En esto,
ya comenzaban a gorjear en los árboles mil
suertes de pintados pajarillos, y en sus diversos y
alegres cantos parecía que daban la norabuena y
saludaban a la fresca aurora, que ya por las puertas
y balcones del Oriente iba descubriendo la hermosura
de su rostro, sacudiendo de sus cabellos un
número infinito de líquidas perlas, en cuyo
suave licor bañándose las yerbas,
parecía asimesmo que ellas
brotaban y llovían blanco y menudo aljófar; los
sauces destilaban maná sabroso,
reíanse las fuentes, murmuraban los arroyos,
alegrábanse las selvas y enriquecíanse los
prados con su venida. Mas apenas dio lugar la
claridad del día para ver y diferenciar las
cosas, cuando la primera que se ofreció a los
ojos de Sancho Panza fue la nariz del escudero del
Bosque, que era tan grande, que casi le hacía
sombra a todo el cuerpo.
Cuéntase, en efecto, que era de demasiada grandeza, corva en la mitad y toda llena de verrugas,...
(Quijote, parte II, capítulo XIV)
(Quijote, parte II, capítulo XIV)