría de transportar la antorcha y conseguir que llegara a tiempo y sin daños era tarea suficientemente absorbente como para permitirle vivir unos años más. Como una prórroga, un regalo, un dar marcha atrás, de momento.

Él sabía bien que estaba en el límite. Que había sido siempre hombre de fronteras y que ya no había marcha atrás: o vivía en el límite o no había vida. El cerebro, la compleja red neuronal que había ocupado tantas horas de reflexión en alta mar, tantas notas, tantas vueltas en su mente, hasta convertirse en una pregunta perpetua. Esa mente iba a reventar en cuanto se quedara quieto, y ahora lo estaba. No aguantaría un año, no aguantaría la inactividad, o le asignaban un barco o se lo tendría que buscar él, pero en este caso no conseguiría un mando tan tentador como el de la antorcha y entonces también reventaría porque su motor estaba ahora tarado para ir a toda máquina y si ralentizaba se iría al garete, bielas y manivelas y hélices serían centrifugadas hasta el último confín del universo, si tal cosa podía aun existir para él.

No aguantaría mucho tiempo tantas horas diarias de oficina, por más que no dejaba de levantarse, de ir a por café, al lavabo, simplemente a dar una vuelta por el laberinto de pasillos y despachos para estirar las piernas y sobre todo para que ella, la mente fronteriza, no se volviera loca. Pero no duraría mucho. La situación que hubiera debido ser transitoria se alargaba más y más, dejándole sin barco y sin noticias, sin idea de lo que le esperaba, pero sin cejar en el empeño de oponerse al desánimo.

Consiguió útiles de escritura y acceso a la biblioteca, con lo que recargó baterías de buena manera. Aprovechó para anotar sus reflexiones sobre el tiempo, el espacio, el mundo, los hombres y los dioses, y en ordenarlas, pensando siempre en el libro que nunca terminaba de empezar o en cualquiera que pudiera leerlo en el futuro. Sabía de lo irrelevante de todo ello, pues no era presuntuoso, pero tenía una clara necesidad de hacerlo así y de todas formas le ayudaba a clarificar las ideas.

Y para completar esto también escribía sobre sí mismo, hizo una detallada recapitulación de su vida y la puso por escrito, empezando en lo que le estaba ocurriendo y remontándose hacia atrás, hasta los sucesos de la adolescencia y los que recordaba de la infancia, entre ellos el de aquella vez que dejó caer su boina desde el puente sobre el río y su asombro al ver que flotaba y se la llevaba la corriente sin desaparecer bajo el agua, como ocurría con las piedras. Probablemente fue ese el día en el que decidió ser marino.

La decisión más importante de su vida, tomada torpemente cuando era un niño, mantenida a ultranza en los años posteriores, y desembocada luego en una larga y fructífera carrera, hasta llegar al mando del buque insignia de la compañía; pero una carrera cuajada de tragedias personales que la convertían en la esencia de una vida rota, culminando el día en el que le llamaron de improviso a un despacho de la planta superior, la de los altos ejecutivos, donde le harían algunas preguntas para asignarle su próximo destino, le anunció la eficiente y pulcra secretaria de dirección que le atendió tras el aviso telefónico, a la par que le extendía una hoja de papel y le pedía que, mientras esperaba, rellenara el cuestionario. Lo que empezó a hacer para comprobar que no eran breves datos personales lo que en él se pedía, como había esperado, sino una exhaustiva descripción de su vida que más se parecía a un examen de conciencia que a otra cosa pues le requerían sobre todo anécdotas íntimas, pasadas y presentes, y pensó que precisamente su reciente experiencia con la recapitulación escrita le serviría y demasiado que le sirvió porque le llevó a dar excesivos detalles, muchos más de los requeridos, sobre su alma, seguramente, pensaba, más de lo que hubiera sido prudente decir.

Y se corroboró en este juicio cuando le retiraron el cuestionario y le citaron para dos días después, el día intermedio para que repusiera fuerzas, le dijo la secretaria del traje beige, y entonces se dio cuenta de que había pasado seis horas escribiendo, pero aún así le parecía fuera de lugar que la empresa se pudiera preocupar de que descansara, a menos que lo que le aguardase fuera una prueba especial que le fuera a demandar más energía que la alta mar.

