martes, 7 de diciembre de 2010

SANTIAGO A SINTRA

Viaje largo, pero con buen tiempo y autopista. Con los habituales errores de la señalización local llegamos sin más novedad hacia la siete de la tarde hora local.

La ciudad es tal como la habíamos imaginado, y lo avanzado del día y el cansancio acumulado nos aconsejan economizar fuerzas y eludir las interminables cuestas que rodean el centro. Como tampoco hay ganas de coger el coche optamos por el aperitivo y la cena, que, pasado el desmadre gallego, fue de nuevo frugal: sopa rica de pescado y bacalao macerado en vino de Oporto, con la garrafa de blanco de la casa y crepés de azúcar y canela. Café, sin.

Sin embargo la proximidad del Sur me hace recordar vivamente muchas cosas y, sobre todo, muchas personas que quedaron difusas cuando subí Despeñaperros. Mientras siga allá, en el profundo Sur, forman parte importantísima de mi vida, pues la conforman, y con tanto poder como las cosas nuevas que he encontrado y, algunas, comprendido. Ello hace aflorar una vieja inquietud, la del contraste de lo viejo con lo nuevo, la de aferramiento a lo que siempre estuvo ahí pues la única forma de zafarse es destruirlo, y eso no lo queremos, a veces.

Pero quedan dos días, que quizá me hagan menos ignorante, y algo de luz me sea dado vislumbrar.