Media vida sin flor,
sé que eres tú,
y que te ocultas en la ciénaga,
y que mandas tu semilla
en las alas
de traidora abeja
al más salvaje prado.
Y yo aquí sin flor,
sé que eres tú,
que te mueres en el prado,
salvaje,
que haces tuya esa tierra
en la que no estoy.
Muerta esa flor,
sé que eres tú,
a lo lejos, a lo lejos
nace un sueño
que tampoco es mío,
pero que a ti te lleva
a tu Shangri-La.
Muere ¿qué flor?
Hay un vientre que jadea
bajo mis manos,
todo gira y gira y es así,
que eres sola la flor,
que muere siempre, entre mis manos,
mientras te espero, en Shangri-La.
Por la noche llega el asalto del insomnio, regalo de cuando vivía entre humo y ruido. Entonces me siento y recuerdo y lo cuento. Solo.
lunes, 21 de junio de 2010
jueves, 10 de junio de 2010
EL TALLER
Ellos han ansiado el poder y siguen haciéndolo, aun ostentándolo, pues se han entregado al mismo y se han sentido investidos por él desde que llegaron a los talleres. Nosotros no podemos hacer nada, ni siquiera pactar la preservación de la Luz, pues con el poder no se puede pactar, ya que el pacto sería el compromiso del débil, que arriesga lo único que tiene, con el fuerte que nada pierde al incumplirlo, y que al hacerlo así ni siquiera puede quedar deshonrado por unos principios de los que nada ha comprendido en su intento de rápida trascendencia.
Así instauran una cultura mandarinesca y sin entrañas, culminación de un pecado de intelectualidad moderna que trata de mostrar a los poderosos como primeros padres de los hombres y mujeres del taller, toda vez que no han sabido engendrarlos, tal vez porque no han sabido reconstruirse a sí mismos.
La consecuencia ha sido que han forzado a los obreros a renunciar a la razón, no ya a la razón dialéctica, sino a la razón de Heráclito y de Anaximandro, a la razón que se hace la primera pregunta filosófica, la primera pregunta con sentido. Pero como no se puede vivir sin razón (como la razón no tiene sentido si no enamora a la vida) ha habido que recurrir a la razón restringida, como mediación y como consuelo. Y en vez de tener como fundamento la amarga medicina de Heráclito que nos despierta para entrar en razón, nuestro edificio tiene que plegarse a ser la medicina suave que da fuerzas, que mantiene mientras sea posible, pero que también señala un límite que a la postre no será respetado por los ostentadores del poder.
Y el obrero va a fracasar frente al poder, su tragedia es que puede, en el mejor de los casos, someter la historia a esa razón restringida a la que ha tenido que entregarse por estar la otra secuestrada por el poder. Por eso solo podrá garantizar a la razón su media vida entre el poder y el estruendo del mundo, pues la razón entera, como la verdad entera, evadidas del secuestro, ya no son de este mundo.
El obrero ha comenzado a hablar en los talleres según que los sabios, clásicos, se iban apagando. Pues ya no queda el antiguo sabio oriental y griego, el sabio modelo de quietud y aplacamiento, ese resquicio modesto por donde se filtra la luz del mundo en una luz más pura....el filósofo de la Caverna.
Sin el apoyo de dicha sabiduría el poder se ha opuesto al obrero, que es lo único que puede combatirlo, y para ello el obrero ha de estar siempre trampeando con el poder, siempre a vueltas con él, siempre en un límite peligroso por ser pequeña la distancia entre el poder y el enfrentamiento que el obrero soporta. Por ello será grande la tentación que algunos sentirán de intentarlo, de tratar de arrebatar el poder a los que lo ostentan, sin que para nada sirva la experiencia de los intentos de los otros que terminaron en amargo fracaso.
El obrero tendrá que buscar la Luz en otra parte, lejos del taller en el que la lluvia generó tanta humedad que extinguió las luces. Y ello devendrá una Odisea tras la que recuperará la antigua fe de Heráclito de la razón como medida entre contrarios, como armonía entre contrarios. Razón que es medida y armonía, verdadera medida que no puede encontrarse en un dogma, sino en un obrero concreto que percibe con su armonía interior la armonía del mundo.
Se trata, pues, de un arte. La ética se resuelve en estética y como toda estética resulta inefable. Es esta ética una razón impersonal que no deja lugar a preguntas sobre la injusticia del poder. La razón ha quedado desvalida y por ello ya no se diferencia de la vida, coincide con ella y por lo mismo no sirve ni para explicarla ni para trascenderla, todo lo más para soportarla. Dignamente. Lo más parecido a la libertad personal, pero más conmovedor porque su horizonte se mantiene lejano y por ello abierto, siendo así una dignidad a la desesperada. Ante la inexorabilidad de la muerte y del poder humano se encuentra, entre una fe que se extingue y otra que llega, la razón nuestra, la Razón desvalida.