Y en ello pensaba cuando pasado el plazo fue recibido por el alto ejecutivo en traje gris marengo que le hizo sentar en un cómodo sillón para inmediatamente bombardearle con preguntas basadas en su examen de conciencia que sin duda había leído y conocía bien, incluso parecía conocer detalles que no había puesto por escrito, ni en el examen ni en su recapitulación, incluso, constató sorprendido, parecía conocer aspectos de su vida que él mismo no había contado a nadie, algunos, incluso que él mismo desconocía.

Le preguntaba con astucia sobre los sucesos misteriosos de la infancia o sobre las desventuras de su última madurez, saltando de unos temas a otros, de una época a otra, con una sutileza sólo comparable a la que esgrimía para intuir, y hacérselo ver con claridad, qué bien conocía sus sentimientos personales involucrados, sus motivos, sus dudas, sus temores, sus esperanzas y todas sus miserias.

Y así se fue dando cuenta aunque él no lo sabía bien porque ya estaba su conciencia disociada, ya no era él o no sabía quien era y quien no, si el ego era o no era, si él era persona o sólo el que le miraba desde su propio interior, desde su propia mente disparada, en el límite, hasta que ese ángel del infierno, ya estaba seguro de que eso es lo que era, se levantó y abrió la puerta para permitir la entrada de CR, CR muerta años antes, y él no pudo menos que dejarse caer hacia atrás, aturdido pero deseando la caída, esperando el golpe en la espalda, en la nuca, el fin de la pesadilla, y sintiendo su ser planear en el vacío, hacia abajo, hasta el agua de un río grande como el Ganges, hasta una enorme flor de loto que con forma de boina le recogía y le transportaba aguas abajo, hacia el ruido de la gran catarata, y antes de cerrar los ojos alcanzó a ver, en la amura de babor, a la mujer rubia que sostenía una antorcha de plasma y que le miraba como quien mira un milagro que se desvanece a sotavento.

domingo, 15 de enero de 2006

REDES NEURONALES DE WITTGENSTEIN

Todo lo que es (universo), es pensamiento/lenguaje, y todo pensamiento puede ser expresado como conjunto finito de proposiciones lógicas (verdaderas o falsas).

Lo que puede ser dicho y no es una proposición lógica (vg Cuasimodo indio encuentro sectorial) es analizable mediante la hermenéutica (=lógica+memoria (personal, colectiva, mítica, inconsciente siempre)) y es muy sensible a las condiciones iniciales (no es lineal), vg al estado psicológico del hermeneuta en cada instante del análisis, por lo que conduce al caos (genera caos), o sea a reconstruir holográficamente todo el universo (como el libro de todo lo dicho y pensado de la conferencia sobre ética de W), o sea termina siendo un conjunto (infinito) de proposiciones lógicas.

Otro vg de lo que puede ser dicho y no es una proposición lógica son los postulados éticos o las consideraciones estéticas. No se puede afirmar su verdad o falsedad y su análisis lleva al universo, luego no añaden nada a lo que se sabe (al universo). Son lo desconocido que se puede conocer.

La Nada del sufí (los conceptos metafísicos en mi sentido) está más allá de la mente, no es expresable, no es parte del universo. La mente no puede llegar allí. Sólo la no mente (=Nada) puede, porque ya está allí. De aquí la necesidad de aniquilar la mente para transmutarla en no mente. Y esto es lo que no se puede conocer. (La mente contiene la no mente, luego la mente no puede nunca llegar a conocerse totalmente a sí misma. Qued, incompletitud mental en el sentido de Gödel).

Pensamientos y frases del lenguaje son películas neuronales. Las películas estás hechas de fotogramas, cada uno de un objeto, y la secuencia de fotogramas en la película representa (es isomórfica con ) la combinación de objetos en un estado de cosas.

