martes, 22 de noviembre de 2011

CRÓNICAS INDIAS, 5





Madras, ocho de noviembre de 2007. Fiesta de la Luz.

Releo tu última carta sin dejarme sorprender por ninguno de sus asuntos ni matices; haberlo hecho tantas veces y sobre todo haber meditado tanto y tan gozosamente con ella, me ha hecho ya tan acostumbrado a su medida que puedo dejarme llevar por la lectura sabiendo que una pequeña pendiente permitirá un trayecto continuo pero suave.

O eso creía yo. Pero allí estaba, al final del camino, oculto, silencioso, acechante el Tigre de Bengala, para el que, como para el arquero japonés, blanco o presa, flecha o garra, arco o patas, y el propio corazón son todo una y la misma cosa. Por eso nunca “fallan”.

El poema. Lo había leído más veces que el resto del escrito, le había dado vueltas y vueltas, me había gustado por pequeño, por simple, por sencillo. Había estado, sin darme cuenta, jugando con él, cada vez menos con su forma y más con su fondo, disolviendo y coagulando, destilando y condensando, hasta que “algo” se heló.

Y cumplida su misión, el poema se desvanece, se va. Lo otro no, ello queda, helado aún, pero queda, en el interior de la tierra, donde debe estar, y madurar, antes de fundir el molde y atreverse a crecer, y atreverse a la luz, y al aire y al agua. A la vida.

Nada hay de inconsciente en todo esto. Al menos nada de inconsciente colectivo, incognoscible, indómito. Si nuestra conciencia puede abarcar un hecho, entonces todo lo demás es inconsciente, aunque esté ahí. Si nuestra conciencia es capaz de abarcar dos hechos, entonces todo lo demás es inconsciente, aunque esté ahí. Pero no es lo mismo en un caso que en el otro. Hay más conciencia en el segundo. Y hay mejor conciencia en el primero.

En el caso del poema, cada vez que lo leía, había conciencia del mismo…..y de nada más. Hasta que lo leí con conciencia de lo que “estaba ahí”, y la conciencia inducida del poema, como el Tao con el hacedor de lluvia, puso las cosas en su sitio. Todo está bien ahora.

Te refieres al final de tu carta a mis palabras sobre “…la película…” (esta ya vieja amiga de nuestras epístolas). Permíteme retomar este tema con un ejemplo aquí y ahora tan frecuente (en los extranjeros neocolonizadores). Si desde niños sólo vemos películas del oeste, el método de resolución de problemas y de afrontar la vida que en ellas se describe nos será innato. Ese método no es el mismo en todas ellas, pero será caldo de cultivo para nuestras teorías sobre el mundo, llegado el momento. Y acabaremos pensando, sintiendo, grabando en nuestro inconsciente, ese método, esos patrones, de actuar y de reaccionar frente a los impulsos externos.

En un mundo (real) en el que la compra de armas de fuego no está permitida, no podremos desenfundar el colt cada vez que haya un problema, pero habremos elaborado un sustituto, que no será, precisamente, escribir un poema. En un mundo (real) en el que las peleas traigan como consecuencia multas, arrestos e indemnizaciones, no podremos aclarar nuestras dudas a puñetazos, pero habremos elaborado un sustituto “legal”. Es decir, seremos agresivos.

Y todas esas elaboraciones sustitutivas forman un tejido en el que lo común (lo que está en todas las películas del oeste que tenemos en la “videoteca”) es un guión que se ha ido escribiendo en el tiempo, pero que ahora ya está escrito y es determinante de nuestros actos, de nuestras palabras, de nuestros pensamientos. No somos libres, pero nadie nos ha encarcelado. Remedando lo que antes citaba de tigre y arquero, nosotros somos el cazador, la jaula, el engaño y la presa.

Constructores de nuestra cárcel, y con una alegría tan grande, que una vez rematada la obra la dejamos ahí, finiquitada, y nos dejamos llevar viviendo de sus rentas. Las rentas de la mansión de Drácula…..podemos imaginar qué van a ser.