Así instauran una cultura mandarinesca y sin entrañas, culminación de un pecado de intelectualidad moderna que trata de mostrar a los poderosos como primeros padres de los hombres y mujeres del taller, toda vez que no han sabido engendrarlos, tal vez porque no han sabido reconstruirse a sí mismos.
La consecuencia ha sido que han forzado a los obreros a renunciar a la razón, no ya a la razón dialéctica, sino a la razón de Heráclito y de Anaximandro, a la razón que se hace la primera pregunta filosófica, la primera pregunta con sentido. Pero como no se puede vivir sin razón (como la razón no tiene sentido si no enamora a la vida) ha habido que recurrir a la razón restringida, como mediación y como consuelo. Y en vez de tener como fundamento la amarga medicina de Heráclito que nos despierta para entrar en razón, nuestro edificio tiene que plegarse a ser la medicina suave que da fuerzas, que mantiene mientras sea posible, pero que también señala un límite que a la postre no será respetado por los ostentadores del poder.
Y el obrero va a fracasar frente al poder, su tragedia es que puede, en el mejor de los casos, someter la historia a esa razón restringida a la que ha tenido que entregarse por estar la otra secuestrada por el poder. Por eso solo podrá garantizar a la razón su media vida entre el poder y el estruendo del mundo, pues la razón entera, como la verdad entera, evadidas del secuestro, ya no son de este mundo.
El obrero ha comenzado a hablar en los talleres según que los sabios, clásicos, se iban apagando. Pues ya no queda el antiguo sabio oriental y griego, el sabio modelo de quietud y aplacamiento, ese resquicio modesto por donde se filtra la luz del mundo en una luz más pura....el filósofo de la Caverna.
Sin el apoyo de dicha sabiduría el poder se ha opuesto al obrero, que es lo único que puede combatirlo, y para ello el obrero ha de estar siempre trampeando con el poder, siempre a vueltas con él, siempre en un límite peligroso por ser pequeña la distancia entre el poder y el enfrentamiento que el obrero soporta. Por ello será grande la tentación que algunos sentirán de intentarlo, de tratar de arrebatar el poder a los que lo ostentan, sin que para nada sirva la experiencia de los intentos de los otros que terminaron en amargo fracaso.
El obrero tendrá que buscar la Luz en otra parte, lejos del taller en el que la lluvia generó tanta humedad que extinguió las luces. Y ello devendrá una Odisea tras la que recuperará la antigua fe de Heráclito de la razón como medida entre contrarios, como armonía entre contrarios. Razón que es medida y armonía, verdadera medida que no puede encontrarse en un dogma, sino en un obrero concreto que percibe con su armonía interior la armonía del mundo.
Se trata, pues, de un arte. La ética se resuelve en estética y como toda estética resulta inefable. Es esta ética una razón impersonal que no deja lugar a preguntas sobre la injusticia del poder. La razón ha quedado desvalida y por ello ya no se diferencia de la vida, coincide con ella y por lo mismo no sirve ni para explicarla ni para trascenderla, todo lo más para soportarla. Dignamente. Lo más parecido a la libertad personal, pero más conmovedor porque su horizonte se mantiene lejano y por ello abierto, siendo así una dignidad a la desesperada. Ante la inexorabilidad de la muerte y del poder humano se encuentra, entre una fe que se extingue y otra que llega, la razón nuestra, la Razón desvalida.
miércoles, 9 de junio de 2010
ALREDEDOR DE M.ZAMBRANO (2)
Con el trabajo en el taller vamos descubriendo que hay en el mundo otras realidades no racionales, tales que en ocasiones cubren de gris nuestras humanas aspiraciones, pues no entendemos cómo bregar con ellas. Por otra parte las realidades concretas, las que mueven todo nuestro instrumental de racionalidad, en realidad nos dirigen hacia un fin que no hemos proyectado y del que casi siempre ni somos conscientes. El mal es que el racionalismo formado a partir de la Ilustración ha perfilado una idea del hombre que no nos permite contemplar la imagen del funcionamiento real de la vida. Y como esa idealización no es suficiente para anular la realidad diaria se ha terminado formando en el hombre una mala conciencia: la de la adolescencia (espiritual) permanente.
Así vemos que el idealismo racional impera en la burguesía intelectual, y lo hace de forma dogmática, sin ese ir a la ventura del auténtico filósofo que se entrega muy conscientemente al riesgo de la aventura del pensamiento. De modo que el racionalismo se convierte en una barrera que impide al hombre vivir la experiencia de forma íntegra, pues no reconoce la realidad, pero por otra parte le ofrece una máscara tras la que ocultarse y salvar la apariencia. Se constituye pues en una doble trampa.