La estructura lógica de la película (en el pensamiento y en el lenguaje) es isomórfica con la estructura lógica del estado de cosas que describe. La posibilidad de este isomorfismo entre la película (el pensamiento, el lenguaje) y el estado de cosas es la propia forma cinematográfica. La película va construyendo la realidad al proyectarse.


Todo lo que es (universo), es pensamiento/lenguaje, y todo pensamiento puede ser expresado como conjunto finito de proposiciones lógicas (verdaderas o falsas). Las frases del lenguaje son proposiciones lógicas (y representan lo que existe) si respetan una estructura lógica y los elementos (nombres del lenguaje) de la proposición tienen significado.

Pero sólo las proposiciones tienen sentido y sólo en el contexto de la proposición tienen los nombres significado. Cuasimodo, indio, encuentro y sectorial no tienen significado en la frase “Cuasimodo indio encuentro sectorial” porque ésta no es una proposición con sentido (lógico). Todos, los hombres, son blancos, sí tienen significado en la proposición “Todos los hombres son blancos” . Pero “todos” no tiene significado si se escribe aislado, ni “indio”, ni “sectorial”.

Aisladamente considerados remiten a símbolos susceptibles de análisis simbólico y forman parte de lo desconocido que se puede conocer ya que el análisis simbólico aporta relaciones entre objetos (entre los nombres) que no existen ni en las proposiciones ni en las frases sin sentido.

El análisis (lógico) de las proposiciones lógicas lleva a partes del universo (de lo que es conocido). El análisis hermenéutico de las proposiciones -lógicas o no lógicas (formadas por nombres sin significado o construídas ilógicamente)-lleva al caos universal, o sea a todo el universo. El análisis simbólico de las proposiciones lógicas o no lógicas o de de los nombres aislados lleva a lo desconocido que se puede conocer.

La lógica da los límites de lo que puede ser dicho (lo que se puede conocer). Y lo que puede ser dicho lo puede ser en forma de una tabla de verdad sin más que descomponerlo en proposiciones lógicas elementales. Este no es el caso de lo que no se puede decir, tanto si se puede conocer (ética, estética) como si no se puede conocer (Nada, mística, metafísica en mi sentido).

Una de las películas usadas en el estado de vigilia es la de cómo montar películas: las reglas del juego (repetitividad, satisfacción de deseos, etc).

En sueños esta película no se proyecta igual (aunque existe, es una película compartida por vigilia, donde el maquinista es el inconsciente y sueños, donde el maquinista es el subconsciente) y la película del sueño se monta de otra forma (también cambia la receptividad del espectador).

Este montaje, según Freud, se hace con fotogramas de sucesos recientes e importantes en vigilia, pero el montaje no tiene nada que ver con el de la vigilia, aunque los patrones de éste son reconocibles mediante la interpretación de los sueños. Según el simbolismo, se hace con fotogramas de arquetipos, con lo que los patrones no son reconocibles mediante la interpretación de los sueños de Freud pero sí por el análisis simbólico, con lo que el sueño lleva a lo desconocido que se puede conocer.

Las frases del lenguaje son proposiciones lógicas y han de estar compuestas de nombres con significados. Como tales proposiciones lógicas serán verdaderas o falsas independientemente del significado de los nombres de la frase, o sea, de la subjetividad de la asignación de los significados a los nombres, o sea que esa asignación no debe ser subjetiva por lo que ha de ser objetiva.

Para ello sólo puede ser la asignación propuesta por el análisis simbólico para el nombre aislado pero como este lleva al universo hay que interrumpir el flujo del análisis simbólico para fijar el significado; pero la decisión de dónde ha de interrumpirse es subjetiva.

O bien se lleva el análisis hasta todos los límites subjetivos y se toman todos en consideración en un análisis metasimbólico con lo que se llegará a un significado arquetípico (el mismo con el que se montan las películas en sueños).

La frase “el oro es el sol” tiene un valor lógico de verdadera.

En la película de la vecina de Palos la escena del estado civil irrumpe en la acción del diccionario, modificándola hasta un resultado coherente con el final de la escena. Pero la escena estaba ya montada antes de la irrupción, su final ya estaba en el montaje antes de la irrupción, por eso el efecto de la irrupción es tan coherente.