No hay otra forma de salir de ahí que el contrario proceso de deconstrucción. Quitar uno a uno los ladrillos con los que nos hemos encerrado en una habitación sin puerta. No vale demoler la pared. No podemos. La construcción es tan sólida, tan fuerte, tan hermosa (a veces) que no sabemos dónde demoler sin que se venga todo abajo. Porque si todo se derrumba, lo hará sobre nosotros, y a esto unos sobreviven y otros no.

Uno de los ladrillos de nuestra cárcel sin puerta sí que debe ser picado y roto, para que pueda servir de apoyo a las herramientas deconstructoras que nos permitirán desmontar toda la estructura sin que se caiga. Y para que entre un rayo de luz, pequeño al principio, con el que poder situarnos y dirigir los trabajos. Y un poco de aire, para recobrar las energías que tanto se van a desgastar. Pero sólo un ladrillo. Y hay que romperlo suave, sutilmente. El ladrillo de la luz. El ladrillo de la esperanza. El primero que se rompe. El último que se olvida.

Estos días los indios (hindúes, shiks y jainistas) celebran el diwali o deepalaji. Para los hindúes es la fiesta de la Luz. De la Luz interior que despierta y se reconoce como Atman. La fiesta del ladrillo. Me cuentas de tus trabajos con el mundo onírico y no puedo menos que temblar de emoción. Nunca tuve sueños lúcidos, pero gran parte de la “mitología” de mi vida está forjada con sueños ancestrales, de la más antigua infancia. En el fondo del mí mismo (atman) sé que un día me tocará resoñarlos en este mundo y que el salto, el vacío, el vuelo, serán el túnel definitivo hacia lo otro.

Sí que llevé, durante años, un diario de sueños, y ha sido una de las más importantes fuentes de conocimiento, y lo sigue siendo, aunque ya no hay apuntes, pues no sueño, o no lo recuerdo (¿deconstrucción?), o no sé cuando hay sueño y cuando hay vigilia, o no estoy seguro de ello. Como no lo estoy de saber nada.

Volvemos a la conciencia. Cada vez me aturde más no poder comunicarme con personas porque estamos en diferentes niveles de conciencia -¡y me refiero sólo al trabajo profano! Tendría que emplear horas en explicar cómo he llegado a una determinada conclusión (que sé sin lugar a duda que es una verdad en la obra profana). Y ello para al final escuchar: vale, y volviendo a lo de antes……

El trabajo con los sueños cambia la conciencia. Nos puede proporcionar más conciencia, o mejor conciencia (en el sentido que le daba al principio de esta carta), o un nivel diferente de conciencia (en el sentido al que me acabo de referir de imposibilidad de comunicación, de “mundos” distintos). Cuidado pues. El trabajo persistente y bien dirigido con lo onírico cambiará algo en ti. Que el cambio, cuando llegue, te encuentre preparada.

En mi caso el trabajo con los símbolos ha sustituido al de los sueños (te darás cuenta de que no me refiero ya a cosas distintas). En este sentido entiende mis anteriores palabras de no saber cuándo es sueño o cuándo vigilia. El universo construído analógicamente con los símbolos (no sólo con los herméticos) es tan consistente como el de la física “real” y en ambos me muevo sabiendo y sintiendo que son trama y urdimbre del mismo sueño.

Solo conozco un deber y es el de amar (sic, Camus). ¿Cómo pretendemos lograrlo? Intentándolo. Te mando mi poema.


ATMAN

Aquí mi piedra bruta, a la talla ofrecida,

aquí mi escuadra y aquí mi regla trazadora.

Aquí adelanta mi coche un camión con fruta.

Y sobre la fruta

ella, sentada,

y en cada bache un bote.

No me sirve aquí el dorado mazo,

adorno sin par en singular tenida.

Si en su camino al mercado,

lleva puestas,

como yo las veo,

sus mejores joyas,

y es de oro el brazalete,

son de oro los pendientes,

y es de plata su sonrisa,

y es de plomo mi tristeza.

Miro adentro y no veo nada,

más….,

un montón de compases,

de madera.

Esto es lo que se “heló”, y aquí está ahora, esperando. Que no te inquiete el matiz triste, contraste necesario de la alegría que me produce tenerte hoy tan cerca, tan dentro, mi querida S, ladrillo, sueño, hielo. Y Fénix.