De este fatal idealismo racional queda como residuo el culto al espíritu, que esconde engaños refinadísimos, pues se trata de una espiritualidad vacía ya que el modelo ha sido dado por la razón, y por ello le falta algo que la inteligencia sola no puede dar: una intuición del hombre, un proyecto de humanidad que no sea proyecto pensado, obtenido por idealización de lo que ya ha devenido residual.
Tal intuición la inteligencia sola no lo puede ofrecer, y de ello han carecido los proyectos de humanidad derivados de la Ilustración, lo que los ha hecho infecundos y a veces perjudiciales, y ello por ser proyectos construídos sólo por la razón. Las sociedades se piensan o se sueñan, pero no se intuyen; el hombre se piensa o se imagina, y, a lo sumo, se presiente.
Hay que esperar a que estos presentimientos sean algo más, a que el hombre vaya siendo otro, a que vaya apareciendo su realidad, para que sobre ella se forje la intuición del nuevo proyecto de ser hombre, la imagen del hombre nuevo superando el idealismo limitado por el racionalismo e imponiendo su realidad a todos los caprichos de la inteligencia, barriendo esas limitaciones y esas imágenes captadas con los residuos del pasado.
Así vemos que el idealismo racional impera en la burguesía intelectual, y lo hace de forma dogmática, sin ese ir a la ventura del auténtico filósofo que se entrega muy conscientemente al riesgo de la aventura del pensamiento. De modo que el racionalismo se convierte en una barrera que impide al hombre vivir la experiencia de forma íntegra, pues no reconoce la realidad, pero por otra parte le ofrece una máscara tras la que ocultarse y salvar la apariencia. Se constituye pues en una doble trampa.
De este fatal idealismo racional queda como residuo el culto al espíritu, que esconde engaños refinadísimos, pues se trata de una espiritualidad vacía ya que el modelo ha sido dado por la razón, y por ello le falta algo que la inteligencia sola no puede dar: una intuición del hombre, un proyecto de humanidad que no sea proyecto pensado, obtenido por idealización de lo que ya ha devenido residual.
Tal intuición la inteligencia sola no lo puede ofrecer, y de ello han carecido los proyectos de humanidad derivados de la Ilustración, lo que los ha hecho infecundos y a veces perjudiciales, y ello por ser proyectos construídos sólo por la razón. Las sociedades se piensan o se sueñan, pero no se intuyen; el hombre se piensa o se imagina, y, a lo sumo, se presiente.
Hay que esperar a que estos presentimientos sean algo más, a que el hombre vaya siendo otro, a que vaya apareciendo su realidad, para que sobre ella se forje la intuición del nuevo proyecto de ser hombre, la imagen del hombre nuevo superando el idealismo limitado por el racionalismo e imponiendo su realidad a todos los caprichos de la inteligencia, barriendo esas limitaciones y esas imágenes captadas con los residuos del pasado.
martes, 8 de junio de 2010
EL SILENCIO EN OCCIDENTE
Siguiendo a María Zambrano diremos que la vida es un diálogo entre el mundo y el alma, más aun, que no es más que un apasionado diálogo. El calificativo es fundamental aquí, pues describe el ritmo que cobra el asunto en la realidad, cuando se vive, no cuando solo se mira la apariencia. Y además, esa pasión, en tanto que parte esencial del diálogo, en tanto que parte conformadora del mismo, necesariamente debe estar presente en ambas partes dialogantes, necesariamente ha de definir y establecer una vía de doble sentido por la que la pasión corra, del diálogo al mundo, del mundo al alma, y así recurrentemente.
Por ello es al quedarnos solos, al sentirnos solos radicalmente, cuando aprendemos qué quiere decir que algo exista o no exista en la realidad. Al cesar el diálogo la vida queda en suspenso, y alma y mundo se miran frente a frente, sin reconocerse, pues es la propia vida quien les ha unido. Entonces el alma discierne lo que es real de lo que no lo es, pero al mundo necesariamente, por simetría, le ha de ocurrir lo mismo respecto al alma que a esta respecto al mundo.
Y a este cesar el diálogo que, si es apasionado, es la vida, le llamamos silencio. Solo en él podremos discernir la realidad.
Por ello es al quedarnos solos, al sentirnos solos radicalmente, cuando aprendemos qué quiere decir que algo exista o no exista en la realidad. Al cesar el diálogo la vida queda en suspenso, y alma y mundo se miran frente a frente, sin reconocerse, pues es la propia vida quien les ha unido. Entonces el alma discierne lo que es real de lo que no lo es, pero al mundo necesariamente, por simetría, le ha de ocurrir lo mismo respecto al alma que a esta respecto al mundo.
Y a este cesar el diálogo que, si es apasionado, es la vida, le llamamos silencio. Solo en él podremos discernir la realidad.
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