viernes, 3 de diciembre de 2010

BURGO DE OSMA A PONFERRADA

Nos desayunamos con la catedral del Burgo de Osma, gótica ella, para compensar un poco del silencio románico. O eso creíamos, porque la iglesia estaba desierta y tuvimos ocasión de gozar del raro privilegio de pasear una catedral gótica en solitario. El silencio era más grande que en los pequeños edificios románicos, pero era igual de profundo y absorbente. La mente también se rebelaba y zumbaba, pero entre zumbido y zumbido me percataba de que Ello estaba ahí, manifestándose, de que por fin había luz, y circulaba. Todo estaba bien, al fin.

El paso a través del cañón del río Lobos fue magnífico. Subimos y subimos, otra vez hasta los mil y pico metros, y, ya arriba, paramos en un mirador, desierto, desde luego. Caminé con cuidado hasta el borde del cañón y allí apareció el milagro en forma de águila planeando, pasando tan a mi lado que casi la acariciaba, que vi cómo su ojo me ignoraba, y me vino a la mente aquel poema:

...si alguna vez me ves
mirándote a los ojos
y descubres en los míos
un deje de amor
no retires tus fusiles
ni creas que he cambiado
sabe, simplemente,
que puedes contar conmigo...

El águila pasó, pero había muchas más en el cielo.

En Santo Domingo de Silos estaba todo cerrado, pero no importó. Estábamos en el lugar en el que los monjes, los mismos que traducían a Aristóteles y Avicena (bueno, este algo después) se dieron cuenta que la lengua nueva que hablaba el pueblo en la frontera podía ser escrita con los mismos grafismos que el viejo latín. Aquí nació el castellano, que hoy es español y mundial, el lenguaje con el que mejor juego e investigo los símbolos, con el que me transmito, a mí mismo, mis emociones, mis pasiones, y que sea por mucho tiempo.

El resto del viaje fue trivial, excepto porque conducir con la nevada en contra, formando un túnel ante los ojos que absorbía y mareaba, me trajo la memoria de la escena final de 2001, odisea del espacio, no me habría extrañado despertar de pronto en otro tiempo y en otro lugar, ¿sería yo mismo? Por ejemplo en una suite, con la cámara espacial al lado, escuchando mi propia respiración 40 años después, renaciendo niño a un universo nuevo. Quizá fue así.

Llegamos, una vez más, tarde a la meta, pero, también una vez más, a tiempo para el aperitivo. La cena, frugal esta vez: menú del día, con crema de marisco y albóndigas a la jardinera, café incluido. Y un pacharán, para la digestión y para desembotar la mente, de tanta y tanta inocente blancura.